«Bajo la lluvia de los desafíos, la flor de cerezo se levanta con gracia, recordándonos que la belleza persiste incluso en los momentos más difíciles».
Danna
Hay algo que siempre me ha parecido curioso sobre la existencia misma. Se siente como si vivir fuera una constante lucha en la que nos tenemos que probar una y otra vez. En el instante en que nos entregamos por completo al éxtasis del presente, la realidad acude, a veces de manera implacable, para recordarnos que nada perdura indefinidamente.
En los momentos más felices, cuando la risa resuena con fuerza y el corazón se colma de alegría, a menudo olvidamos la fugacidad de la dicha. Es como si la vida, con su irónica maestría, desplegara un detector de felicidad, recordándonos la efímera naturaleza de esos momentos exquisitos. Como un guion que se tuerce inesperadamente, la tragedia acecha en las sombras, lista para desafiar nuestra paz.
¿Por qué cavilo sobre esto? Es sencillo, luego del maravilloso día que tuvimos ayer, la salud de Kay comenzó a decaer. Primero una tos leve, algo de malestar hasta convertirse en algo mucho más grave.
La fiebre de Kay aviva mis peores pesadillas. Cada escalofrío suyo me sume en la culpa, preguntándome si acaso no he sido lo suficientemente cuidadosa. Tanto así que tengo que llevarlo al hospital en la madrugada del domingo, incapaz de brindarle atención que necesita desde la casa.
—Por favor, ayúdenlo. —suplico a la enfermera que me recibe en urgencias.
—¿Hace cuanto está así? —inquiere al revisarlo.
—Desde la mañana. —respondo con voz queda.
—Le haremos unos estudios, por lo pronto, lo ingresaré al sistema y lo llevaremos a una habitación.
Nos afilié al seguro más económico que pude conseguir, por lo que no estoy segura de cuanto de su padecimiento cubrirá. Sea lo que sea, me aseguraré de conseguir el dinero.
La habitación del hospital se vuelve una cárcel de preocupaciones mientras espero ansiosa. Espero paciente por lo que se sienten horas, cuando no han pasado más de sesenta minutos.
—Mamá, me duele la cabeza —murmura Kay, su vocecita débil resonando en las blancas paredes.
—La enfermera regresará pronto, cariño. Todo estará bien.
La fiebre consume su pequeño cuerpo, y mi corazón late con la angustia de la impotencia.
—¿Por qué permití que esto sucediera? —me pregunto en voz baja, mi mano acariciando su frente ardiente.
La puerta se abre de nuevo, ingresando la enfermera con quien supongo será el médico que llevará el caso.
El hombre, con un rostro sereno, pero preocupado, examina los resultados antes de dirigirme una mirada comprensiva.
—Señora Hamilton, comprendo que esto es difícil. Los resultados indican que Kay tiene una infección grave. Vamos a iniciar el tratamiento de inmediato.
La noticia golpea como una ola fría, pero asiento, intentando mantener la calma para el bien de Kay.
—¿Qué tipo de infección? ¿Tendrá consecuencias en su condición? —interrogo.
—Es una infección respiratoria, pero hemos detectado algunas complicaciones. Vamos a hacer todo lo posible para tratarlo; aun así, necesitará atención especializada.
Mi garganta se aprieta, y Kay se aferra a mí, sintiendo la tensión en el aire.
—Va a estar bien, ¿verdad?
—Estamos haciendo todo lo posible, señora. Kay es fuerte, y tenemos un equipo médico excepcional.
Las lágrimas amenazan con desbordarse, mas las contengo, decidida a ser la fortaleza que Kay necesita.
—Por favor, hagan todo lo posible para ayudarlo. —Ruego—. Él es mi vida.
—Haremos nuestro mejor esfuerzo. Ahora, vamos a comenzar con el tratamiento. Manténgase fuerte.
Proceden a aplicarle algo en el suero, los espasmos disminuyen un poco y logra conciliar el sueño. Permanezco a su lado hasta que el sol sale y es una hora decente para llamar a Kay y a la señora Sonny.
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Editado: 18.01.2024