Vidas - Capítulo 3

Capítulo 12

La apretó un poco más entre sus brazos y sonrió con los labios pegados en su cuello. Dios, era simplemente hermosa, no físicamente hablando, era hermosa como persona, como humano. La apretó un poco más y rió cuando ella se quejó levemente. 

 

—Me vas a romper una costilla — rió mientras intentaba girarse en los fuertes brazos de aquel morocho —. ¿A qué hora se van mañana?— indagó. 

 

—A las nueve de la noche sale el avión— dijo un tanto desganado.

 

—Parece que te obligaran a ir a Grecia. ¡Grecia!— remarcó completamente divertida —. Yo estaría saltando por toda la casa si me fuera mañana a Grecia.

 

—Bueno, pero ya he ido, ya conozco — explicó tragándose sus verdaderas razones, es que no la quería atosigar, asfixiarla con su necesidad de tenerla cerca, de besarla cada vez que quisiera, de que creía que esos quince días se mostraban como un panorama aburrido sin ella cerca.

 

—Que niño rico — se burló haciéndolo ampliar su sonrisa y atraparla contra el colchón. Bueno, sí, era un niño rico, pero ella lo decía con mucha ironía. 

 

—Este niño rico te va comer hasta que pierdas la razón— le susurró contra los labios y comenzó a comerla con ganas renovadas. Bueno, al día siguiente se iría, pero aprovecharía toda esa tarde para grabarla en su cuerpo, para que, cuando la extrañara, pudiera recordarla en la piel, en el alma.

 

—Cristian— gimió aferrándose contra sus fuertes hombros por aquella certera estocada que la elevó de la cama.

 

—Sí, así quería escucharte — murmuró con la voz ronca contra su oreja, erizándole cada parte de su cuerpo, llevándola un poquito más lejos.

 

—Oh, Dios— gimió de nuevo ante un nuevo empuje que le acarició todo el interior. 

 

—Dios me parece mucho, sé que soy bueno, pero Dios… — bromeó sin dejar de moverse sobre ella, habiendo reducido sus movimientos en velocidad solo para poder obligar a su mente a formular aquella frase.

 

—Tonto — rió y lo volvió a besar, empujándolo en su interior al clavar sus talones en aquel redondo culo que más de una vez se aguantó las ganas de morder.

 

—Un día me vas a matar — le susurró y siguió empujándose con vicio, con ganas, dejando cada parte de su alma en esa cama, en esa mujer, en ese orgasmo. 

 

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No tardó más de cuarenta minutos en presentarse un chico de servicio al cuarto con un carrito cargado de comida, incluyendo postre y bebida. Alejo agradeció, le dio una buena propina y cerró la puerta luego de que el muchacho se marchó. Volvió a mirar a la amplia cama y a esa montaña de tela que evidenciaba a un cuerpo descansando allí. A paso lento caminó hacia la mesa y se dispuso a abrir aquellos platillos que había encargado, después de todo moría de hambre, por lo que el aroma que le llenó la nariz hizo que su estómago gruñera en afirmación de su estado.

 

Comió lento, degustando los sabores que explotaban en su boca, dejando que todo pasara con un poco de vino. Sonrió cuando vio a el bulto moverse y luego una cabellera rubia, enredada y desprolija, enmarcando un rostro demasiado serio.

 

Sofía, con evidente mal humor, caminó hacia la pequeña mesita y se sentó con fuerza en el pequeño sillón al lado de Alejo. Él se tragó la risa que intentó explotar cuando la rubia le sacó el tenedor de la mano y comenzó a comer un poquito de cada plato. La dejó hacer porque la conocía, porque sabía que si preguntaba ella lo miraría mal y no le diría una mierda.

 

—No me molesta que comas mi comida — dijo divertido —, pero me gustaría seguir alimentándome también. 

 

—No es mi culpa que te trajeran un solo tenedor — murmuró llevando algo de carne a la boca, cerrando los ojos cuando sintió esa salsa un poco dulce, un poco salada, estamparse contra su paladar.

 

—Iba a comer solo — bromeó y la tomó por la mano para tirar de ella y ubicarla sobre sus piernas.

 

Sofía sintió el momento exacto en que el aire se espesaba y el corazón le comenzaba a fallar. Mierda, estaba nerviosa y encantada al mismo tiempo.

 

—Ahora dame de comer también— ordenó el morocho debajo de ella con ese brillo invadiendo cada rincón de sus preciosos ojos celestes.

 

La rubia tragó pesado y forzó una mueca de disgusto, aunque, de igual modo llevó el tenedor hacia el plato, recogiendo un poco de arroz y algo de salsa, para luego acercarlo a esos labios que ya eran su completa perdición. Alejo sonrió y se dejó alimentar, comenzando a acariciar la suave piel de ella, llevando su mano cada vez más arriba, comenzando a sentir su masculinidad despertarse con deseo. Gruñó bajo cuando lo notó, ella no llevaba nada, absolutamente nada, debajo de aquella remera.

 

—Basta — susurró Sofía y algo de dolor se coló en sus palabras. 

 

Alejo detuvo sus caricias y la miró con el ceño fruncido. ¿Qué carajo estaba pasando?¿De qué se estaba perdiendo? Sin más alejó su enorme mano del cuerpo de ella y Sofía aprovechó para ponerse de pie, imponiendo la mayor distancia posible con aquel hombre. 

 

—Gracias por la comida, estaba rica — dijo sonriendo de manera extraña y, sin esperar respuesta, volvió a la enorme cama.

 

Alejo, impactado, silenciado, se mantuvo unos instantes clavado en aquel silloncito, intentando comprender qué pasaba, qué debía hacer. Bueno, devanarse los sesos hasta la madrugada de nada le iba a servir, por lo que se puso de pie, fue al baño a cepillarse los dientes y volvió al cuarto para acostarse al lado de la bonita mujer, atrayéndola hasta su cuerpo, pegándola a él sin saber por qué quería aquello, por qué su cuerpo le pedía eso. Se durmió con ella entre sus brazos, con la suave respiración de Sofía golpeándole el cuello. Se durmió sintiendo que todo estaba en el lugar correcto.




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