«Bajo el cielo sereno, Danna y Kay descubren que incluso los jacintos azules más delicados tienen la fuerza para crecer, resistir y perfumar su historia con la fragancia de la esperanza».
Danna
De acuerdo, admito que me siento un poco culpable. ¿El motivo?, fui demasiado tosca y grosera con Julien. Aunque no me pueden culpar: al menos no del todo, no cuando el motivo principal de mi desconfianza está bien fundamentado.
¿Cómo podría permitir que un extraño se acercara a mi hijo con tanta intensidad como él?
—¿Entonces solo le dijiste al hombre que se alejara, no le permitiste explicar y te marchaste sin más? —inquiere Kat con los ojos abiertos.
—Sí. —respondo con simpleza.
Evito su mirada cuando un ligero sonrojo cubre mis mejillas, no quiero que me vea avergonzada.
—Estoy anonadada, D. —musita—. La prima de mi prima que vive en Los Ángeles conoce a un psicólogo genial. Es de origen inglés y parece que tiene mucha experiencia con traumas y maltratos. Podría pedirle su número —aconseja.
—No, gracias. Estoy bien.
Siento la imperiosa necesidad de alejarme de ella, por lo que viro en dirección al lavaplatos y pretendo limpiarlo cuando de por sí ya está reluciente.
—Danna…
—No insistas, estoy bien. Kay es lo único que importa. Cualquier dinero extra prefiero invertirlo en él. Sabes que le hacen falta las terapias, no quiero que empeore.
—Lo entiendo, eres una de las mejores mamás que conozco. —Se acerca a mí y sujeta mis manos—. No obstante, tienes que sanar tu mente y corazón para ser dar lo mejor. No te descuides, por favor.
Sus palabras calan hondo en mí, provocando que mis ojos se aneguen por las lágrimas no derramadas. Odio tener que pasar por todo esto, detesto verme débil delante de los demás porque no es la imagen que quiero proyectar.
No quiero que vean lo vulnerable que soy.
—Gracias por tus palabras —digo soltándome de su agarre—. Eres una buena amiga, la mejor que he tenido hasta ahora. Cuando me sienta lista para dar ese paso, te lo haré saber.
«Eso no será pronto», reconozco en mi mente.
—Algo me dice que solo pretendes tranquilizarme —pronuncia con suspicacia—. Está bien, no insisto más.
—Gracias.
Regresa a su asiento detrás de la isla de la cocina, y yo aprovecho para servir la cena para los tres.
—¡Kay! —llamo a mi hijo que se encontraba jugando en la habitación—. ¡Es hora de cenar!
—¡Voy! —contesta.
Kay viene a paso apresurado, tan rápido como su limitación le permite. En su rostro hay una sonrisa inmensa, su alegría siempre contagia a los que lo rodean.
—¿Puedo comerte a besos, pequeño K? —le pregunta mi amiga cuando el niño llega hasta ella.
—Eso es desagradable, tía K. —dice asqueado—. No me gustan las babas.
—Pero es que eres tan adorable —Kat hace un puchero demasiado infantil.
—Lo sé, tía. —verbaliza como si sintiera el peso de las palabras—. Mas no puede hacer eso, no me gusta.
—Está bien, K. —manifiesta con pesar.
Hago que ambos se laven las manos antes de dejar los platos delante de ellos. Gracias a Bea, la hermana de la señora Sonny, llené el congelador con carnes. La mujer tiene una granja y me deja las cosas a un costo más bajo, lo que representa una ayuda enorme para mi bolsillo.
—Kay, quiero preguntarte algo —Aprovecho el momento para sacarme de la duda—. ¿Qué pasó el día que te fuiste de casa sin avisarme?
Mi hijo rehúye de mi mirada, prefiere enfocar sus ojitos en cualquier parte de la casa.
—Kay, tu mamá te hizo una pregunta —le habla Kat—. Sabes que debemos responder cuando un adulto nos pregunta algo, y más si es tu madre.
—Ese día me sentí muy triste por lo que pasó con los otros niños, así que caminé hasta el parque para demostrarme que era independiente, fuerte y valiente —relata—. Me tropecé un par de veces, lloré un poco hasta que apareció mi amigo Julien.
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vaquero y rancho, dolor y desamor, embarazo riesgoso y madre soltera
Editado: 18.01.2024