«En la profundidad de su conexión, Danna y Kay florecen como orquídeas púrpuras, símbolos de admiración y perseverancia en el jardín de su vínculo inquebrantable».
Danna
Cualquier rastro de sueño ha quedado en el pasado. Debido al susto, la adrenalina corre por mis venas y eso me hace estar más alerta. Presto atención a las heridas de mi víctima, mi análisis da como resultado lo siguiente:
—Levántate, no te ha pasado nada malo.
—No eres médico para saber eso —argumenta.
—Un genio lo sabría, tienes uno que otro golpe. Estarás bien para mañana.
—¿Ni siquiera me ayudarás a pararme? Eres demasiado insensible, Danna.
Resoplo con frustración, pero lo ayudo para que deje de hacerme perder el tiempo. Lo levanto con tanta fuerza que quedamos frente a frente, respirando el mismo aire.
—¡Estás borracho! —musito al sentir el licor en su aliento—. Eso significa que no fue mi culpa, pagarás por los daños de mi auto —amedrento.
—¡Estás loca! Yo no fui el culpable de esto —exclama—. Es más, deberías llevarme a la hacienda a modo de disculpa. —Se cruza de brazos.
Tiene el descaro de cruzarse los brazos actuando muy indignado. ¡Yo debería estar irritada!
—Súbete al auto, ahora.
—Eres muy mandona, eso te sacará arrugas. —comenta burlón.
—Actúas como un niño.
—Pero no conduzco como uno —canturrea.
Cuanto hasta diez para calmarme lo suficiente, subo al asiento de copiloto y arranco tumbo al rancho de don señor, el cual empieza a cantar sin sentido alguno. Mi ojo tiembla un poco por el cansancio y el enojo.
—¿Cómo está Kay? —pregunta.
—¿Qué te impor…? —Hago una pausa cuando recuerdo que debo ser amable—. Kay está bien, gracias por preguntar —responde entre dientes.
—Oh, eso es estupendo. Ese niño es un amor, también divertido y sobre todo valiente. Hablamos poco tiempo, más eso fue suficiente para ganarse un espacio en mi mente.
—¿Por qué? —inquiero.
Se supone que los borrachos dicen la verdad, puede que le saque una confesión relevante.
—Él es como yo, o al menos como solía ser —responde con aire misterioso.
—¿En qué sentido?
—Sentido derecho, ¿eres olvidadiza? Ya estuviste en el rancho —contesta como si fuera obvio.
—¡No estoy preguntando por la dirección! —exploto.
—¡No me grites! —brama.
—¿Ahora quién le grita a quién? —Me burlo.
—Agh, qué molestia. Si no hablas de la dirección, ¿entonces de qué?
—¿En qué sentido mi hijo te recuerda a ti? —replanteo la pregunta.
—Ah, eso. Tengo dispraxia igual que él, junto con TDAH. Crecer no fue sencillo, era difícil asistir a la escuela y que nadie pudiera comprenderte ni ayudarte. Por eso entiendo a Kay, esa es la razón por la que le ofrecí mi amistad, el niño me agrada Danna, no hay nada oscuro en eso.
Me ha dejado sin palabras. Kay de alguna manera es afortunado al no tener trastorno de déficit de atención; estoy segura de que con las terapias mejorará para desenvolverse y poder hacer sus tareas con facilidad. El que no tenga problemas de aprendizaje es un extra del que estoy agradecida.
«No lo dañé tanto», cavilo, como es usual cuando hablo de la condición de mi hijo.
El hombre a mi lado sigue en silencio, estamos a unos pocos metros del rancho y decido que debo expresar lo que he estado retrasando. Al menos no tendré que buscarle luego.
—La última vez fui demasiado dura contigo, me disculpo por eso. Solo quiero lo mejor para Kay, y me preocupaba que tu presencia pudiera afectarlo.
—Lo entiendo, Danna. Solo quiero ser su amigo, no causarle problemas —Asiente comprensivo.
—Hablé con Kay, y él me contó más sobre su amistad contigo. Parece que disfrutó pasar tiempo contigo, y eso es lo más importante para mí.
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Editado: 18.01.2024