Viaje al paraíso imposible

4: Amicitiae nostrae memoriam spero sempiternam fore

Después de poco más de cuatro horas y media, recorriendo rutas sinuosas con varias curvas y rodeadas de sierras, pasando por pueblos como Santa Rosa de Calamuchita y Villa General Belgrano, llegaron cerca de las 14 a la Cumbrecita, su próximo destino… ¿y la entrada a la Tierra Prometida?

Luego de almorzar y hacer el check-in en uno de los hostels con arquitectura de estilo alemán, que los hacía sentir en un pueblo en los alpes europeos, se fueron a una de las tantas cascadas que había allí, que solo se podía recorrer a pie, y se sumergieron y perdieron en esas aguas refrescantes para combatir el calor sofocante que los estaba calcinando. Los jóvenes se pusieron debajo del chorro de agua que caía y respiraron aliviados después de resistir el calor por varias horas.

  • Aaaaa, no veo la hora de estar tirado en la playa con unas caipirinhas sin preocuparme por la guita o el laburo - comentó Lobo y sus amigos lo miraron.
  • Tranquilo. No queda nada - le recordó la Eminencia que tenía los ojos cerrados y dejaba como el pequeño chorro de agua le bañara el rostro.
  • Todo el día jugando al fútbol y tomando birra. Que buena vida… - pensó en voz alta Randall. Los tres cerraron los ojos por unos momentos mientras navegaban por sus pensamientos y se dejaban llevar por las imágenes que les mostró el hombre misterioso. Imágenes tan reales que eran imposibles de ignorar. La Eminencia fue el primero en abrir los ojos y su rostro empezó a reflejar preocupación.
  • Esperen… ¿Qué pasará con nosotros? - preguntó la Eminencia y sus amigos se giraron y tornaron la vista hacia él.
  • Vamos a estar en la Tierra Prometida - le respondió Facu y Mati resopló.
  • Ya sé, boludo. Lo que quiero decir es nuestra amistad. ¿Qué va a pasar con eso? - hizo un gesto girando el dedo y señalando a la ronda que habían formado.
  • No lo había pensado eso… - dijo Leandro que se quedó pensando en lo que había dicho su amigo.
  • El único que sabe es el hombre misterioso. Le tendríamos que preguntar a él - sugirió Facu y sus amigos asintieron.
  • ¿Te estás arrepintiendo de venir acá? - le preguntó Randall mirando a la Eminencia. Una pregunta que incomodó a Mati y que se quedó pensando la respuesta.
  • Y… es la vida ideal. Vivir de lo que me gusta y en medio de las sierras, pero… - la Eminencia no sabía cómo terminar su respuesta. “Con toda decisión se gana y se pierde algo. Es demasiado perfecto que nada salga mal”, pensó.
  • Pero no vas a sentir que estamos faltando nosotros. Estás en tu “mundo ideal”. No por algo es la Tierra Prometida - agregó Facu y la Eminencia asintió, pero se quedó reflexionando, con la mano en el mentón, si realmente extrañaría a sus amigos en esa realidad perfecta.
  • La única forma de averiguarlo es entrando - afirmó Randall con firmeza.
  • Buen punto. Che… cómo fuiste cambiando de idea a medida que íbamos entrando por distintas puertas - le señaló irónicamente la Eminencia a Lobo.
  • Me convenció esa vida. Si te venden una vida libre de preocupaciones y cargas, ¿qué harías? Eso se responde solo - le dijo Facu, cuya mente estaba en las playas blancas de aguas cristalinas que le había enseñado el hombre sin nombre.
  • Muy cierto… no se puede combatir contra eso. Es un pasaje de ida a la felicidad. Un boleto dorado - recalcó la Eminencia y volvió a cerrar los ojos y a pensar en las montañas, las hojas coloridas, la cabaña de roble, las hojas con sus dibujos y…
  • Bueno… yo voy saliendo. Me voy a tomar unos mates - les dijo Randall a sus amigos que seguían disfrutando de las aguas de la cascada.

Los muchachos decidieron esperar un día más y aprovechar de las vistas serranas del pueblo, de los frondosos bosques, de los ríos que lo atravesaban y de su arquitectura con tintes alpinos. Esa misma noche, los jóvenes fueron al pequeño centro del pueblo y se sentaron en una de las mesas de afuera de los pocos bares que había allí. La luna llena brillaba alto sobre las sierras y el viento soplaba levemente.

Ordenaron una jarra enorme de cerveza para matar la sed y acompañaron las birras con unas milanesas napolitanas para compartir. La temperatura había bajado por la noche y tuvieron que ponerse unos buzos para abrigarse del inesperado frío que estaba haciendo.

  • Brindemos. Por esta amistad - propuso la Eminencia luego de que Leandro le haya servido a Lobo.
  • Más bien - exclamó Randall y los jóvenes chocaron con fuerza sus vasos salpicando algo de cerveza en la mesa de madera. Acto seguido, les dieron un buen sorbo a sus pintas.
  • Quedan tan solo unas horas muchachos. Si no los vuelvo a ver, fue un placer haber compartido tantos momentos con ustedes. Tanto buenos como malos. Más malos que buenos, pero bue… - dijo Facu mientras sus amigos se reían y volvían a chocar sus vasos. ¿Será su última noche juntos? pensaba la Eminencia que ocultaba sus inquietudes detrás de una sonrisa. A pesar de haberlo hablado, ese asunto no le dejaba de rondar en la mente. Sólo había una forma de averiguarlo.

Al día siguiente, alrededor de las 7 de la tarde, emprendieron el camino hacia la capilla, que era el punto que indicaba el mapa. El cielo era una paleta de colores fríos y cálidos como si el día y la noche estuvieran entablando una batalla. Desde tonos naranjas hasta púrpuras decoraban el cielo que se preparaba para que el Sol le pase la posta a la Luna. Los jóvenes transitaban por un camino de tierra rodeado de árboles que debían existir desde el principio de los tiempos y que formaban un túnel con sus frondosas ramas y hojas. Los árboles evitaban el paso de los rayos solares y parecía que ya había oscurecido por completo. El camino hasta la capilla era una subida de poca altitud y de tan solo unos metros desde el centro del pueblito.

Al llegar a la parte más elevada, se encontraba una pequeña capilla blanca de arquitectura alpina que conservaba un buen estado a pesar de los años. Un pasadizo de piedra llevaba a la puerta de madera. Los amigos se miraron entre ellos y se acercaron a la puerta sin golpearla. Miraron para todos lados, pero no había nadie en los alrededores. Solo estaban ellos y esa puerta. Cansado de esperar, Randall apoyó una de las manos en la puerta, pero Lobo lo detuvo en seco.

  • ¡¿Qué haces?! - le recriminó su amigo.
  • Voy a abrir la puerta. Este es el lugar. O vamos a dejar que nos maten los mosquitos - le respondió Randall señalando el picaporte bañado de negro.
  • Aguanta un poco. No pasaron ni dos minutos - le recordó Facu y Leandro resopló como un nene que le pide algo a sus padres.
  • Estaría bueno saber qué tenemos que hacer ahora - mencionó la Eminencia.
  • Habría estado bueno que nos den un manual de instrucciones - comentó Leandro que estaba repiqueteando el piso de piedra con una de las piernas.
  • Deja de hacer eso. Es molesto - le pidió Lobo y Randall volvió a resoplar.
  • Pero viejo… todo les va a molestar. Para eso me quedaba más tiempo en la olla -
  • Dejen de discutir por boludeces. Ya estamos aquí. Estábamos en la misma en esa mina abandonada y al final el tipo apareció - les recordó la Eminencia a sus amigos que calmaron sus ánimos y se fundieron en un abrazo.
  • Siempre aparece de la nada. Podría avisar alguna vez. En el bar nos llevó a otra puerta, y en la vieja estación de tren y la mina abandonada se materializó de un momento a otro - se quejó Randall que, al momento en que escupía sus quejas, apareció un hombre vestido con una túnica blanca larga, cuyo rostro estaba tapado por la capucha de esa vestimenta.
  • Pero perdería el efecto sorpresa. No tendría gracia - dijo el hombre misterioso con tono amistoso y los jóvenes se rieron tímidamente, salvo Randall que se sobresaltó.
  • Lo siento. No sabía que ya había llegado – el hombre asintió con la cabeza como si no le hubiera molestado las críticas del joven.
  • Mmmm…. - la Eminencia no sabía cómo decirle al hombre que venían para ingresar a la Tierra Prometida.
  • Quédense tranquilos. Sé que están aquí para entrar a la Tierra Prometida. Ustedes tienen las llaves (me imagino) y yo puedo enseñarles la entrada, pero, como bien saben, siempre hay que realizar un sacrificio - los amigos se miraron entre ellos y respiraron profundo.
  • No, tranquilos. No me refería a ustedes - el hombre les hizo señas con las manos de que se calmen y los jóvenes se aliviaron. ¿Qué tendrían que sacrificar para entrar a la Tierra Prometida? ¿Dinero, amor, familia, salud? ¿Qué les pediría ese hombre de incógnito?
  • Un sacrificio a cambio de felicidad para toda la vida. Nunca fue tan fácil decidir - opinó Lobo que fue el primero de sus amigos en dar un paso al frente. Randall y la Eminencia lo miraron perplejos. Fue el que más resistencia opuso a la hora de hacer ese viaje y el más crítico a la hora de hacerlo. Ahora era el primero en querer ingresar a su mundo ideal.
  • Muy bien. Así que estás dispuesto a entrar a la Tierra Prometida - el joven asintió con la cabeza y fijó su mirada en la puerta de la capilla.
  • No te voy a detener. Una vez que ingreses por esa puerta, el sacrificio estará completo - el hombre misterioso se apartó a un lado y le hizo un ademán, invitándolo a cruzar la puerta. Facu miró a sus amigos y les dio un abrazo fuerte antes de tirar del pestillo de la puerta.




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