Viaje al paraíso imposible

1: Brevis ipsa vita est sed malis fit longior

Son casi las 10 de la noche en la Ciudad de Buenos Aires. Facundo vuelve caminando a trancos largos por la Avenida 9 de Julio, entre persianas que ya se bajaron, basura apilada al lado de contenedores y gente que no tiene un techo y que pide una limosna. Por suerte, era el último día de la semana e iba a poder juntarse con sus amigos a charlar de las mismas anécdotas de siempre, de sus problemas diarios y de su porvenir desesperanzador. Estaba aprisionado en un puesto de trabajo porque no encontraba uno con un mejor salario y porque lo necesitaba para ayudar en su hogar y para cubrir los gastos que aumentaban mes a mes y le comían aún más sus ingresos. Tiraba su CV por todos lados, pero no lo llamaban ni le respondían. Si tenía alguna entrevista, nunca lo volvían a contactar. A cada puesto de trabajo al cual aspiraba había varios postulantes, algunos con más estudios y contactos que él, lo cual se volvía una misión imposible conseguir un trabajo con mayor remuneración. Podía pretender un ascenso, pero estaba cansado de ver siempre las mismas caras y escuchar las mismas voces hace años. Anhelaba, en algún momento, independizarse del hogar de sus padres, pero los altos costos de un alquiler y la inflación que parecía no tener final se lo impedían. Emigrar también era una opción, pero no corría la misma suerte que otros jóvenes con ofertas laborales que les llegaban del exterior o una pequeña libreta que les abría la puerta a otros países. Ahora solo quería pegarse una ducha, comer y prepararse para tomar unas cervezas con su grupo inseparable de amigos.

* * *

Leandro miraba el reloj a cada momento. Ahora quedaban dos horas para que finalice su jornada laboral. Había pocas mesas ocupadas en la pizzería y no salían tantos pedidos para ser un viernes. Hace años que trabajaba en ese local de comidas y había visto como cambiaban los empleados año tras año; pero él seguía ahí, firme y ascendiendo puestos. Leandro, a quien llamaban Randall por el raro jopo que tenía, no veía la hora de que se hicieran las 00:30 y ver el auto de su mejor amigo, Facundo, a quien lo apodaban “Lobo”, lo pasara a buscar para ir a tomar algo. Sus amigos eran su familia, la única familia que tenía, su núcleo de contención. Se había mudado con su novia hace unos meses a un depto por el barrio de Once, agobiado por las disputas familiares que lo rodeaban. De padres separados, con poca comunicación entre ellos, disputas por asuntos financieros entre tíos y poco contacto con sus primos, a quienes veía solo en cumpleaños o reuniones familiares (con suerte, una vez cada un par de meses), Randall decidió irse a vivir con su novia quien, por suerte, gozaba de buena posición económica. A pesar de tener discusiones y peleas menores, como toda pareja, se sentía más tranquilo y se lo notaba más alegre que cuando vivía con su familia. Sin embargo, el momento pleno de felicidad que tenía es cuando se juntaba con sus amigos. Ahí nada importaba, ni la realidad del país ni los problemas que lo aquejaban a diario. Era una realidad diferente, en la que los problemas desaparecían.

* * *

A la “Eminencia” nada le salía bien. Sentía que lo había meado un elefante o que le habían engualichado o maldecido. De disfrutar su trabajo, el cual le había costado conseguir, a hacerse una carga insoportable. De amar los videojuegos y las películas y series a ser un aburrimiento. Nada era lo mismo desde que había cortado con su primera y única novia hace poco más de un año. Todavía seguía hablando con ella y por más que quería olvidarla y seguir su camino, se le era imposible. Tenían tantas cosas en común que extrañaba esa rutina diaria de juntarse con ella. Tener el mismo gusto en cuanto a género de películas y series, seguir la misma carrera, jugar a los mismos videojuegos, odiar los boliches y las multitudes, entre otras cosas. Era su alma gemela. ¿Cuántas chances había de que encuentre a alguien con los mismos gustos y la misma personalidad? 0,01 %. Sentía que le faltaba una pieza, que el corazón estaba incompleto. Trabajaba y jugaba con desgano. Su jefe siempre le estaba criticando algo, ninguna serie o película, por más que todo el público la amara, le parecía buena y perdía todas las partidas en los juegos MMORPG (videojuegos de rol multijugador masivos en línea). Las juntadas que tenía con su grupo de amigos de la secundaria eran un oasis en esa realidad sombría que lo aquejaba. Allí se olvidaba de todo y volvía al pasado con las mismas anécdotas de siempre. Ese pasado en el que era otra persona, una persona llena de energía positiva y que siempre iba para adelante. Por un momento, viajaba en el tiempo y era ese muchacho y se olvidaba del presente lúgubre que estaba padeciendo.

* * *

12:45 y Randall todavía no había salido de la pizzería. Estaba despidiéndose de los cocineros y meseros y todavía le faltaba cambiarse. La Eminencia y el Lobo ya estaban afuera esperándolo. Estaba lloviendo y eso se notaba en las calles de Palermo que estaban vacías para ser un viernes. En las veredas, se empezaban a formar pequeños charcos, al igual que en las calles. El parabrisas estaba encendido, pero a una velocidad moderada. Era una lluvia que solo molestaba y que a la hora cesaría, aunque ellos no descartaban que se intensifique.

Después de unos minutos, Randall salió del local y se sentó atrás del conductor.

  • Siempre tarde vos – le recriminó Facundo a Leandro mientras le daba la mano para cumplir con la formalidad de saludarlo.
  • Deja de quejarte y maneja – le dijo Randall, levantando el tono de voz.
  • Que me das órdenes. Mira que nos bajamos del auto y nos vamos a las piñas ¿Vamos a “La birra de siempre”? – preguntó Facundo, olvidando el hecho de que su amigo le había contestado mal, y sus amigos asintieron. El bar se encontraba a unas cuadras de la pizzería, en frente de una plazoleta.
  • Está re muerto esto – opinó Matías, La Eminencia, para agregar un tema de conversación.
  • La lluvia espantó a todo el mundo. Somos los únicos boludos que salimos – agregó el Lobo concentrado en el volante.
  • Y bueno decime a qué otro lugar podemos ir. No vamos a boliches y siempre vamos a los mismos bares. Elijan algo distinto y listo – consideró Randall que estaba cansado de escuchar las mismas quejas de siempre, pero que no le molestaba frecuentar las mismas birrerías. Facundo y Leandro no emitieron palabra alguna, ya sea porque estaban hartos de discutir sobre lo mismo o porque con ese silencio estaban confirmando lo que decía Randall.




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