Viaje al paraíso imposible

2: Aut viam inveniam aut faciam

El mapa que les había dado el extraño los conducía a Colón, Provincia de Entre Ríos. Bueno… no a Colón exactamente, sino que a una localidad cercana. De todas formas, decidieron parar allí porque había más alojamientos disponibles y un mayor abanico de actividades.

Llegaron cerca de las 13:00 y decidieron almorzar en el hostel. Compartieron milanesas de considerable tamaño acompañadas por fritas y cervezas locales. Ya que estaban de vacaciones, iban a aprovechar para quedarse unos días allí para disfrutar de la costanera y recorrer el Parque Nacional el Palmar. Ninguno había estado antes por esa ciudad y era una buena oportunidad para conocerla.

La x que figuraba en el mapa los llevaba a una estación de tren. La estación estaba ubicada en el pueblo de Villa Elisa, a unos kilómetros de Colón. Las edificaciones eran antiguas y la pintura estaba desgastada y manchada de humedad. Se notaba que no la habían vuelto a pintar en años. El pasto estaba grueso y alto, salvo en las vías por donde el tren turístico solía realizar su recorrido. Los jóvenes recorrieron las instalaciones para ver si encontraban a algún oficial o personal que los pudiera ayudar. No había nadie, lo cual les resultaba extraño porque era la temporada alta de turismo. Suponían que por ser un lunes no estaba abierto y que el servicio solo operaba los fines de semana, que eran los días donde había más movimiento de visitantes.

Después de no encontrar personas y no hallar rastros del extraño que los llevó hasta allí, se recostaron sobre la pared de ladrillos de la estación, debajo del techo de chapa que era lo único que proveía sombra. Bebieron algo de agua para combatir el calor que estaba haciendo. Era pleno verano y las temperaturas estaban por encima de los 30°. ¿La sensación térmica? Preferían ni averiguarlo. Mientras vaciaban la botella de agua que habían comprado en el primer almacén que encontraron, un hombre, que aparentaba ser de mediana edad y vestido de maquinista, se les acercó. Ninguno sabía de dónde había aparecido, pero poco les interesaba.

  • Vinieron al final – les dijo el hombre con una sonrisa en su rostro y un tono alegre.
  • Queremos comprobar si es cierto lo que nos dijo en el bar – el primero en hablar fue la Eminencia. El sujeto asintió con la cabeza y les hizo una seña para que lo siguieran.

Caminaron por las vías con el Sol pegándoles de frente en el rostro, lo cual los obligaba a colocar la mano en la frente para ver. A paso firme, pero sin apuros, el hombre se detuvo en una formación que parecía del siglo pasado. Una formación verde, roja y amarilla que era lo que usaban para los recorridos turísticos. El hombre se paró al lado de la puerta y los invitó a pasar. Los jóvenes se miraron entre ellos, sorprendidos. ¿Les iba a dar un paseo gratis? ¿Por qué los llevó hasta esa estación? ¿Qué les quería mostrar?

  • Ya sé. No entienden porque los traje hasta aquí. Todo viaje empieza en una estación, ya sea de tren o micro o en un aeropuerto o puerto marítimo. Bueno, su viaje a la Tierra Prometida comienza aquí. Después de lo que vivenciarán, sabrán si quieren o no ir a su mundo ideal. Este es el comienzo de su viaje a la Tierra Prometida.

Los jóvenes se volvieron a mirar. ¿Si atravesaban esa puerta, volvería a ocurrir lo que sucedió en el bar? ¿O era una trampa para capturarlos y pedirles plata a sus amigos y familiares? Lobo le hizo una seña a la Eminencia para que él vaya. La Eminencia se señaló con el dedo y Facu asintió con la frente. Mati lo miró a Randall que levantó ambas manos y se desentendió del problema. Bufando, Mati se adelantó y miró al extraño.

  • ¿Me pasará algo malo? – le preguntó la Eminencia. Sus manos temblaban levemente.
  • Nada. Te lo aseguro – le respondió el extraño que seguía sonriendo. Una sonrisa genuina o falsa pensaba Mati que cerró los ojos, respiró varias veces e ingresó en la formación.

Una habitación. Su habitación. ¿Qué hacía ahí? El extraño estaba al lado suyo con el uniforme de maquinista. Observaba la situación con mucha atención. En ningún momento el extraño dirigió su mirada al joven. ¿Por qué estaban viendo lo que hacía en su habitación? Al parecer, estaba jugando en la computadora. Se exaltaba, gritaba de emoción y de bronca, golpeaba la mesa, etc. Lo que haría cualquier persona que es fanática de los videojuegos. Sin embargo, la Eminencia no entendía porque le mostraba eso.

Su habitación desapareció y dio lugar a una secuencia en la que él volvía de su hogar, ingresaba, se recostaba en el sofá o en su cama y se disponía a deslizar el celular. Y así varias veces. ¿A que venía con esa secuencia? ¿Cuál era su intención mostrándole su rutina diaria? Cruzado de brazos, Mati se aburría viendo esas imágenes. No hacía falta que le mostrara su día a día. ¿Qué había ocurrido con la tierra ideal que le prometía? Se estaba impacientando y seguía acumulando dudas a las que ya tenía.

La secuencia se detuvo y lo enfocaron a él, recostado en un sillón y tomando un trago. La imagen se fue alejando y empezaba a mostrar el panorama completo. Gente bebiendo y riendo, otros bailando y sus amigos con sus respectivas novias. Él estaba solo. Solo cual ciervo cuando pierde su manada en el bosque. La Eminencia agachó la cabeza y trató de no ver la imagen que le traía malos recuerdos. Fue después de que había cortado con su novia. Unos meses después.

El extraño lo miró y colocó la mano en uno de sus hombros. Mati dirigió su mirada hacia el sujeto. ¿Por qué le estaba trayendo malos recuerdos? ¿A que iba con esa imagen en particular?

  • No hacía falta mostrarme eso – le dijo la Eminencia.
  • Lo siento. Tenía que hacerlo para que entiendas – Mati seguía sin comprender el motivo por el cual estaba allí.
  • ¿Entender qué? – le preguntó levantando un poco el tono de su voz.
  • Nunca vas a estar solo en tu tierra prometida. Siempre vas a estar acompañado por las personas que más amas – el hombre se le acercó al rostro.
  • ¿Por qué lo decís? – la Eminencia de a poco estaba rechazando la idea de ir allí.
  • Amigos con parejas o con otros amigos incluso. Piénsalo – antes de que pudiera responderle, volvieron a esa estación y ese tren antiguos. El joven se guardó las palabras que le quería decir.




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