Sintió que alguien lo movía despacito y gruñó una puteada que hizo reír a ese alguien. De nuevo esa mano lo samarreaba despacito y de nuevo puteó.
—¿Qué mierda?— masculló abriendo sus ojos, con todo su mal humor aflorando por cada poro de su piel.
—Qué me voy — le susurró Guadalupe demasiado divertida.
—Ah, dale. Nos hablamos — escupió sin pensar y se volvió a acostar al lado de esa pelirroja que dormía ajena a todo.
—Te dejé la camisa en el canasto de la ropa sucia — explicó y se fue sin más, sin un beso de despedida ni promesas de mensajes, solo se fue porque ese Uber ya esperaba en la puerta de aquel lujoso barrio privado, puerta que, para suerte de la castaña, estaba a sólo unas casas de la del muchacho.
Salió intentando no hacer ruido, no despertar a ninguno de los que dormía en la planta baja, esperando que nadie la detenga porque estaba cansada y solo quería volver a su casa, darse un baño, desayunar con su familia y acostarse a dormir buena parte de la mañana. A la tarde seguro le tocaba ir al café, ya que, para su suerte, a Alejo le había gustado su desempeño y la tomó para cubrir los francos del resto de los mozos. No, no le hacía falta trabajar, sus padres tenían un buen pasar económico, pero Guadalupe, como sus dos hermanos, les gustaba esa independencia que les daba tener su propio dinero, además de que a ella le ayudaba a pasar un verano sin mucho para hacer.
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Llevaba dos horas mirando el mensaje, ese que decía: "Todo bien Cris, nunca establecimos nada entre nosotros, pero no estoy segura de querer una relación abierta". ¡Y mierda que él tampoco la quería! No, el solo imaginar que alguien, quien fuera, tocara a su preciosa princesa ya lo tenía encendido de bronca. No, él quería algo con ella, solo con ella y nadie más, pero, al parecer su princesa no opinaba lo mismo. A ver, la parte de no querer una relación abierta lo hacía feliz entre tanta mierda, pero la parte en donde ella pensaba que él no la tomaba en serio le nublaba su poco buen humor.
Redactó miles de mensajes intentando explicar, aunque sea un poquito, que nada que ver, que él solo la quería a ella, solo la amaba a ella, pero nada le resultó suficiente, nada le resultó convincente. Borró los textos, patéticos, tristes, suplicantes y dejó el mensaje sin respuesta, dejó todo en silencio mientras que en su cabeza se gritaba a todo pulmón, se recordaba lo infeliz que era, lo imbécil que resultó ser.
Con poco ánimo se puso de pie y salió de su habitación, esa que lo había escondido por dos días enteros. No miró a sus padres cuando la saludaron, preocupados por ese niño que ya era un hombre y sufría, sufría con cada respiración que daba. Caminó directo a su auto, ignorando a su hermano que lo llamaba desde el suyo propio, no queriendo volver a ver esa cara de decepción del mayor de los Martinez. Se subió a su vehículo y salió de allí a velocidad tranquila, esperando que la distancia le calmara un poco el dolor, ese que parecía lacerarle el pecho, abrirlo en dos, romperlo en mil formas al mismo tiempo. Suspiró sintiendo esa punzada en las costillas, esa presión que no le permitía ingresar aire como siempre, esa que le cortaba el aliento. Sintió una nueva lágrima caer, una gota salada resbalar por su mejilla, sacando, exteriorizando ese dolor infinito. No la secó, ya ni se gastaba en hacerlo. No se dió cuenta en qué momento se encontró frente a ese edificio que tanto conocía, que miles de veces había visitado. Bajó con calma, como si nada en el mundo lo apurara, es que así se sentía, ajeno, lejano a todo. Entró como siempre lo hacía, saludó con un corto gesto al tipo de la recepción y marcó para llamar al ascensor. Salió segundos después a ese iluminado pasillo, tan elegante como el edificio en sí, y se detuvo en aquella puerta oscura, enorme. Golpeó sin muchas ganas y aguardó hasta sentir esos pasito al otro lado. Sonrió un poquito cuando vió esos ojos celestes contemplarlo con ternura y una lágrima brotó en cuanto esos bracitos lo envolvieron.
—Tranquilo, lo vamos a solucionar — murmuró Maiia apretándolo un poquito más.
—Yo creo que ya no se puede — murmuró entre el llanto y se dejó consolar, se dejó acunar por esos brazos que siempre lo contenían, siempre lo mantenían de pie. Agradeció a Dios, o lo que sea que exista allá arriba, por poner a esa preciosa amiga en su camino, ese ser que había estado demasiado roto y por eso entendía tan bien el dolor ajeno, porque cuando alguien sufre al nivel que Maiia lo había hecho, entendía el mundo de una manera distinta.
Apretó un poco más a su amiga y se dejó llevar, una vez más, por ese dolor que no lo dejaba respirar.
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Miró por décima vez su teléfono y suspiró agotada. Veía el mensaje leído, había visto el cartel que indicaba que estaba escribiendo, pero la respuesta nunca llegó. Bueno, ahora no solo estaba lastimada mucho más profundo de lo que jamás había estado, sino que también se encontraba completamente confundida. ¿Por qué no envió esos mensajes que, sabía, había escrito?¿Acaso la mandaba a la mierda?¿Acaso él sí quería una relación abierta? Mierda, tal vez él ni siquiera quería una relación y lo que ella había escrito era una boludez para el precioso morocho. Bueno, eso no la hacía sentir mejor.
—Conozco un par de personas que le podrían dar una buena lección — dijo Emma plantándose a su lado.
—No, gracias, tus conocidos dan miedo, bueno, salvo Marco, Ema y Gastón — aclaró.
—No es mi culpa haberme criado en el barrio que lo hice — se defendió haciéndola reír un poquito. Bien, era lindo reír después de tantos días sin hacerlo.
—Gracias amiga por la oferta, pero no la voy a aceptar — respondió y notó el momento exacto que su amiga se tensaba. Giró la cabeza en busca de el por qué a tan extraño comportamiento y lo vió, ese castaño entraba por la puerta del café con su nuevo aire relajado. Bueno, algo de escalofríos le causaba ver a Rodrigo tan tranquilo.