Vientre Equivocado.

Capítulo 2. La traición.

Minutos después, Melanie Smith, la verdadera madre subrogada, apareció frente a la clínica, nerviosa. Había reconsiderado su decisión y no quería gestar un bebé; era una mujer fría a quien solo le importaba el dinero. Apretó su bolso con firmeza, donde llevaba parte del dinero acordado con Austin. De repente, Emma salió y ambas hicieron contacto visual, sin saber quiénes eran realmente la una para la otra. Entretanto, en la puerta de entrada, la enfermera no dejaba de preguntarse si tal vez habían inseminado a la mujer equivocada, pero se esforzó por sacudirse esas inquietantes ideas de la cabeza por su propio bien.

Melanie no entró, sino que salió corriendo como alma que lleva el diablo, huyendo de allí con desesperación reflejada en el rostro. Su corazón latía con fuerza mientras se alejaba, como si cada paso la liberara de un peso insoportable. Tenía un firme propósito en mente: escapar y dejar atrás todo lo sucedido, incluso si eso significaba cruzar fronteras. La idea de comenzar de nuevo en otro país la llenaba de una mezcla de miedo y emoción, pero sabía que era su única opción para liberarse de las cadenas que la ataban a esa vida que nunca había querido.

*****

Emma sintió que se le venía el mundo encima. Había ido emocionada a la constructora para contarle a su marido que se había realizado la inseminación artificial, como habían acordado, pero se llevó una sorpresa mayúscula. La imagen de su marido, el hombre en quien había depositado toda su confianza, traicionándola de manera tan cruel la dejó paralizada: el muy miserable estaba manteniendo relaciones sexuales con su secretaria en su propia oficina sin cerrarla con llave. Con la voz temblorosa y llena de rabia, exclamó:

—¡No me puedo creer lo que estoy viendo! ¡Eres un miserable, Liam! ¿Así es como me pagas por todo lo que hemos construido juntos? ¡Te creía mejor que esto!

Su corazón latía con fuerza y las lágrimas brotaban de sus ojos mientras profería un doloroso grito de decepción con cada palabra.

La secretaria, sorprendida y avergonzada, intentó cubrirse mientras su esposo se levantaba rápidamente, con el rostro pálido y lleno de culpa.

—Emma, espera... No es lo que parece —balbuceó él, pero sus palabras sonaron vacías ante la magnitud de la traición.

—¿No es lo que parece? —replicó ella con desprecio. —¿Acaso hay alguna justificación para esto? ¡Me has roto el corazón!

Finalmente, Emma salió de la oficina destrozada. Cada paso que daba era un eco de la ingratitud de su marido. Sabía que tenía que tomar decisiones difíciles sobre su futuro, pero en ese momento solo podía sentir una mezcla abrumadora de tristeza y rabia. La vida que había imaginado se desvanecía ante sus ojos, pero estaba decidida a recuperar su dignidad y encontrar un nuevo rumbo lejos de esa traición desgarradora, aunque el camino por delante sería incierto y doloroso.

Liam se quedó parado en la puerta de su oficina, sintiendo cómo la frustración y la rabia se acumulaban en su pecho al no poder alcanzar a Emma. Lucero, con una mirada comprensiva, lo tomó del brazo y lo guió de nuevo hacia el interior.

—Liam, creo que es mejor que Emma se haya enterado de nuestra relación —dijo ella con suavidad, intentando calmarlo. Pero él, con la voz tensa, respondió:

—¿Relación? No, Lucero. Emma es mi esposa y debo recuperarla. No puedo permitir que esto se convierta en un escándalo. Tú... tú solo eres un error que cometí y ahora tengo que solucionar las cosas con ella.

La determinación resonó en la oficina mientras Lucero se quedaba en silencio, sintiendo el peso de sus palabras.

*****

Emma caminaba por las calles como un sonámbulo triste, con el corazón oprimido por el recuerdo de su marido revolcándose con su amante en su propia oficina. La tristeza la envolvía como una niebla densa y, en un intento por escapar de la escena, decidió cruzar a la otra acera para coger un taxi. En ese momento, un coche de lujo la rozó, casi atropellándola. Al darse cuenta, se lanzó al suelo, pero aterrizó de manera torpe porque se enredó una sandalia con el pavimento. Del interior del vehículo, emergió un hombre apuesto, de unos treinta años, que irradiaba una elegancia natural que evocaba la aristocracia. Sus modales eran impecables y, a pesar de la situación, Emma no pudo evitar sentirse intrigada por su presencia magnética, como un destello de interés en medio de su desesperación.

—¡Por Dios! Mason, ten más cuidado —dijo el apuesto caballero al bajarse del coche.

—Lo siento, señora, no la vi venir —manifestó el conductor apenado.

—No se preocupe, realmente fue mi culpa. Debí prestar más atención a las señales de tráfico —apuntó Emma, levantándose del suelo y mostrando un ligero aturdimiento.

—¿Se encuentra usted bien? No quiero que esto le cause ningún problema.

—Estoy bien, solo un poco sorprendida. A veces la vida te da golpes inesperados.

—Sí, lo sé muy bien. A veces, la distracción puede llevarnos a situaciones complicadas. ¿Quiere algo de tomar? Tal vez un café para recuperarse.

—Eso suena bien, aunque no creo que un café pueda arreglar mi día.

—A veces, un buen café y una conversación pueden hacer maravillas. ¿Quiere acompañarme?

—Bueno, ¿por qué no?




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