Levantó la mirada de su libro cuando esa preciosa mujer lo llamó con la voz un tanto temblorosa. Llevaban dos años compartiendo departamento, llevaban setecientos veinte días habitando el mismo espacio. Gracias a todo ese tiempo él ya la leía a la perfección, sabía con exacta precisión qué significaba cada tono en su voz, pero ese tono, ese jamás lo había utilizado.
—¿Pasa algo?— indagó poniéndose de pie para rodear la mesa y alcanzar a su princesa que lo contemplaba en el inicio del pasillo.
—Yo… — dijo y mostró un palito que le costó reconocer, uno que indicaba con un más bastante claro que su vida iba a cambiar para siempre, que las cenas para dos pronto quedarían en el pasado y ahora se agregarían miles de juguetes en la sala.
Levantó la mirada con los ojos cubiertos por una fina capa de lágrimas y contempló a su princesa nerviosa, temblorosa.
—¿Es en serio?— preguntó en un susurro cargado de ilusión.
Ella asintió con la cabeza, con los ojitos rebosantes de lágrimas y una sonrisa enorme en el rostro.
—Ay, Dios, princesa — exclamó feliz envolviéndola en un apretado abrazo —. Te amo tanto — susurró contra su piel y luego la besó con esa boba sonrisa en los labios.
—¿Estás feliz?¿De verdad lo estás? — preguntó con temor, es que jamás habían hablado de esto, de formar una familia, de traer una nueva vida a este mundo, por lo que no tenía la menor idea de cómo él podía reaccionar.
—¿De verdad me lo preguntás?— indagó sonriente —. Claro que estoy feliz, princesa — exclamó entre risas —. Mis viejos se van a morir, entre el compromiso de Alejo y esto no pasan de este año — afirmó lleno de felicidad.
—A los míos les decís vos — ordenó ella entre los brazos de su compañero.
—Ah, no, señorita, a mí me tocó lo de irnos a vivir juntos, a vos te toca lo otro — rebatió bien cerquita de esos deliciosos labios.
—No, yo no quiero, estoy muy sensible por esto del embarazo — dijo con sus ojitos llenándose de lágrimas.
—Mierda, princesa, si antes hacías lo que querías conmigo ahora va a ser mil veces peor — susurró y la besó despacito, comenzando a guiarla hacia la habitación, esa que compartían cada noche, esa que fue testigo de varias peleas y sus posteriores reconciliaciones, esas que los ocultó del mundo exterior cuando necesitaban llorar o amar, esa misma en la que Cristian aceptó ayuda de un profesional, uno recomendado por Majo, la hermana de Ema, ese mismo profesional que le enseñó a lidiar con su cabeza y las ideas que allí se fomentaban, ese que le explicó que el futuro no existe, al igual que el pasado, que lo único real y tangible es el presente, que es por el presente que hay que preocuparse y todo lo demás se acomodaría en su correcto lugar.
—Te amo — susurró ella una vez repuesta del orgasmo, aún con su dulce compañero encima de su cuerpo.
—Yo también te amo — dijo besándola con suavidad —. A los dos — susurró y bajó hasta el vientre de su princesa para depositar un tierno besito allí, en el lugar exacto donde se gestaba el fruto de aquel amor. Sí, su psicólogo tenía razón, todo estaba en su correcto lugar.
—————————————
Cinco meses después estaban ambos parados en aquel enorme salón, esperando por esa hermosa rubia mientras que Alejo parecía a punto de morir por los nervios. Pilar sonrió divertida y se acarició nuevamente la barriguita que ya se notaba.
—Ahí viene — susurró Cristian posando su mano sobre el vientre de su princesa y sabiendo que su hermano ya no aguantaba más la espera.
Ni bien el morocho se terminó de acomodar el moño de su traje, la vió entrar, con ese precioso vestido blanco cubriendo su hermoso cuerpo y ese peinado bien bonito decorado por pequeñas perlas blancas. Sonrió sintiendo las lágrimas rodar por sus mejillas y recordando, fugazmente, esa propuesta que tanta planeación le había llevado, esa donde él se alió a los trabajadores de aquel restaurante para que en el momento exacto que ella saliera de la cocina, lista para recibir las felicitaciones por su excelente trabajo, se encontrara con un Alejo arrodillado en medio del salón, mostrando un precioso anillo al mismo tiempo que esa canción preciosa canción francesa sonaba despacito por los parlantes del lugar. Nunca esperó que Sofía, la dura Sofía, llorara ante tal despliegue de romanticismo, y mucho menos que los comensales, obligados espectadores de tanta cosa hermosa, aplaudieran de pie ante la respuesta de la rubia.
Volvió a la realidad, a esa mujer que se paraba a su lado, frente al juez de paz, y le sonreía bien amplio, bien bonito. Escucharon las palabras de aquel hombre y se besaron cuando lo indicaron, sellando, con ese gesto tan común entre ellos, un pacto para toda la vida, o por lo menos para buena parte de ella, asegurándose respetarse por sobre todas las cosas, cuidarse mutuamente y acompañarse como lo habían hecho hasta ese día.
—Te amo — susurró Alejo contra los labios de su reciente esposa.
— Te amo — respondió ella y lo volvió a besar un poquito más, lo hizo sintiendo esa felicidad colmarla al saber que aquel precioso hombre la había aceptado a su lado, le permitía, de ahora en más, compartir para siempre ese tiempo finito que tenían en esta tierra, y no hay nada más impactante que el regalo del tiempo, el aceptar compartir con otro esos segundos que jamás podrás volver a usar, pero que, si se viven junto a las personas indicadas, se vuelven en los más importantes de la vida.
FIN.