Viaje al corazón

Capítulo 1: Román

Mi pulso comenzaba a acelerarse mientras las palabras de mi madre se hacían más fuertes y me resonaban en la cabeza como golpes de martillo, aunque valoraba la ayuda, no quería seguir oyendo sus opiniones que no hacían otra cosa que crearme más preocupaciones.

Recogí mis cosas y tomé las llaves para salir de la casa, aun cuando era demasiado temprano para ir por el servicio, pero así quería evitar que mi madre siguiera hablando, me preocupaba que despertara a las niñas, sin embargo, Lucrecia como siempre, siendo de sueño ligero, debió oír ruido y se despertó, asomó la cabecita a través de la puerta.

—Hola, papi, ¿estás huyendo como mamá? —preguntó con cierto tono burlón con su dulce voz infantil.

Sentí un nudo en la garganta, una sensación de ahogo y desespero a la que no ayudaba mi madre con sus gestos de suficiencia, y oír a Lu decir eso me partió el alma.

Me volví a verla y le sonreí.

—Nunca, princesa, ¿cómo se te ocurre?, si de algo debes estar segura en la vida es que jamás te abandonaré.

—Yo sé, bobito —dijo, se echó a reír con una carcajada suave, me acerqué a ella y me puse a su nivel para darle un abrazo que me dejaría irme más tranquilo al viaje que emprendería.

Rodeó mi cuello con sus pequeños brazos, besó con intensidad mi mejilla, muchas veces.

—Te amo mucho, papá hermoso, bello, que me va a traer muchas cosas sabrosas y regalos bonitos.

Me eché a reír, acomodé sus cabellos desordenados.

—Tienes aliento de dragón, ahora tu abuela te llevará a asearte los dientes.

—Sí, me vas a traer cosas bonitas, ¿verdad?

—Claro, mi Leoncia hermosa.

La solté y miré a mi madre, suspiré y me acerqué a ella, también la abracé y besé su mejilla.

—Gracias por cuidarlas, mamá.

—Tranquilo, sé que tienes que trabajar; hace falta una mujer en esta casa, esas niñas necesitan crecer con una madre.

—No, no hace falta.

—Yo vivo demasiado lejos, y no puedo dejar mi vida en la ciudad para venir a cuidarlas siempre —soltó con fastidio fingido y se cruzó de brazos.

—Lo sé, solo te lo pido porque debo ir hoy y volver mañana por la tarde, de lo contrario, le diría a la señora Rosario como siempre.

Sonrió y me dio un beso en la mejilla.

—Eres un buen partido: bello, trabajador, con casa propia, a una que otra no le va a importar que tengas hijas gracias a lo guapo que estás, no pierdas más tiempo, ya tienes treinta y cinco años.

—Treinta y cuatro, madre, deberías saberlo.

Suspiré hondo y me volví a ver a Lucrecia de nuevo, sonreía mirándonos con sus ojitos muy abiertos, intentaba hacerse una coleta en sus cabellos oscuros.

A veces no podía soportar lo que se parecía a su madre: ojos claros, cabello oscuro, mismas facciones, mismos gestos, solo esperaba que mi hija fuera de buen corazón, no como su madre.

Caminé hacia la puerta, mi madre me siguió; Lucrecia me lanzaba besos con la mano diciendo que me amaba mucho.

—Le das un beso a Carlota por mí, que no se levante tan tarde.

—Está bien, hijo, sabes que conmigo tienen régimen militar.

—Tampoco te pases: tienen 6 y 14 años, no lo olvides.

Se echó a reír con malicia, y recostó la cabeza de la puerta.

Subí al Audi negro de la compañía y abrí el portón eléctrico, una inversión que tuve que hacer para garantizar la seguridad del vehículo, era la única forma que tenía de que me dieran viajes largos, que eran lo mejor pagados.

Al salir me aseguré de que no hubiese algún extraño en la calle y cerré el portón con el control; comenzaba mi día laboral a las 4:15 am.

No podía dejar de pensar en las palabras de Lucrecia, ella nunca debió enterarse de que su madre las abandonó como lo hizo, pero la lengua viperina de mi madre no conocía de límites.

Ya habían pasado cuatro años, y Lucrecia se lo tomaba con un raro humor porque ella no recordaba a Lourdes, no como Carlota, quien tenía la herida viva por más terapia que recibiera.

Estaba por incorporarme a la autopista y tomar la vía hacia la casa de la ejecutiva que debía recoger, así que supe que era momento de dejar mis pensamientos de lado.

Llegué a la urbanización cerrada, le escribí un texto para anunciarme; era un lugar bastante más lujoso y exclusivo que aquellos a los que había ido antes haciéndole servicio a los empleados de esa compañía.

Román León

Buenos días, señorita Del Pino, le escribe Román León de Transportes Yaro, estoy en la caseta de vigilancia de la urbanización en la manzana B.

Ruth del Pino

Buenos días, ¿Qué espera?, debe anunciarse con el vigilante, y mi apellido es del Pino, con de minúscula.

«Parece que el viaje será largo», pensé y alcé una ceja al leer su mensaje.

Me bajé del auto y caminé hacia la caseta de vigilancia, se abrió una ventana pequeña, se asomó un hombretón más moreno que yo.




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