Vidas - Capítulo 3

Capítulo 27

—Si te interesa saber, hoy tiene una cita — le dijo Pilar demasiado feliz. ¿No debería estar triste por la pelea con su hermano? Bueno, parece que no, porque esa sonrisa no era de tristeza.

 

—No me interesa— respondió con mal humor y se dispuso a seguir su camino hacia la oficina de aquel café.

 

—Parece que reservaron en Unión Cervecera — gritó Emma.

 

—No me interesa — respondió en igual tono y se encerró tras su puerta. No quería escuchar ni una sola palabra más, no quería saber nada que la involucrara. ¿Por qué sus amigos no podían entender que ellos habían decidido, como adultos, que era mejor separarse?¿Por qué su pecho dolía cada vez que intentaba forzarse a pensar que aquella había sido una buena elección?

 

No pudo concentrarse más de una hora en su trabajo porque los mensajes de Rodrigo no paraban de llegar. Su amigo jamás le escribía tanto, nunca mandaba más de dos, por lo que ahora tuviera cinco sin leer era extraño. Tomó el aparato y lo desbloqueó con agotamiento. Sólo dos palabras leyó y sus ojos fueron directamente a la imagen que había debajo. ¡Puta madre! ¿Qué mierda hacía su amigo ahí?

 

—Dejá de joder, Rodrigo, no voy a caer en esa — le gruñó en un audio.

 

—Lo que quieras, pero te cuento que estaba acá, re tranquilo, tomando una cervecita, y vi a ese par bastante animado. Pensé que te gustaría saber que ella está bien — respondió su amigo con ese tono monótono que acostumbraba a usar.

 

—Si quisiera saber le preguntaba a Pili y ya — rebatió. 

 

—Bueno, perdón por molestar — devolvió con un humor que Alejo bien conocía. 

 

Trató de volver a concentrarse en sus miles de papeles pero ya no pudo. Agotado, enojado y empacado, salió a toda prisa de su oficina, ignorando la risa de sus dos amigas con las que ya arreglaría cuentas. Manejó como si fuese una urgencia y se acomodó la camisa y el saco antes de entrar al local.

 

Para su suerte aquel par estaba en una mesa al lado de un pasillo que lo guiaba directo hacia donde estaba su amigo. Compuso su mejor sonrisa y caminó directo, estando a un paso se detuvo frente a la pareja y saludó como si recién ahí notara la presencia de ese par que se veía tan desparejo, tan extraño, demasiado raro para su gusto.

 

—Ey, hola — saludó con impostada felicidad.

 

—Alejo, hola — saludó Martín y los ojos celestes del morocho no pudieron ignorar esa enorme mano que se posaba sobre la pequeñísima de Sofía. Muy desiguales, muy extraño.

 

—Hola — saludó ella y la sintió ajena, distante, fría. Odió cada uno de esos sentimientos pero bien supo empujarlo al fondo de su cabeza.

 

—¿Cómo va?— indagó buscando una conversación que lo mantuviera solo unos instantes más allí. 

 

—Todo bien, tomando unas birras — explicó el rubio y Alejo se tragó las ganas de preguntarle qué carajo había pasado por su cabeza para llevar a Sofía, una chef de puta madre, a un bar que servía una comida de calidad dudosa. Se tragó todo y sonrió más, pareciendo casi un demente por lo forzado de su gesto.

 

—Joya. Bueno, me voy que Rodri me espera — dijo y señaló en dirección a la mesa de su amigo, amigo que le regalaba esa estúpida sonrisa que le gustaría sacarle de una trompada.

 

—Dale, nos vemos — saludó Martín mientras que Sofía se mantuvo en silencio, no encontrando la valentía para enfrentar a ese hombre que se plantaba frente a ella después de un mes y medio sin cruzar palabra, después de que ella lo sacó de todas sus redes e intentó extirparlo de su vida, de una vez y para siempre.

 

Alejo esperó unos segundos por alguna palabra de la rubia, pero al aceptar la triste realidad, simplemente continuó su camino. Se sentó frente a su amigo, de espalda al par, enojado con todos, con la vida, con el bar de mierda, con el rubio pajero, con su amigo que sonreía como un infeliz.

 

—¿Qué?— le gruñó quitándole el vaso y tomando la cerveza que, hasta hace dos segundos, pertenecía al castaño.

 

—No dije nada — se defendió el otro.

 

—Pero esa cara de pelotudo me pone de mal humor — gruñó. 

 

—Pensé que era yo el ortiva y vos el relajado. ¿En qué momento cambiamos roles?— indagó demasiado divertido.

 

Alejo gruñó un insulto murmurado y continuó bebiendo de aquella cerveza que le sabía a rabia y enojo.

 

—Dale, Alejo, ¿cuándo lo vas a aceptar?— preguntó su amigo con esos nuevos aires que tenía.

 

—¿Aceptar qué?— preguntó de mal modo. 

 

—Que estás hasta las manos con la rubia y te rompe las pelotas verla acá con el amigo amigo tu hermano — explicó con calma.

 

—¡Qué decís! Nada que ver — se escandalizó. 

 

—Bueno, entonces no te va a joder verlos comerse como lo están haciendo — dijo seriamente y, antes de poderlo controlar, Alejo ya se estaba girando sobre el asiento para ver al par que hablaban tranquilamente sobre vaya a saber qué. 

 

—Pelotudo — masculló con rabia y se aguantó el gesto satisfecho del castaño.

 

—Sí, sos un pelotudo. Te va a ser más fácil si aceptás lo que sentís y, de una buena vez, hacés algo.

 

—¿Y por casa cómo andamos?— preguntó con malicia.

 

—Sabés bien, asique no me vengas con eso — respondió sin perder el buen humor —. Ya pidieron la cuenta, se van a ir — informó volviendo a ponerse serio.

 

—Ya está Rodrigo, dejame en paz.

 

—Pero no entiendo, entonces a qué viniste, digo, si no vas a hacer nada — explicó—. Se están levantando — volvió a informar.

 

—Ni sé para qué vine, me tendría que haber quedado en el café — dijo con mal humor. 

 

—Están por salir — respondió el otro.

 




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