Vidas - Capítulo 3

Capítulo 20

Despertó sin entender muy bien dónde estaba, aunque nuevamente aliviado por estar vestido. En cuanto sus ojos enfocaron ese techo gris oscuro supo que era su habitación, no tenía el menor recuerdo de cómo había llegado ahí, pero esperó que no implicara su auto estampado contra el garaje. Se estiró sintiendo su estómago resolverse y luego un fuerte carraspeo a su lado. Giró su cabeza y lo vió, Alejo, con los brazos cruzados y el ceño más fruncido que nunca, lo observaba evidentemente enfadado.

 

—¿Me vas a decir qué carajos te pasó por la cabeza?— gruñó el mayor.

 

—¿De qué mierda estás hablando?— preguntó intentando sentarse, sintiendo la garganta seca y las tripas revueltas. Miró en dirección a su hermano, a ese que le extendía su teléfono desbloqueado, ese teléfono que le escupiría una verdad espantosa, horrible.

 

—De eso te hablo.

 

Y Cristian bajó sus ojos hasta esa foto, esa que no tenía idea de cuándo la habían sacado, esa en la que él inhalaba cocaína del pecho de Martina mientras ella miraba a la cámara. Esa en donde lo habían mencionado a él y, por lo tanto, varios conocidos ya la habían visto. Esa en donde su persona quedaba expuesta, desnuda, a la mirada de todos, de absolutamente todos. "Mierda, Pilar".

 

—Ya la vió, es más, ella te fue a buscar a esa fiesta de mierda y te trajo a casa. Ella, intentando no llorar, te trajo a casa — explicó Alejo con el tono endurecido.

 

—¿Cómo… Qué…?

 

—Vió la foto, llamó a Tomas pero no está en Mendoza, asique ella misma fue a sacarte de abajo de esa mina, con la que, por palabras de ella, te estabas besando como si no hubiera más gente alrededor, y te trajo a casa para acostarte. A mí me llamó Tomás para explicarme.

 

—Mierda — susurró poniéndose de pie y rebuscando en su teléfono entre sus contactos hasta dar con el número de ella, necesitaba, tenía que explicarle.

 

Llamó una, dos, cuarenta veces y nada, nunca atendió, igual con los mensajes, igual con todo, ni siquiera atendió cuando intentó llamar desde el teléfono de su hermano. Mierda, mierda y más mierda.

 

—¡Borrá la foto cagada que subiste!— le gritó a Martina que escuchaba al otro lado del teléfono mientras dejaba salir una risita extraña.

 

—Tendrías que haber visto la cara de esa pobretona cuando te encontró — presionó la mujer.

 

—Martina, la concha de tu hermana, borrá ya esa mierda o, te juro, te voy a escrachar en todos lados — gruñó y escuchó el bufido de la minita.

 

—Bueno, pero no es mi culpa que ella no aguante nada — escupió y cortó la llamada.

 

—Mierda — volvió a decir dejándose caer en la cama y enviando un nuevo audio a esa princesa preciosa, intentando, tratando de explicar algo que no se podía explicar, que no servía de nada.

 

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—Carajo que duele mucho — susurró con la voz quebrada y el cuerpo entumecido. Llevaba horas llorando, intentando controlar sus ganas de llamarlo, de escuchar una explicación que la hiciera mágicamente creer que aquello no había sido verdad.

 

—Pucha, Pili, no sé ni qué decirte — murmuró Sofía sentándose a su lado y abrazándola con ese dolorcito en el alma. Es que ella pensaba que Cristian era de los buenos, de los que no hacía estas mierdas.

 

—Parece que estoy destinada a ser la gorriada siempre — murmuró bajito, mirando sus manitos, sintiendo su corazón destrozado.

 

—No seas boluda, no digas huevadas — rebatió la rubia y la apretó un poquito más.

 

—Sí, Sofi, siempre es así, o no me quieren una mierda o me gorrean. Ya fue — exclamó más seria —, parece que no valgo tanto para que alguien vaya conmigo en serio — afirmó con dureza, lastimándose demasiado.

 

—Pilar Nuñez — llamó con seriedad y enojo la chef, poniéndose de pie delante de su amiga para hacerle llegar el mensaje de una manera bien clara —. No digas cualquier pelotudez que se te cruce por la cabeza. Sos la mina más buena que conozco, vales muchísimo, asique déjate de decir huevadas — regañó con firmeza.

 

—Creo que estoy hasta las manos con él, Sofi, y me pasa esto — explicó y bajó la cabecita porque las lágrimas, de nuevo, comenzaron a brotar con fuerza. 

 

—¿Lo amás?— preguntó sabiendo que, cuando su amiga decía aquella frase, solo lo hacía para revelar algo mucho más profundo.

 

—Sí — confirmó y se dejó llevar nuevamente por ese llanto profundo, desgarrador —. Y fue una mierda tener que sacarlo de abajo de esa mina, de tener que ver como le había metido la lengua hasta la garganta, de aguantar la mirada de esa pelotuda que se creía toda una copada por haberse chapado a Cristian. Fue una mierda — susurró y otra ronda de llanto la asaltó con la fuerza de mil crisis, porque exteriorizar aquello, decirlo en voz alta, lo hacía más real, y eso era una mierda.

 

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Sonrió cuando vio ese mensaje en Instagram, ese donde ella le decía que se hiciera cargo de lo que había causado, que ahora otro tipo le resultaba poco porque nadie aguantaba como él, nadie tenía el equipamiento con el que él contaba. Bueno, si a Pedro le faltaba un empujoncito que elevará a la estratosfera su autoestima, éste era el indicado. Escribió una respuesta en donde indicaba que, encantado, se haría cargo de aquellas culpas, y luego propuso hora y lugar de encuentro. No tardó demasiado en llegar la confirmación por lo que se apresuró a ordenar su habitación y darse una ducha rápida. Exactamente media hora después estaba esperando a Guadalupe en esa placita de barrio, él, con sus lentes oscuros puestos, veía como esa minita hermosa se acercaba hasta su posición. Sonrió amplio cuando ella lo hizo y saludó con un beso provocador justo en la comisura del labio de aquella muchacha.




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