Vidas - Capítulo 3

Capítulo 17

Cristian se observaba enojado, no, más que enojado, agotado. Sí, estaba agotado de que el imbécil de Pedro, junto con Santiago, no dejaran de planificar una fiesta de bienvenida, la segunda en menos de un mes, porque había regresado de su pequeño viaje a la costa. Ya no sabía cómo hacerles entender a aquel par que no quería hacer nada, que no tenía ganas de nada. Por suerte Martín estaba bastante callado, muy concentrado en analizarlo a él y su constante negativa a todo en los últimos dos meses.

 

—Puta, que pendejo de mierda. ¡Dale, pues!— gruñó Pedro y se volvió a sentar en aquella reposera al lado de la enorme piscina que adornaba el patio del rubio.

 

—Todo bien, hagan los que se les cante el culo, pero yo no voy a ir — dijo recordando la última fiesta que se le terminó yendo de las manos, esa fiesta de la que no recordaba una buena parte.

 

—¿Qué tanta negación?¿Acaso te hacés el estrella, pelotudo?— indagó de mal modo Santiago.

 

—Nada que ver, son ustedes que no entienden un no — respondió en igual modo. ¿Por qué los aguantaba? Ya ni sabía,  sobre todo a Santiago que era un tipo, de verdad, de mierda, bien de mierda.

 

—Dale, pajero, decinos qué pasa — invitó Martín intentando poner un poco de paños fríos al asunto.

 

Cristian se revolvió el pelo y decidió decir la verdad, de última si largaban una sola boludez sobre Pili los cagaba a piñas y ya. Listo.

 

—Estoy saliendo con una mina — dijo sin mirarlos —, no está en nuestras movidas y tampoco quiero meterla — explicó rápidamente. 

 

—¿Me estás jodiendo?— rió un tanto nervioso Pedro.

 

—No, las cosas como son. Yo estoy viendo a una flaca y no me pinta…

 

—¿Vas a ser un pelotudo porque una mina te está dejando que la cogas?— preguntó Santiago.

 

Bueno, esa era una de las respuestas que no estaba dispuesta a tolerar. Él no cogía con Pilar y ya, ella no era una minita más y listo, y mejor que ese trío de pelotudos lo empezaran a entender.

 

Rápidamente se puso de pie y enfrentó al chabón, con los puños apretados a su costado y la mandíbula tensionada, se le acercó tanto que sus frentes casi se rozaban, se enojó tanto que estaba a punto de perder el control, y eso que fue uno de los comentarios de menor calibre que podían tirar aquellos flacos.

 

—Volvés a decir una pelotudez como esa y te bajo los dientes— le gruñó mirándolo directo a los ojos.

 

No, Santiago no se iba a achicar y dio un paso más, desafiando, presionando.

 

—Fa, chabón, debe chupar la pija muy bien para que saltes así — provocó.

 

—Te fuiste a la mierda — gruñó y los brazos de Martín lo detuvieron antes que le rompiera la cara al infeliz.

 

—No puedo creer que me vas a pegar por una pelotuda cualquiera — gruñó Santiago retorciéndose entre los brazos de Pedro quien no parecía demasiado feliz con aquella nueva verdad.

 

—¡Dejá de decir huevadas, violín de mierda!— gritó señalándolo, siendo sostenido por los brazos de aquel rubio a su espalda.

 

Santiago se tensó en su lugar, sintió la sangre abandonarle el cuerpo y aquella mirada que le gritaba una verdad que nadie sabía, o eso creía él. Bueno, al parecer Cristian se había enterado de esa historia de mierda, de esa mentira monumental, y ahora se la escupía en la cara frente a todos. Y ahí, ahí entendió por qué ese flaquito, desde hacía varios años, lo trataba con extrema frialdad, casi con asco.

 

—Vamos, Santiago, dejalo al infeliz este — murmuró Pedro arrancándolo de sus pensamientos. El morocho tomó a su amigo con fuerza del brazo y lo sacó de ahí con rapidez. No quería quedarse a ver cómo su amigo los desplazaba, los dejaba de lado, por una mina que, seguramente, solo buscaba unos cuantos regalos lujosos y unos meses de la buena vida. No, él no caería jamás en eso y no podía creer que sus amigos fuesen tan imbéciles de terminar atrapados así. 

 

—Ya está — ordenó Martín al saber que su amigo intentaba soltarse para ir detrás de aquel par que abandonaban la casa.

 

—Son unos pelotudos — gruñó con mal humor, caminando en círculos, como si fuese una fiera enjaulada.

 

—Tranquilo, vení — invitó sentándose en ese enorme sillón que descansaba al lado de la enorme puerta/ventana.

 

Cristian obedeció de mala gana y se dejó caer en ese cómodo lugar, dándole a su cuerpo el tiempo para relajarse, para quitarse la furia que quería devorarlo y salir a reclamar un ajuste de cuentas. Bueno, debía aceptar que los comentarios no habían sido para tanto espamento, pero, conociendo a ese par, estaba seguro que pronto circularían rumores de los más variados.

 

—Ahora contame de la minita — invitó con calma el rubio.

 

Cristian sonrió mientras observaba a su amigo. Era verdad lo que decía Maiia, ¿para qué quería al otro par si estaba ese rubio y el otro con cabellos de igual color, que siempre estaban a su lado, que le tiraban un poquito de paz en los momentos más difíciles? 

 

—Es Pili — confesó dejando una sonrisa boba en su rostro.

 

—¿La amiga de Alejo?— preguntó completamente impactado. 

 

Cristian asintió y se dejó llevar por la charla, por la historia, por los años, por los recuerdos, por cada pequeña fracción de su vida que incluyera a esa muchacha de cabellos castaños y sonrisa amplia, a esa chica que le había robado el corazón sin saberlo, sin siquiera intentarlo. Cerró los ojos y rió con ganas cuando Martín confesó que la había encarado un par de veces y jamás le dio ni una oportunidad, nada, cero.

 

—Ella es así, no le importa la guita que tengas o lo fachero que seas, parece que solo está con quien realmente le llama la atención, asique, bien por vos — felicitó el rubio con una sincera sonrisa en el rostro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.