Viaje al paraíso imposible

3: Alea iacta est

Ya eran las 13 horas. Habían bordeado la ciudad de Santa Fe y todavía tenían que cruzar la provincia de Córdoba. Ante el rugido de los estómagos, se detuvieron en una parrilla a la vera de la ruta nacional 19 a almorzar. Una parrilla que contaba con precios accesibles y cuyo aroma los hizo frenar de golpe para no pasarla de largo.

  • ¡Es el mejor choripán que probé en mi vida! – aseguró Randall con la boca llena.
  • Come bien, boludo – le señaló Lobo, pero Randall lo ignoró por completo.
  • Nada mal, pero me preocupa el baño del hotel… o de la estación de servicio – dijo La Eminencia que miraba a su sándwich de bondiola que ya había recibido un par de mordidas.
  • Hacete hombre. Comimos en cada lugar de mala muerte – comentó Randall, nuevamente mientras masticaba. Facu le dio una palmada y agitó la cabeza en señal de desaprobación.
  • Un chimpancé come mejor que vos. No aprendes más – le recrimino Lobo a pesar de que sabía que enseñarle modales a Randall era un caso perdido. Acto seguido, se llevó a la mano un buen manojo de papas fritas con kétchup.
  • Cerra el orto y déjame disfrutar el mejor choripán del país –
  • No puedo creer que esté haciendo esto. Lo desastrosa y desoladora que debe ser mi vida que me vine con ustedes a buscar “La Tierra Prometida” – mencionó Lobo y La Eminencia le dio una palmada en la espalda para reconfortarlo.
  • No sos el único. Todos estamos en la misma. Obvio que el tipo ese me genera dudas y sospechas, pero quiero saber de qué se trata esto. Quiero ignorarlo, pero no puedo hacerlo – le dijo Matías para reconfortarlo.
  • Dios… no entiendo cómo estás tan tranquilo. Realmente es una locura lo que estamos haciendo –
  • Lo sé, pero la ansiedad es más fuerte. No puedo quedarme con la duda. Todo lo que nos mostró ese hombre. ¿Es verdad o no? ¿Es cierto lo de la Tierra Prometida? – Matías lo dejó pensando a Facundo con esas preguntas que se quedó quieto y en silencio unos instantes mientras una mosca se le paraba sobre su sándwich.
  • Nunca hablamos de lo que vimos ese día – recordó Leandro, un hecho que se le había pasado por alto a todos.
  • Mal… yo estaba en un crucero. Libre de preocupaciones, sin problemas laborales y financieros. Podía hacer lo que se me daba la gana. Estar tirado todo el día al lado de la pileta o en el bar bailando – Lobo miró al cielo, cerró los ojos y esbozó una sonrisa, imaginándose que volvía a estar en ese lugar de ensueño.
  • Yo estaba en un partido de fútbol y en un recital. Me olvidé de todos los problemas que tenía. Ahí no existen los quilombos ni las crisis. Es una realidad alternativa – afirmó Randall con tono serio.
  • Yo estaba en medio de una montaña. El paisaje más lindo que vi en mi vida. Sacado de un cuento de hadas – la Eminencia se llevó las manos a la cabeza e hizo como si se le explotara. Siguió un silencio más largo de lo habitual. Cada uno estaba procesando lo que había escuchado de sus amigos, lo que había visto cada uno por su cuenta. A pesar de las diferencias, todos llegaron a una conclusión en común: se sintieron plenos, habían alcanzado la felicidad absoluta por una ínfima cantidad de tiempo.
  • Cada uno tiene una concepción distinta de la “Tierra Prometida”. Por eso vivimos situaciones distintas: cada uno tiene una percepción diferente de lo que sería una tierra ideal – Leandro resopló ya que lo aburrían los análisis sesudos que hacía su amigo.
  • Es increíble las diferencias que hay entre cada uno. La manera en la que percibimos la cúspide de la felicidad– afirmó Facundo y sus amigos asintieron.
  • Si…. Y bueno el mundo sería aburrido si todos fueran iguales – agregó la Eminencia que sentía que estaba diciendo algo obvio, pero que sentía la necesidad de decirlo.
  • Una quinta, una playa y una cabaña en la montaña. Que loco, ¿no? – todos se quedaron con los ojos cerrados visualizando esos mundos en los que han estado. Cada uno con sus particularidades y que manifestaba lo que deseaban.
  • Ya me imagino que estamos haciendo este viaje al pedo y terminamos por negarle la oferta al hombre. Tarde o temprano vamos a tener que decidir – le recordó Facundo a sus amigos y señaló el reloj que tenía en la muñeca derecha.
  • Che, Randall. Métele al choripán que no quiero llegar de noche – la Eminencia hacía oídos sordos de lo que le había dicho Lobo y le tiraba la pelota a Leandro, al cual todavía le quedaba mitad de su sanguche.
  • Que manera de hacerte el boludo. Encima manejo yo. No sé porque te haces tanto problema – le respondió Leandro a su amigo que tomaba el último trago de su Coca.

En el segundo tramo del viaje, la Eminencia y Facundo venían dormidos mientras Leandro manejaba escuchando su playlist de su banda favorita de rock nacional. A pesar de que el volumen estaba alto, sus amigos no abrieron los ojos en ningún momento. Estaban en el quinto sueño.

Al llegar a Mina Clavero y parar en una estación de servicio, se levantó la Eminencia que le empezó a cebar mates a su amigo. Facundo seguía dormido en el asiento trasero y recién se iba a levantar cuando estaban por desviarse a la ruta nacional 48, ya en la provincia de San Luis. Ya estaban transitando por caminos sinuosos y por las sierras, características de esa región central del país. A las 19, cuando el Sol estaba por aprestarse a ocultarse, arribaron a la ciudad de Merlo. El hostel en el que se hospedaban era simple, pero tenía lo necesario: cocina y baño privado. Lo había reservado la Eminencia que le prestaba particular atención a las reseñas de los turistas que se habían hospedado los años anteriores. Sus amigos siempre le dejaban la elección del hotel porque casi nunca le erraba.

Esa noche recorrieron el centro de la Ciudad de Merlo, hicieron las compras para el almuerzo de mañana y comieron en un bar con precios razonables. Luego, aprovecharon para ir al casino donde recuperaron la plata que gastaron en la cena. “Arrancamos bien” pensaron. Siempre que se iban de los casinos, lugares donde las posibilidades de salir ganando son escasas, era con caras largas, desanimados, sin plata y teniendo que volver en micro. Siempre prometían que no iban a volver, pero la tentación de ganarle al sistema y de hacerse una diferencia los atraía. Pasadas las 00 se volvieron al hostel, agotados de estar sentados en un asiento durante 10 horas y un puñado de minutos.




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