Después de cenar, Mati y Eze se fueron a tomar unas birras por el Barrio Chino, en uno de los puestos que estaba debajo del viaducto del tren. Eze estaba cabeceando y bostezando cada 5 minutos y sus ojos luchaban contra una fuerza invisible que los quería cerrar.
Eze ni sabía cómo funcionaba la dimensión de las almas. Le había funcionado el ritual de entrada a ese mundo y el proceso de proyección de recuerdos. Sin embargo, se preguntaba si iba a funcionar también con Facu y Leandro. Nadie le podía asegurar de que iba a volver a dar buenos resultados. Encima, no sabía a qué se refería el curandero cuando decía “demasiado tarde”. ¿Había un límite de tiempo o se refería a “alguien” o “algo”? Esa era la mayor preocupación que tenía, por eso quería llevar a cabo todo lo más rápido posible o si no…
Al día siguiente, se levantó a las 11, lo cual llamó la atención de su madre que se lo hizo saber. Había dormido casi 11 horas y se sentía rejuvenecido después de estar al borde del colapso. Viajar al mundo de las almas conllevaba un desgaste enorme de energía, tanto física como mental, e iba a tener que acostumbrarse a eso.
Le quedaban dos incursiones más: Lobo y Randall. Le gustaría poder viajar a ambos mundos en un solo día, pero con el poco conocimiento que tenía de la dimensión de las almas, sería un acto suicida hacerlo. No sabía cómo le iba a responder su salud y mente o las consecuencias que le acarrearía por el resto de su vida llevar a cabo semejante locura.
Primero iba a rescatar al alma de Lobo, luego la de Randall. No era que tuviera preferencia, sino que decidió al azar. Hace años que no los veía así que no podía saber con quién tenía más afinidad. Sin embargo, era lo que menos le importaba en ese momento y solo quería que dejaran de ser seres que no sentían ni transmitían sentimientos.
La Eminencia volvió a ser la persona que había conocido. Le mando varios audios y mensajes deseándole suerte y quedaron en verse si el operativo de recuperación de las almas era un éxito. El Káiser le prometió que lo iba a llamar o mandar un mensaje luego de la incursión que iba a llevar a cabo ese día, después del almuerzo. No quería decirle que esperará lo peor por las dudas porque no quería preocuparlo y porque necesitaba recuperarse todavía de todo lo que le había sucedido. Si él no volvía, la razón era obvia. Quería sacarse ese pensamiento negativo, pero tenía que asumir los riesgos que estaba tomando. Sin dar más vueltas, se colocó la máscara, cerró los ojos, manifestó en forma oral al alma a la cual quería viajar y golpeó tres veces la vara. Después de unos segundos, abrió los ojos y…
Se vio a él mismo en la oficina. ¿Qué hacía ahí? ¿Dónde estaba Randall? Eze abrió los brazos y se quedó parado. Había seguido todos los pasos tal como indicaba el libro. ¿Qué había salido mal?
Las paredes blancas, la luz opaca de la oficina, documentos apilados unos sobre otros, estantes colmados de libros, el ruido del teclado que sonaba como las teclas de un piano, el celular que zumbaba a cada momento y, por último, él. Estaba absorto en la pantalla como si estuviera hipnotizado. Así era todos los días de la semana y esa secuencia se daba a veces en fines de semana cuando no llegaba a finalizar un proyecto en la semana.
¿Por qué le mostraban esas imágenes? Estaba de vacaciones. ¿Hacía falta que vea lo que hacía todo el año? La imagen de a poco se fue difuminando y dio paso a él tirado junto con un perro pequeño de color negro en un sofá viendo una película o serie y acariciando a su mascota.
Eze se limitaba a mirar la película de su vida. Una vida sin sobresaltos, sin emoción. Una vida ordinaria y simple que no salía de la rutina diaria. Un ciclo que se repetía todas las semanas. Un ciclo que se iniciaba cuando se despertaba y que terminaba cuando se dormía y que volvía a arrancar. La vida que tiene cualquier mortal. El joven no le encontraba explicación alguna. ¿Qué le querían enseñar? ¿Le querían mostrar que se iba a morir con una vida vacía y aburrida?
Él quería volver al depto de sus viejos y volver a intentarlo, pero no sabía cómo volver. El poco conocimiento que tenía de ese mundo era su mayor debilidad. Estaba indefenso y tenía que limitarse a mirar esas imágenes. Podía gritar, pero no lo iba a escuchar nadie. Sólo estaba él y su yo de los recuerdos que ni lo podía escuchar… hasta que escuchó una voz estruendosa y firme.