Vestigio de un Amor

Capítulo 2: Rosa silvestre

«En los senderos de lo desconocido, florece la valentía de Danna y Kay como rosas silvestres en el campo de la adversidad».

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Danna

—¿Entonces conociste al apuesto, irresistible e inalcanzable Julien? —inquiere Kat, sus ojos se agrandan con cada palabra. 

La palabra sorprendida se queda corta para definir su expresión. 

—Sí. —respondo como si nada—. Es solo un hombre. 

—Oh, vamos —Se queja—. No es solo un hombre, es el hombre. 

—¿Y qué se supone que significa eso? 

—Bueno, tiene dinero, juventud y es atractivo. Seguro que te llamó la atención. —Sube y baja las cejas insinuando algo. 

—No, no lo hizo. Es más, ni sé para qué te conté ese suceso. No fue nada del otro mundo, estaba más asustada por no encontrar a Kay, que interesada en detallar a tu hombre. 

—Tienes que ser asexual, es la única explicación razonable que encuentro. 

—No necesariamente, tengo otras prioridades. 

Y esa prioridad duerme en el sillón de la sala porque se niega a ir a la cama sin mí, y el problema es que aún no me puedo acostar porque Kat y yo estamos terminando algo. O al menos en eso estábamos antes de que se me ocurriera la brillante idea de relatar lo sucedido, ahora se ha desconcentrado porque no es capaz de hablar y coser al mismo tiempo. 

—¿Puedes decirme a quién se le ocurrió esta gran idea? —pregunto frustrada por tener que desvelarme haciendo este traje—. ¿Acaso no saben que no todos tenemos dinero para los trajes? 

Es molesto que hayan puesto la tonta regla de que los niños deben ir disfrazados para celebrar Halloween, como si no fuera lo suficientemente caro solventar los gastos de los materiales de estudio. 

—Fue idea de Brigitte, ya sabes que vive en una fantasía y quiere que el pueblo sea lo más cercano a una ciudad. 

—Pues que compre los disfraces ella —rebato, molesta por el décimo chuzón que me llevo—. Debería prestarle más atención a la crianza de su hijo, que es uno de los que se burla de Kay. 

—Ahora que tocas el tema, me disculpo por eso, Danna. Tuve que perderlo de vista un momento por el llamado de la directora del centro; cuando regresé, lo encontré llorando. 

Mi pobre niño. 

—No te disculpes, haces lo que puedes. Es culpa de los padres que no les enseñan a sus hijos sobre tolerancia. —Dejo salir un suspiro con el objetivo de calmarme—. ¿Qué te parece? —Le enseño el disfraz. 

—Está precioso, estoy segura lo amará. 

Luego de una semana extensa, trasnochos y pinchazos de aguja, tengo listo el disfraz de mi hijo. Cuando le pregunté sobre ello, dijo que quería ser un dinosaurio feroz. Así que tuve que comprar tela, relleno de algodón, velcro, hilos de coser y demás insumos. Lo más importante fue el ingenio porque es la primera vez que hago algo como esto. 

—Será el disfraz más adorable del jardín —musita Kat. 

—Eso espero. —Me levanto del suelo, algo agarrotada por la incómoda posición—. Es tarde, deberías ir a casa. —Sugiero. 

—Sí, ya me voy —Agarra su bolso y la acompaño hasta la salida—. El próximo viernes habrá una fiesta, iremos. 

—Sigue soñando. 

—Encontraré la forma de llevarte, ya me has rechazado muchas veces. Además, mamá puede cuidar de Kay, no tienes excusa Danna. 

—No soy una persona de fiestas. —Le recuerdo. 

—Divertirte de vez en cuando no te matará. —Me regaña—. En fin, tienes una semana para procesarlo, no me hagas arrastrarte —Amenaza. 

—Lo que tú digas. 

Suspira y se sale de la casa, cierro la puerta una vez las luces de su camioneta desaparecen. Recojo un poco el desorden porque sé que en la mañana no me dará tiempo, levanto a Kay del sofá y lo acuesto en la cama, está tan dormido que ni cuenta se da. Luego de completar mi rutina nocturna, me acuesto a su lado, dejo un beso en su frente y pronuncio como cada noche: 




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