Emma compartió con Liam la noticia de la inseminación con entusiasmo, pero la expresión seria de él la hizo dudar. Mientras ella hablaba sobre su anhelo de ser madre y formar una familia, él permanecía distante, sin entender la prisa que la consumía.
—¡Liam! Ya he hablado con el doctor y todo está listo para la inseminación. Estoy muy emocionada.
—Está bien, Emma...
—Pero no te veo tan contento.
—¿Por qué lo dices? Solo...
—¡Es lo que más quiero! Quiero tener un hijo contigo y construir nuestra propia familia.
—No entiendo tu prisa. Aún somos jóvenes.
—¡Pero es mi anhelo! Por favor, comprende que esto significa todo para mí.
—De acuerdo, Emma, no pienso discutir contigo.
Sale de la habitación, dejando a Emma con el ceño fruncido y la sonrisa desdibujada.
Al día siguiente…
—Buenos días, Sr. Davis. Como hemos acordado, hoy realizaremos la inseminación a la Srta. Smith. Todo está listo y el equipo está preparado.
—Buenos días, doctor. Me alegra oírlo. Confío en que todo saldrá perfectamente.
—Hemos tomado todas las precauciones necesarias. La Srta. Smith está en las mejores manos.
—Doctor, permítame reiterar la importancia de la discreción. Ya sabe cómo es la prensa y, además, hay gente que no me desea precisamente nada bueno. Cualquier filtración podría ser desastrosa.
—Entiendo perfectamente su preocupación, Sr. Davis. Le aseguro que la confidencialidad es una de nuestras máximas prioridades. Todo el personal ha firmado un estricto acuerdo de confidencialidad. Además, hemos adoptado medidas adicionales para garantizar que no se produzca ninguna filtración, ni siquiera accidental.
—¿Podría explicarme a qué se refieren estas medidas adicionales?
—Hemos restringido el acceso a la información de este caso a un círculo muy reducido de profesionales, los estrictamente necesarios para llevar a cabo el procedimiento. Además, los registros se manejarán con un código especial y no aparecerán bajo el nombre de la Srta. Smith en ningún sistema general.
—Me tranquiliza oír eso. Es crucial que esto se maneje con la máxima discreción. Se lo agradezco mucho, doctor.
—No tiene de qué, Sr. Davis. Es nuestro deber. Ahora, si me permite, iré a verificar que todo esté listo en el laboratorio. Le mantendré informado.
—Por supuesto, doctor. Gracias de nuevo.
Emma entró en la clínica con una mezcla de nerviosismo y confusión. La ausencia de Liam, su esposo, bajo una excusa poco convincente, la había dejado con una sensación de extrañeza que se intensificó al observar el ambiente.
Todo parecía dispuesto exclusivamente para ella, como si fuera la única paciente del día. Se sentó en la sala de espera, inquieta, con la esperanza de que alguien apareciera en recepción para preguntar por el doctor González.
Sin embargo, la enfermera, debido a una desafortunada confusión, la identificó erróneamente como la paciente a la que el doctor Martínez iba a inseminar.
Austin Davis, un multimillonario reconocido por su discreción, había tomado la decisión de buscar un vientre de alquiler para cumplir su deseo de ser padre. Harto de relaciones superficiales y desprovistas de amor, fruto de su fama como empresario poderoso en el sector turístico y su inmensa fortuna, había optado por este método, evitando así el compromiso del matrimonio o la búsqueda de una pareja convencional. Por lo tanto, la clínica había extremado las precauciones para garantizar la confidencialidad del proceso de Austin, lo que contribuyó a la percepción de Emma de un ambiente inusualmente privado y personalizado.
—¡Qué bueno que llegó, señorita! El doctor la está esperando.
La enfermera no pregunta su nombre, asumiendo que se llama Melanie Smith.
—¿Disculpe? Yo estoy aquí para ver al doctor...
La enfermera la interrumpió amablemente.
—Sí, sí, claro. El doctor Martínez está listo para realizarle la inseminación. Por favor, sígame.
La enfermera comenzó a caminar hacia una puerta que, presumiblemente, daba a la sala de procedimientos.
Sin percatarse del error, comenzó a preparar a Emma para el proceso. Emma, ajena a la confusión, sonreía ilusionada pensando:
«Esto es más rápido de lo que imaginaba».
La idea de estar a punto de ser madre la llenaba de felicidad. Mientras tanto, la enfermera, que acababa de llegar a la clínica, estaba muy nerviosa. La inminente inseminación del hijo de Austin Davis, una eminencia en la ciudad de Toronto, en una madre subrogada, la sometía a una gran presión. No imaginaba que la mujer a la que estaba preparando no era la receptora destinada para el procedimiento del afamado empresario.
Emma, confundida y con voz temblorosa, dijo:
—Estoy muy mareada, creo que voy a vomitar.
La enfermera se detuvo, la miró con una expresión ligeramente extrañada, pero sin sospechar la confusión, y dijo:
—Oh, entiendo. Está muy nerviosa, así que no se preocupe y relájese.