Vínculo Forzado

Capítulo V

No entendía totalmente las palabras de ella. ¿Cómo podía ella ser tan cruel, tan despiadada? ¿Qué había hecho para merecer ese trato?

Con un gesto brusco, aventó la puerta detrás de él y salió a la noche, dejando atrás el lujoso apartamento que ahora compartían. La brisa fría de la noche le golpeó en el rostro, pero no pudo sentir nada más que ira y confusión. ¿Qué estaba pasando entre ellos? 

Mientras caminaba por las solitarias calles de la ciudad, se enfrentó a una realidad dolorosa: su matrimonio forzado con Alma estaba lejos de ser lo que había imaginado. Y con cada paso que daba, se preguntaba si alguna vez sería capaz de encontrar algo de paz con esta mujer.

Sintió el peso de la discusión todavía palpitar en sus sienes mientras empujaba la puerta del bar. El aroma a tabaco y whisky lo envolvió al entrar, reconfortante y familiar. Se dirigió hacia la barra, donde la luz tenue dibujaba sombras danzantes sobre los rostros de los clientes.

—¡Thomas, amigo mío! —exclamó Héctor, levantando su vaso en un gesto de saludo.

Él esbozó una sonrisa forzada al ver a sus amigos Héctor y Franco en una esquina, rodeados de botellas vacías y risas contagiosas.

—¡Héctor, Franco! Qué alegría verlos —respondió, tratando de mantener el ánimo. Héctor le palmeó la espalda con entusiasmo, mientras Franco asentía con una sonrisa serena.

—¿Qué te trae por aquí, Thomas? Andas desaparecido —preguntó Franco, observando la tensión en su rostro.

Tomó asiento junto a ellos y pidió una ronda de whisky para aligerar el ambiente. Sus amigos lo miraron expectantes, listos para escuchar su historia. Él les relató a sus amigos todo lo sucedido desde la firma del contrato. 

—He tenido otra discusión con Alma —confesó Thomas, desahogándose en la confianza de sus amigos—. No puedo soportar su terquedad a veces.

Héctor asintió comprensivamente, mientras Franco le ofrecía una palmadita de apoyo en el hombro.

—Muchas veces te dijimos que tu abuelo se cansaría de tu modo de vida. Ahora tienes que lidiar con esa mujer que, segú veo, no te la pondrá fácil,  por gusto el viejo no la escogió —comentó Héctor, tratando de animarlo.

Thomas asintió, agradecido por el consuelo de sus amigos. Sin embargo, su semblante se ensombreció al recordar otro problema.

—Además, al intentar pagar la cuenta, descubrí que mis tarjetas están canceladas —murmuró, sintiendo el peso de la preocupación crecer en su pecho y ahora entiendo sus  palabras al salir. Ella sabía lo que mi abuelo había hecho. —Héctor y Franco intercambiaron miradas preocupadas, comprendiendo la gravedad de la situación.

—¿Qué vas a hacer, Thomas? —preguntó Franco, frunciendo el ceño. —Suspiró, sintiéndose abrumado por la incertidumbre del futuro. Sin embargo, una chispa de determinación brilló en sus ojos.

—Ahora mismo buscaré una solución. Voy a ver qué pretende esa loca y qué habló con mi abuelo—. Sus amigos sonrieron con pesar, levantando sus vasos en un gesto de solidaridad. 

Luego del trago, tomó su chaqueta y comenzó a desandar sus pasos de vuelta al departamento. 

Mientras caminaba de regreso, se sentía abrumado por la incertidumbre de todo lo que estaba sucediendo. Cada paso que daba parecía cargar más peso en sus hombros, y la frialdad de la noche no hacía más que intensificar su sensación de desamparo.

El recuerdo de la discusión con Alma seguía rondando en su mente, y ahora, con la revelación sobre sus tarjetas canceladas, la situación había alcanzado un nivel de complejidad que apenas podía comprender. ¿Qué estaba tramando Alma? ¿Y qué papel jugaba su abuelo en todo esto?

Al llegar al edificio, tomó el elevador con determinación, en su mente luchaba por encontrar respuestas a todas las preguntas que lo atormentaban. Al entrar en el apartamento, se encontró con un silencio opresivo que solo aumentaba su ansiedad.

Ella estaba sentada en el sofá, con una expresión impasible en su rostro. Sus ojos se encontraron con los suyos, y por un instante, pareció que todo el aire se había escapado de la habitación.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Le pregunt. Su voz era, apenas, un susurro cargado de incredulidad.

Alma se levantó lentamente, su mirada fija en él. 

—Veo que regresaste pronto —dijo con un sarcasmo evidente. Se acercó a ella, sintiendo una mezcla de ira y confusión. 

—¿Qué está pasando, Alma? ¿Qué hablaste con mi abuelo? —Ella lo miró fijamente, sin pestañear. 

—Tu abuelo y yo tuvimos una conversación muy interesante —respondió en tono enigmático—. Él se cansó, yo soy su último intento para hacer que cambies.

Las palabras de Alma lo golpearon como un puñetazo en el estómago. ¿Qué había dicho su abuelo? La incertidumbre lo consumía, pero sabía que necesitaba respuestas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, luchando por mantener la calma. Se acercó a él, su rostro apenas a centímetros del suyo. 

Él tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Sentirla cerca, aunque no la soportaba, le afectaba más de lo que quería admitir.

—Tu abuelo me pidió que asumiera la presidencia. Somos los herederos de este gran imperio, pero como te comportas de modo irresponsable, me corresponde a mí ser la CEO. Luego de nuestro forzado matrimonio, acepté con tres condiciones. Primero, viviremos solos; segundo, solo recibirás lo que sea capaz de ganar con tu trabajo; por último, que él no se inmiscuya en los temas de nosotros como matrimonio. 




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