Vidas - Capítulo 3

Capítulo 18

Se acercaron juntos al baño, como si aquel palito pudiera herirlos mortalmente. Tragaron pesado y a la cuenta de tres vieron el resultado. Todo se volvió a detener, todo volvió a frenarse solo para saber la respuesta a aquella pregunta.

 

Negativo. Respiraron como si nunca lo hubiese hecho, como si esa fuese su primera bocanada de aire. Respiración. Negativo. Y las lágrimas brotaron solas de los ojitos de aquella rubia. Negativo. 

 

—Dios — susurró Alejo sintiendo ese peso espantoso abandonar su cuerpo —. ¡Vení acá, la puta madre! — gritó y abrazó con fuerza a esa rubia que reía histérica. 

 

—¡Vamos no más!— gritó como si estuviese festejando un gol de su equipo de fútbol. 

 

Salieron del pequeño sanitario riendo de nada, felices por todo. Se ubicaron en el balcón y prendieron un pucho para compartir. Negativo, se repetía en sus cabezas y cada vez era igual, la oleada de alivio les recorría toda la espalda y se ubicaba en lo alto de sus cabezas.

 

—Estaba re cagada — confesó riendo —, le voy a avisar a Pili — agregó tomando el teléfono entre sus manos para darle a su amiga la buena nueva.

 

Alejo la contempló unos instantes y rió con felicidad. ¿Asique su amiga también sabía y se había quedado bien calladita? Ya arreglaría cuentas con la castaña.

 

—Vení— volvió a decirle y la atrajo contra él—. Nunca más lo hacemos sin forro — bromeó pero solo él rió.

 

Al bajar sus celestes ojos hacia la mujer la encontró con su mirada clavada en algún punto a su costado, evitándolo de nuevo, otra vez con aquella actitud que tanto lo confundía. 

 

—Boluda, ¿me vas a decir qué pasa? Porque esta cosa tuya no era por lo del embarazo es de antes de todo esto. ¿Qué mierda pasa, Sofi?— preguntó con poca paciencia.

 

—Ya no quiero seguir con lo que sea que tengamos — le confesó bajito, sin mirarlo, haciéndole un daño que no esperaba.

 

—¿Por?— indagó separándose de la mujer.

 

—Yo siento cosas por vos y si seguimos voy a terminar hasta las manos — dijo mirando al piso.

 

—Ay, Sofi— susurró dolido.

 

—Yo entiendo, sé que no sentís lo mismo, asique prefiero que todo quede acá antes de hacerme mierda — explicó y ahora sí levantó su rostro para mirarlo de frente —. No te critico, siempre fuiste muy claro con lo que querías, pero no lo pude controlar y cuando me di cuenta ya era tarde — confesó. 

 

—Pucha, rubia — se quejó y la abrazó de nuevo. Bueno, no es que le pudiera decir nada en especial, las cosas como eran y ya. Él no sentía nada más que una fuerte atracción, pero no era algo que lo impulsara a ir más allá con la relación y ella, bueno, al parecer tomaba una sabia decisión al apartarse antes que el daño fuese mayor.

 

Alejo apoyó la frente en la de ella y se mantuvo en silencio, sabía que nada de lo que dijera aligeraría el mal momento, es más, solo quedarían como palabras de pena, y eso era lo último que quería transmitir.

 

—No me beses, por favor — susurró ella y ahí se dio cuenta que estaba muy cerca, demasiado cerca, como si su cuerpo quisiera hacer algo a lo que su mente se oponía, como si necesitara despedirse por más que eso la rompiera en mil pedazos. 

 

—Perdón — dijo y se despegó de ella —. Creo que mejor me voy — agregó señalando la puerta.

 

Sofía asintió en silencio y lo acompañó hasta la entrada. Listo, eso era todo, ya no había nada más que decir, nada por hacer, solo despedirse como lo estaban haciendo, solo grabar por última vez la imagen de esa amplia espalda que se alejaba de ella para siempre, para no volver.

 

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Se dió cuenta que estaba completamente solo cuando miró a su derecha y no encontró a Santiago, cuando giró a la izquierda y no vió a Agustina, cuando, en un giro completo sobre su eje, no encontró a ninguno de los pajeros que lo habían obligado a ir a ese boliche de mierda que vendía cerveza barata y peores fernet, todo por un precio realmente estúpido. Comenzó a abrirse paso entre la gente, tratando de alcanzar la salida, de escapar de ese lugar de cuarta con gente de cuarta. Trató de llegar a la puerta pero en el camino se encontró a una castaña preciosa metida en un vestidito negro que se ajustaba perfecto a sus curvas. Sonrió de lado y encaró para donde estaba la muchacha, bueno algo iba a sacar de esa salida de mierda.

 

—Pero a quien tenemos acá — le susurró al oído tomándola con suavidad de esas caderas que se movían sensualmente al compás del reguetón de moda.

 

—El chico de las preguntas boludas — exclamó Guadalupe al mirar sobre su hombro y encontrar a ese flaco que le parecía lindo, nada fuera de esta tierra, pero interesante.

 

—Me gustaría que nunca hubieras escuchado las palabras de Emma — respondió haciéndola girar en sus manos para tenerla de frente, con esos labios rojos tentándolo, con esos ojazos gigantes clavados en él. 

 

—Pena, ya lo hice — rebatió con una sonrisa triunfante.

 

—Bueno, por suerte te encontré esta noche para mostrarte que sé hacer cosas más interesantes que preguntar pelotudeces — susurró con clara intención en su oído adornado por una cantidad increíble de aros.

 

—Mejor empieces a mostrar tus otras habilidades — tentó ella con esa voz preciosa, mordiendo, luego, el lóbulo de la oreja de aquel morocho que gruñó cargado de satisfacción. Sí, la pibita no sólo era preciosa, y lo sabía, sino que encaraba como una campeona. Bueno, no iba a desaprovechar la oportunidad. 

 

Terminaron en un hotel de medio pelo, no tan malo como para temer por tu salud, pero sí menos limpio que uno de servicio premium. Se cansaron de probarse, en miles de posturas diferentes, en miles de espacios diferentes, cumpliendo miles de fantasías para ambos. Es que Guadalupe tenía que aceptar que, aunque el chabón no fuese el más lindo del planeta, lo que tenía entre sus piernas le daba miles de puntos extras, además de que lo sabía usar como pocos. Por su parte, Pedro estaba encantado con esa minita preciosa que de flexibilidad tenía todas las de ganar, que era insaciable, que se veía bien aún transpirada y con los pelos revueltos. Sí, ambos estaban satisfechos cuando abandonaron aquel hotel, cuando salieron a la mañana que comenzaba a despuntar, levantando de nuevo ese calor infernal de Febrero.




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