Alma entró en el departamento con la mente llena de pensamientos turbios. El peso de la situación con sus padres y la forma en que habían manipulado su vida la atormentaba. Se sentía como si fuera una pieza de ajedrez en un juego del que no había pedido participar. Mientras se quitaba el abrigo, suspiró profundamente, intentando despejar su mente.
Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de la puerta al cerrarse bruscamente. Thomas entró en la sala con una expresión de frustración en el rostro. Ella lo observó mientras se quitaba los zapatos y se dejaba caer pesadamente en el sofá.
—¿Qué pasa, Thomas? —preguntó, notando de inmediato el tono de su voz.
—El auto se quedó sin combustible en medio de la carretera, y para colmo, la grúa se lo llevó. No tengo dinero encima para sacarlo del depósito —respondió con evidente irritación y suspiró, pasándose una mano por el cabello desordenado.
Alma frunció el ceño, sintiendo cómo el resentimiento brotaba dentro de ella. La idea de que él dependiera de un chofer para ocuparse de esos detalles cotidianos le resultaba exasperante. Se acercó con paso firme, buscando contener su propio enojo.
—¿Cómo es posible que no tengas dinero para sacar el auto del depósito? —inquirió, tratando de mantener la calma. La miró con sorpresa, como si no entendiera su molestia.
—Sabes que mi abuelo, por idea tuya, canceló todas mis tarjetas. No esperaba que esto sucediera —se defendió, pero su tono de voz denotaba cierta incomodidad. Ella apretó los labios con frustración. No podía evitar sentirse molesta por su actitud despreocupada hacia la situación.
—Deberías haber pensado en eso antes de salir sin verificar el combustible. Ya no tienes chófer; en cuanto a las tarjetas, te pasó por vivir a costillas de otros. Yo desde hace mucho tengo independencia económica de mis padres y sus decisiones en ese sentido no me afectan —replicó, con un dejo de reproche en su voz. Su ahora esposo, la miró con cierta incomodidad, consciente de que había cometido un error.
—Lo siento, Alma. No volverá a suceder. ¿Podrías ayudarme a resolver esto? —pidió, reconociendo su error y buscando una solución. Ella asintió, decidida, a superar su propia molestia para ayudarlo en medio de la dificultad, con la esperanza de que aprendiera de sus errores.
—Por supuesto, Thomas. Vamos a resolverlo —respondió, extendiendo una mano hacia él para ayudarlo a levantarse del sofá. Juntos, salieron hacia el depósito.
El sol del atardecer teñía las calles de la ciudad con tonos dorados mientras viajaban juntos hacia el depósito donde habían llevado el auto. En el interior del vehículo, una atmósfera de tensión flotaba entre ellos como si estuvieran a punto de estallar.
Alma rompió el silencio primero, con voz serena pero decidida.
—Necesitamos organizarnos en las tareas del hogar —dijo, buscando su mirada. Él frunció el ceño levemente, sintiéndose incómodo con la sugerencia. Si bien no protestó de inmediato, no le gustó la idea de tener que ocuparse de las tareas domésticas. Después de todo, había estado acostumbrado a que el servicio en la casa de su abuelo se encargaba de todo.
—Supongo que tienes razón —respondió Thomas finalmente, tratando de ocultar su desagrado—. Pero… no estoy seguro de cómo organizarnos. Nunca he tenido que hacer estas cosas antes. —Lo miró con comprensión, notando su reticencia.
—Entiendo que esto sea nuevo para ti, pero es importante que ambos contribuyamos en el hogar— explicó con calma—. ¿Tienes alguna propuesta sobre cómo podríamos hacerlo? —Reflexionó por un momento, tratando de encontrar una solución que satisficiera a ambos. Finalmente, asintió lentamente.
—Podríamos hacer una lista de tareas y asignar responsabilidades— sugirió—. Así cada uno sabría qué le toca hacer. Ella sonrió, encontrando la propuesta de Thomas razonable, y a él le gustó ver por un momento su rostro relajado.
—Eso suena bien. Podemos dividir las tareas de manera equitativa— propuso—. Así ninguno de los dos se sentirá abrumado y compartiremos los gastos. Contraté a una muchacha para que se ocupe de la limpieza y el lavado de la ropa. Comienza el lunes hasta el viernes y trabajará todos los días de ocho de la mañana a tres de la tarde. Es confiable, trabaja para mí desde hace varios años. —Asintió, sintiendo un peso, levantarse de sus hombros al encontrar una solución. Aunque aún le costaba aceptar la idea de asumir responsabilidades domésticas, estaba dispuesto a hacerlo por el bien de la convivencia.
A diferencia de otras veces, esta vez el ambiente estaba tranquilo, como si hubieran acordado una tregua temporal en medio de sus tensiones habituales.
Thomas aprovechó ese momento de relativa calma para observarla con detenimiento. Por primera vez, se permitió apreciarla más allá de sus diferencias y conflictos. La vio hermosa, con una elegancia natural que le había pasado desapercibida en el pasado. Además, pudo percibir una chispa de alegría en su mirada, una determinación que lo intrigaba y atraía.
—Es la primera vez que viajamos así, ¿verdad? —comentó, rompiendo el silencio que había caído entre ellos. Ella asintió, una pequeña sonrisa curvando sus labios.
—Sí, parece que hemos encontrado un momento de paz —respondió, mirando por la ventana con expresión reflexiva.