Había ido al café solo de casualidad, solo porque le gustaban las bebidas que se servían ahí. Frunció el entrecejo cuando vio a esa mina nueva, esa que era preciosa, bien bonita, típica mujer argentina, de piel dorada, cabellos castaños largos, muy largos, ondulados, un tanto revueltos, con brillos dorados, y esos ojazos marrones, gigantes. Se acercó, componiendo su mejor sonrisa, hasta la barra donde la nueva trabajaba sin parar.
—Hola — saludó apoyándose en la madera.
La muchachita se dio vuelta, con esa deslumbrante sonrisa en los labios y aquel aire accesible, como si hablar con ella fuese lo más sencillo del mundo.
—Buenas tardes — saludó la muchachita con estudiada educación —.¿Qué gusta tomar?— preguntó suavemente.
—Sos nueva, ¿no?— indagó el morocho de cabellos cortos, bien cortos, y ojos oscuros mientras escaseaba con curiosidad a la mujer frente a él.
—No, es Pilar que se hizo la cirugía estética — exclamó Emma saliendo de la cocina, destilando ese aire de chulería que a Pedro lo sacaba de quicio. Bueno, aceptaba que la mina era copada, que su carácter fuerte llamaba la atención, pero en ocasiones, demasiadas ocasiones, lo hacía quedar como un pelotudo.
—Hola, Emma — saludó casi en un gruñido.
—¿Se conocen?— indagó la bonita.
—Es amigo de Cristian, el hermano de Alejo. A veces viene a pedir café, otra a hacer preguntas pelotudas, pero cuando tenés suerte, suerte de verdad, viene y hace ambas — explicó y plantó una sonrisa cargada de sarcasmo.
—También me caes bien — masculló bajito aguantando la ganas de putearla.
—Bueno, parece que hoy tuve suerte — dijo la linda castaña mientras reía bajito. Mierda, la mina estaba buena de verdad, más cuando se reía.
—Te dejo pasar el chiste porque no nos conocemos — respondió él tratando de empujar al fondo de su ser el enojo que brotaba en su pecho —, aunque tendrías que decirme tu nombre primero antes de empezar a tomarme el pelo.
—Está bien — aceptó la muchachita que, según los cálculos del morocho, debía alcanzar apenas los diecinueve años —. Soy Guadalupe — dijo y le sonrió más bonito.
—Un gusto, Guadalupe — saludó él ignorando a la imbécil de Emma que hacía vaya a saber qué carajos ahí, parada, al lado de ellos.
—Es la hermanita de Ema — explicó la castaña de carácter de mierda —, asique no te hagas el vivo — advirtió.
Y ahí Pedro comprendió un poco más. Es que tenía que aceptar que Emanuel era un tipo fachero, lindo, de esos que usan la barba cortada bien prolija y se les nota el físico atlético. Bueno, al parecer esa familia tenía buenos genes.
—¿Hermanita?— preguntó divertida la menor de las mujeres —. Ya soy mayor de edad — agregó divertida.
—¿Veintiuno o dieciocho?— indagó el morocho confundido por esa doble legalidad que daba el Estado argentino.
—Dieciocho — respondió con el orgullo que muestran esos que acaban de cumplir aquella mayoría de edad.
—Muy pequeña — murmuró Emma apretándola entre sus brazos, pareciendo una tía orgullosa de su única sobrina.
—¡Basta, Emma!— rió la pequeña —. Ya te pareces a mis hermanos — exclamó divertida entre los brazos de esa mujer que tan bien le caía.
—¿Tenés otro hermano?
—Una hermana que es la más grande de los tres — explicó la pequeña y no le pasó el gesto de aquel morocho.
Pedro rápidamente había hecho algunos cálculos y, sabía, que Emanuel tenía la edad de Emma, o sea, dos años más que él, asique esa hermana de la que hablaba debía tener unos veintiséis o veintisiete. Buena edad, experimentada edad.
—Está más buena que yo — explicó la castaña preciosa —, y eso que sé que soy linda — agregó divertida, completamente consciente de las miradas que se robaba, pero aún más consciente de que su hermana mayor era toda una hermosura, sumamente ignorante de su propia belleza, haciendo de aquel aspecto uno más atractivo, más llamativo para el ojo humano —, pero tiene un novio que es un pelotudo.
—Uno bien grande — secundó Emma.
—Lamentablemente mi estúpida hermana está hasta las manos con el chabón.
—Aunque la gorrea a cagar — agregó la mayor.
—Exacto — afirmó Guadalupe —. Por eso no hay que estar en una pareja monogámica, así solo te cagan — explicó segura de sus palabras.
—Me estás cayendo muy bien — dijo Pedro y rió con ganas cuando la pequeña le guiñó el ojo. Sí, esa minita le caía bien y estaba bastante buena, una combinación que no iba a perderse de degustar.
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—Pili, ¿podemos hablar?— preguntó en cuanto vió a su hermano encerrarse en el baño.
—Sí— dijo con una sonrisa.
Salieron a esa enorme terraza que apuntaba directo al mar, directo a la infinidad del Atlántico y sus revueltas aguas.
—Sabés que sos una de las minas que más quiero en el mundo, que te adoro como a nadie y me parecés la persona más buena — explicó ignorando la cara de confusión que se pintó en el rostro de la castaña —, pero Cris es mi hermano, y al chabón lo amo fuerte.
—Al punto, Ale — pidió viendo que aquellas palabras la confundían más que aclararle de a qué venía tanto palabrerío.
—Solamente te quiero pedir, como hermano, que si no te pasa nada con él, que si todo esto es solo para un rato y ya, que des un paso al costado. No te estoy acusando de nada— aclaró ante el ceño fruncido de su amiga —, y entiendo, re entiendo, si esto es solo para pasar el rato.
—Pero…
—Pero si es ese el caso prefiero que no sigas en esa, por favor — pidió con sinceridad.
—Ale, yo… — susurró nerviosa y se revolvió el pelito que ya estaba bastante rebelde por la brisa constante —. Entiendo. Lo voy a pensar bien, ¿si?