Viaje al paraíso imposible

8: Qui totum vult totum perdit

Ver esa silla vacía representaba una pieza del rompecabezas que faltaba. Era como ver esa foto de un acontecimiento importante en el cual un amigo no pudo estar presente por cualquiera que fuese la circunstancia. Los jóvenes miraban la silla cada un par de minutos con la esperanza de que Lobo se materializara allí. Sabían que no iba a aparecer por arte de magia, pero aun así, por sana costumbre, miraban a esa silla de madera como si su amigo estuviera presente. De a poco, el grupo se iba recomponiendo y solo faltaba desbloquear un integrante para completar la banda.

Ya sea por sadismo o para no cometer el mismo error, el grupo (incompleto) se encontró en “La birra de siempre”, pero, en lugar de ingresar al local, se quedaron afuera. No solo por el factor climático (hacía calor y el cielo estaba despejado), sino que también por ese miedo – todavía latente – a que apareciera el sujeto extraño que les había vendido la idea de ir a la Tierra Prometida. En algún momento tenían que entrar, ya sea para ir al baño o pedir una cerveza, pero preferían no ingresar en la medida que fuera posible.

Un lugar al que le tenían cariño, pero también miedo. Esa birrería que alguna vez le había traído buenos recuerdos ahora la consideraban el lugar de inicio de la espiral descendente hacia la Tierra Prometida. Ese había sido el punto de inicio del fatídico viaje hacia una prisión en la cual habían encerrado a sus almas. Cuando miraban la puerta de madera del local, se les venía a la mente a Randall y la Eminencia la viva imagen del hombre de traje apareciendo detrás del letrero que decía “Bienvenidos a la Tierra Prometida”. Enceguecidos por las promesas del hombre y por sus deseos, les cedieron sus almas y perdieron casi un año de sus vidas.

La cerveza no tenía el mismo sabor que le conocían, ya sea más agria, más espesa, más caliente. El ambiente de calma y disfrute que transmitía el bar no era el mismo y la música no sonaba tan bien como lo hacía antes. Esa mancha oscura en la que conocieron al hombre de traje había quedado marcada para siempre, como si fuera la mancha de una camisa que por más que la laven mil veces, esa mancha nunca iba a desaparecer. Pronto mudarían sus reuniones a otro lugar, pero antes tenían que concretar su regreso de la Tierra Prometida.

Con pintas de cerveza de por medio, Eze, con gestos e imitaciones, le contó a Randall todo lo que le había pasado, cómo se había enterado y de qué manera pudo sacarlo de ese estado “zombi” en el que se encontraba. Era lo mismo que le había explicado a la Eminencia sólo que utilizó otras palabras y frases, además de agregar algunos detalles que hacían falta para que no queden dudas por aclarar. Randall no le quitó la vista en todo momento, ni siquiera tocó su pinta. Nunca le había prestado tanta atención a alguien o algo, salvo que fuera un partido de fútbol o su novia. Lo observaba como si fuera un médico que había descubierto la cura contra el cáncer, como un Dios que tenía la fórmula de la inmortalidad.

La Eminencia, a pesar de haber escuchado el mismo relato, pero él como protagonista y con circunstancias distintas, también le prestaba la misma cantidad de atención como si fuera la primera vez que lo escuchaba. No le importaba si su birra se calentaba o no a esa altura. Le fascinaba por lo que había pasado su amigo para sacarlos de ese estado de “momificación” en el que habían estado.

  • Aaaa… ahora tengo que remarla con Giuli. Recomponer las pocas relaciones que tengo con algunos familiares. Va a llevar un buen tiempo… - resopló Randall y le dio un buen sorbo a su cerveza para olvidar los conflictos de pareja.
  • Al menos no estaba de novio, si no me esperaba lo mismo – agregó la Eminencia.
  • Es increíble que no me acuerde de nada, pero realmente era el paraíso – dijo Leandro y Eze le clavó una mirada fría y punzante.
  • Gracias… - dijo irónicamente y su amigo le dio una palmada en el hombro.
  • Estoy jodiendo. Encima, no me acuerdo de nada. Es como si no hubiera vivido este año – agregó Leandro y sus amigos asintieron con la cabeza.
  • Mal… yo tampoco recuerdo nada. Nuestros cuerpos no transmitían nada y funcionaban en modo automático. Es como si hubiéramos perdido un año de nuestras vidas – agregó la Eminencia para reafirmar lo que había dicho su amigo.
  • Solo falta Lobo. Y volveremos a hacer el grupo de siempre– dijo el Káiser mirando la silla que estaba vacía. Se hizo un silencio mientras todos miraban ese espacio vacío que representaba algo más que un vacío en el espacio. Es como si una banda de rock perdiera la esencia por la partida de un integrante. Le faltaba Facu para que ese grupo vuelva a ser feliz en esas juntadas y fines de semana.
  • Ya sé que no vas a querer ayuda, pero si te podemos ayudar en algo… - ya cuando le estaba ofreciendo asistencia, Eze se la estaba negando con el dedo índice.
  • Gracias igual, pero lo voy a hacer yo. Como le dije a Mati, es mejor que estén alejados de todo este asunto. Encima el tipo este se me apareció para convencerme de ir – sus amigos alzaron las cejas y se le abrieron los ojos de par en par.
  • ¿Qué? ¿Es posible eso? – le preguntó Randall alzando el tono de voz.
  • Ni idea. No sé todavía cómo funciona el mundo de las almas. Seguí todos los pasos como había hecho con la Eminencia, pero se me apareció un sujeto de traje que me mostró imágenes de mi día a día – les contó Eze. Había omitido esa parte porque no añadía nada fundamental al relato, además de que no quería asustar a sus amigos o traumarlos más de lo que ya estaban.
  • Que hijo de mil puta. Te quiere embaucar – dijo la Eminencia dando un golpe a la mesa que casi hizo que se rebalsaran los vasos de cerveza y que se dieran vuelta un par de comensales.
  • Lo sé. Es obvio que va a volver a aparecer. Tengo que estar preparado – afirmó el Káiser.
  • Por suerte tienes pruebas de lo que pasa cuando confías en su palabra – dijo Randall y los tres se echaron a reír por un buen rato. Uno de los pocos momentos graciosos que tuvieron en una noche que no dio lugar al humor por la seriedad de los asuntos que se ventilaban.
  • La próxima vez que nos juntemos esa silla estará ocupada por Facu y brindaremos – prometió El Káiser con un tono de voz firme y ya se imaginaba el reencuentro tan esperado.




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