Caro resopla mientras una mueca de dolor se asoma en su rostro. Está sentada sobre una de esas pelotas terapéuticas del hospital mientras realiza los ejercicios de respiración que le han venido enseñando. Su respiración es irregular, pero sigue las instrucciones que ha memorizado durante los últimos meses de clases prenatales.
—Dios, ¿cuándo me van a poner la maldita epidural? —se queja entre dientes.
—¿Quieres que llame a alguien? —pregunto, preocupada por su evidente malestar.
—Deja, que antes que llegaras vino mi mamá a decirme que me faltaba dilatar más. —Responde con una mezcla de frustración y resignación.
Ella se pone de pie con dificultad, y yo la ayudo a moverse. A pesar de estar en su noveno mes, su barriga no es tan prominente como la de otras mujeres en el hospital. Caro había decidido no saber el sexo de su bebé; no quería encariñarse y, hasta el último día, decía que lo mejor era darlo en adopción a una familia que pudiera darle todo lo que ella no podía.
Cada vez que la oigo hablar, sé que está mintiendo. He visto cómo se emociona y cómo le habla a su barriga, inclusive la he sorprendido en más de una ocasión buscando nombres en internet. Pese a nuestra edad, estoy segura de que ella podría llegar a ser una gran madre si se lo propusiera.
La veo retorcerse nuevamente mientras sujeta su abultado vientre. Ella me pide que llame a su madre, así que salgo del cuarto para buscarla. Cuando regreso, escucho a Caro conversando con Ivan. Me quedo en la puerta para oírlos. No es que sea chismosa, pero no quiero interrumpir su conversación.
—¿Cómo vas? —pregunta Ivan con suavidad.
—Muriendo de dolor —contesta Caro con una mueca, e Ivan sonríe con comprensión—. Te dije que no era necesario que vinieras.
—Ey, soy tu amigo. Además, imaginé que necesitas todo el apoyo posible. —responde Ivan, tratando de aliviar su sufrimiento con su presencia.
—Gracias —responde ella de forma escueta, pero su tono revela un profundo agradecimiento.
Asomo el rostro ligeramente para verlos. El rostro de Caro está radiante, observa a Ivan con mucho cariño. Ni siquiera cuando la vi con Víctor noté que pusiera esa mirada.
Eliana, la madre de Caro, no tarda en aparecer. Me comenta que Ivan siempre viene a verla cuando todos se van, más que nada por su horario. A ella le cae bien, y al igual que todos los seres de este planeta, a excepción de Caro, parece que nos hemos dado cuenta de que ella tiene sentimientos por él aunque los niegue. Aunque, claro, la menor preocupación que tiene su madre en este momento es ver si su hija se anima o no a dar algún paso.
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Nos habían permitido estar dentro de la sala a una distancia prudente para ver el nacimiento del bebé. Caro tiene la frente perlada de sudor. Yo le paso un paño húmedo cada tanto, pero los gritos que da con las contracciones me ponen demasiado nerviosa.
—Zoey, necesito que te muevas —me dice su madre al verme blanca como un papel en cuanto veo la sangre.
Estuve a nada de desmayarme de la impresión. Amo a Caro, pero jamás imaginé que la vería en esta situación, al menos no tan pronto. Ivan, que está a su lado izquierdo, se mantiene firme allí mientras sujeta con fuerza su mano. Ella se retuerce y grita. Los doctores y su madre le piden que continúe pujando porque el bebé está coronando.
—Sh, ya va a pasar —dice Ivan con suavidad.
Caro lo observa con evidentes ganas de asesinarlo luego de oírlo, pero termina escondiendo su rostro en su cuerpo mientras busca consuelo.
—Carolina, ¿estás lista? —pregunta el doctor.
Ella responde con un “No” muy contundente y fuerte, pero al sentir la nueva contracción, puja con todas sus fuerzas. Veo que Ivan pone una mueca de dolor al sentir el fuerte agarre de ella; sus dedos están tan apretados que hasta han perdido su color.
Finalmente, da los últimos empujes y el silencio del cuarto no tarda en llenarse de un llanto agudo. Veo que Caro se tira hacia atrás sobre la almohada empapada de sudor, y su respiración poco a poco comienza a ser más calmada.
—Es un niño —anuncia Eliana, llorando mientras carga al bebé.
Su madre se acerca a Caro, y nosotros también lo hacemos para ver al bebé. Con miedo, veo cómo ella lo toma y lo coloca sobre su pecho. El niño tiene restos de sangre, es pequeño y un poco delgado, pero tiene un llanto muy potente.
Eliana vuelve a tomarlo y lo lleva a la balanza para poder pesarlo y limpiarlo. Vemos a las enfermeras moverse de un lado al otro mientras dejan lista a Caro. Una de ellas mancha su pequeño piecito y lo coloca sobre el papel para dejar su huella allí.
Nos pidieron que salgamos para que puedan limpiar todo. Mis padres, Iván y Eliot se fueron a buscar algo de comer, así que la única que entró al cuarto fui yo. Ella está echada, han dejado al bebé a su lado en la cuna y su pequeña manito está sujetando uno de los dedos de Caro.
—¿Qué hago, Zoey? —me pregunta, llorando—. No quiero que se vaya.
Imaginaba que decirle adiós sería demasiado duro.
Su madre vuelve tras varios minutos con la trabajadora social. La mujer toma al bebé de la cuna, Caro lo observa y continúa llorando sobre la cama.
—¡Espere! —chilla mientras extiende los brazos—. Por favor, no se lo lleve, cambié de opinión. No lo aparte de mi lado.
—Carolina —esta vez es su madre quien interrumpe—, ¿estás segura? Un hijo… es una enorme responsabilidad.
—Ya lo sé —dice mientras se limpia las lágrimas—. Seré responsable, haré todo lo que esté en mis manos para darle lo mejor, pero por favor, no se lo lleven. Sé que me arrepentiré más adelante por esta decisión.
Eliana y la asistenta se observan. La mujer termina regresando y coloca al bebé sobre los brazos de Caro. Al sentir su calidez, el bebé comienza a buscar su pecho para saciar su hambre.
—¿Cómo se llamará? —pregunto. Caro se queda callada y luego sonríe mientras acaricia las mejillas de su hijo.
—Axel, se llamará Axel.