Al final de la ceremonia, cuando los recién casados caminaron por el pasillo, la luz de la tarde iluminó el vestido negro de Alma, resaltando su singularidad. Se dirigieron hacia un futuro incierto, pero juntos, decididos a enfrentar los desafíos que les deparaba su unión.
La ceremonia civil concluyó con la firma de los documentos matrimoniales entre los novios. La solemnidad del momento se vio eclipsada por el gesto del patriarca de los Hall, el abuelo de Thomas, quien, con una sonrisa enigmática, anunció su regalo para la recién casada pareja.
—Enhorabuena, queridos. Como obsequio de bodas, he decidido regalarles una noche en el mejor hotel de la ciudad. Más que una invitación, consideren esto una orden —dijo el anciano con un toque de autoridad en su tono.
Los jóvenes intercambiaron miradas sorprendidas y luego dirigieron su atención al patriarca, quien ya estaba instruyendo a uno de los sirvientes para organizar todos los detalles. No era una opción, sino una decisión ya tomada por el venerable miembro de la familia Hall.
El hotel, conocido por su lujo y sofisticación, se erigía majestuoso en el horizonte de la ciudad. Thomas, acostumbrado a los caprichos de su abuelo, asintió en señal de aceptación. Alma, por su parte, aceptó la situación con una mezcla de enojo y curiosidad sobre lo que les depararía la noche.
Con el auto del patriarca esperándolos, se dirigieron hacia el hotel. El trayecto transcurrió en un silencio cómodo, ambos sumidos en sus pensamientos sobre la relación que acababan de comenzar como esposos. La noche prometía ser todo un reto, aunque la sombra de las expectativas del abuelo de Thomas flotaba en el aire.
Al llegar al hotel, fueron recibidos con una hospitalidad que solo la alta sociedad podía brindar. La suite, meticulosamente decorada, exudaba elegancia y confort. La pareja se miró, compartiendo su incomodidad silenciosa ante el regalo innecesario.
—Es un lugar encantador, ¿no te parece? —comentó Thomas, rompiendo el silencio mientras observaba la ciudad desde la ventana de la suite.
Alma sonrió, apreciando la vista y la oportunidad de disfrutar de esta inesperada «noche especial». Sin embargo, sabía que el regalo del abuelo de Thomas iba más allá de la simple generosidad; tenía la sensación de que algo más se avecinaba en la trama familiar que acababa de ingresar.
La noche se extendía ante ellos, cargada de misterios y promesas. Mientras se preparaban para explorar el hotel y sus instalaciones.
Thomas se encontró con la mirada desafiante de Alma, quien le había dejado claro que, aunque fueran esposos ante los demás, la intimidad entre ellos quedaba excluida de esa fachada. La sugerencia de decidir entre el sofá y la cama colmó el ambiente con una tensión apenas disimulada.
—Bien, Alma. Si eso es lo que deseas, así será —respondió Thomas con un tono más desafiante de lo que pretendía. La idea de dormir en un sofá no le agradaba, pero no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente.
Ella asintió con determinación y señaló hacia la habitación.
—La cama es toda tuya, Thomas. Pero que quede claro, no esperes que cambie de opinión respecto a nuestra relación.
El desafío flotaba en el aire mientras él ingresaba a la habitación. La cama, en el centro de la estancia, parecía más grande de lo que esperaba. Una sensación incómoda se instaló en su pecho, mezcla de frustración y deseo no expresado.
Mientras ella se acomodaba en el sofá, él reflexionaba sobre la situación. La dinámica entre ellos estaba lejos de ser convencional. ¿Cómo habían llegado a este punto, donde la obstinación y la resistencia se entrelazaban de manera tan compleja?
La noche avanzaba con una quietud incómoda. Thomas, acostado en la cama, contemplaba el techo mientras su mente divagaba por caminos inexplorados. Alma, en el sofá, se sumía en sus propios pensamientos. La brecha entre ellos parecía insalvable, pero algo en el aire sugería que la historia apenas comenzaba a desenvolverse.
En algún momento, la oscuridad de la habitación fue interrumpida por el destello de una pantalla de teléfono. Era un mensaje que rompía el silencio de la noche. Revisó el dispositivo y se encontró con una notificación de su abuelo, el patriarca de los Hall. Desde el sofá, lo observaba con curiosidad.
—Parece que el abuelo tiene algo que decirnos —murmuró Thomas mientras leía el mensaje en voz alta. «Noche de bodas inolvidable. Disfruten y recuerden que las apariencias son importantes, pero la realidad puede ser aún más intrigante».
La insinuación del abuelo añadió un matiz de misterio a la ya complicada situación entre ambos. Ella cruzó los brazos con firmeza, su expresión reflejaba una mezcla de enojo y frustración.
—Thomas, no sé qué pretendan mis padres y tu abuelo, pero no estoy dispuesta a llegar más allá. Ya hice lo que querían, ya me vendieron como mercancía, y si me siguen presionando, no les gustará lo que haré.
La habitación del hotel se llenó de una tensión palpable mientras sus palabras resonaban en el aire. Él, sorprendido por la determinación de su recién estrenada esposa, buscó encontrar las palabras adecuadas para responder, pero las emociones tumultuosas lo mantenían en silencio.
—Alma, entiendo que esto no es lo que esperabas, pero ¿realmente crees que tu familia y la mía nos han vendido como mercancía? —inquirió Thomas, tratando de mantener la calma, sintió una punzada de incomodidad al comprender la profundidad de la indignación de ahora esposa. La idea de que ambos fueran utilizados como peones en algún juego maestro desconocido le resultaba tan desconcertante como a ella—. Alma, sé que esto no es ideal para ninguno de nosotros, pero quizás deberíamos tratar de encontrar una solución juntos. No permitamos que las decisiones de nuestras familias dicten por completo nuestra realidad ni que vivamos en un campo de batalla —propuso Thomas, buscando un terreno común, sin embargo, ella no estaba dispuesta a ceder.