Vestigio de un Amor

Capítulo 10: Magnolia dorada

«Bajo la luz dorada del compromiso, su familia florece como magnolias doradas, cada pétalo un testimonio del resplandor que encuentran en el abrazo mutuo de su amor eterno». 

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Danna

El amanecer filtra la luz a través de las cortinas, y el descubrimiento de la realidad me golpea con una fuerza devastadora. Mi corazón late con furia desbocada mientras la verdad se despliega frente a mí. Julien y yo, la noche pasada, un error monumental.

Siento un nudo en la garganta, la respiración se torna rápida e irregular. El pánico se apodera de mí, retorciendo mis entrañas. ¿Cómo he llegado a este punto? Había prometido proteger mi corazón y cuerpo, mantenerme alejada de los hombres y sus promesas efímeras.

Lágrimas amenazan con emerger, pero me contengo. La decepción en mí misma es abrumadora. La fragilidad de mis propias convicciones se exhibe ante mí, y la idea de haber arruinado todo lo que me prometí es aterradora.

El miedo se instala en mi pecho como un peso insoportable. Miedo de haber perdido el control, miedo de haberme traicionado. Mi mente se llena de preguntas sin respuesta, de dudas que se agolpan como una marea incontrolable.

Me levanto, sintiendo la necesidad urgente de alejarme de este espacio que ahora parece cargado de errores. El frío suelo bajo mis pies parece una metáfora de la realidad que enfrento: una realidad en la que mis promesas a mí misma yacen destrozadas.

¿Lo peor?, esto afectará de alguna manera a mi hijo. Y eso hace que el ataque de pánico empeore. 

Cierro los ojos con fuerza, intentando contener el caos que se desata dentro de mí. ¿Cómo enfrentaré esto? ¿Cómo explicaré mi debilidad a aquellos que confiaron en mi fortaleza? El miedo a enfrentar las consecuencias de mis acciones se cierne como una sombra amenazadora.

Camino hasta el baño mientras recojo las prendas que yacen esparcidas por el suelo, la evidencia de lo que sucedió la noche anterior. 

Me miro al espejo, buscando respuestas en mi propio reflejo. Pero la mujer que me devuelve la mirada parece vulnerable, frágil. Mis manos tiemblan, y la sensación de haberme alejado de todo aquello en lo que creía es abrumadora. ¿Cómo recuperar la fortaleza que ahora yace rota a mis pies?

Julien entra en la estancia con cautela, su expresión una mezcla de preocupación y abatimiento. No puedo soportar mirarlo directamente, la vergüenza y la ira nublan mi visión.

—¿Danna, por favor, podemos hablar? —Su voz suena apaciguadora, pero la rabia que hierve en mi interior ahoga cualquier intento de calma.

—¡Hablar! —Mi voz, aguda y llena de furia, retumba en la habitación—. ¿Consideras que unas simples palabras cambiarán lo que pasó?

La expresión de Julien se vuelve más sombría mientras intenta acercarse. Alargo la distancia, la ira fluyendo como una marea imparable.

—¡No te atrevas! —Mi mano se alza instintivamente, como si pudiera repelerlo con la fuerza de mi desdén—. Esto es tu culpa. ¿Qué parte de «no quiero complicaciones» no entendiste?

Las lágrimas que había contenido ahora amenazan con desbordarse. Me siento vulnerable, y la vulnerabilidad se convierte en una rabia dirigida hacia Julien.

—¿Piensas que puedes venir aquí con tus disculpas y arreglarlo todo? —Mi voz tiembla—. Has arruinado todo lo que he construido para mí misma.

Julien intenta hablar, pero mi enfado resuena más fuerte. Lo culpo por romper la barrera que tan cuidadosamente construí para protegerme.

—No quiero tu compasión ni tus disculpas. —Aprieto la mandíbula con fuerza—. Todo esto es culpa tuya. ¿Por qué tuviste que complicarlo todo?

La habitación se llena con un pesado silencio mientras nuestras miradas se enfrentan en una batalla de emociones. Julien parece derrotado, y yo, envuelta en una mezcla de ira y desilusión, siento que el mundo que con tanto esfuerzo construí se desmorona ante mis ojos.

—¿Por qué asumes que yo hice esto?, ¿qué yo te hice esto? —inquiere con voz queda. 

—¿Acaso no es obvio? Esto es lo que ustedes hacen. Mienten demasiado fácil, tejen redes de telaraña para atrapar a sus víctimas y les endulzan el oído con lo que ellas quieren escuchar. Se desviven por hacerles creer que son perfectos, ocultan bajo perfume caro y una actitud arrolladora lo que llevan por dentro; maldad pura. 




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