La alborada tiñó el cielo de matices dorados, iluminando las calles empedradas de Arventia, un lugar donde la magia y la realidad se entrelazaban con la misma sutileza que el hilo de un tejedor. Aina, con su cabello al viento y el corazón palpitando al ritmo frenético de sus pensamientos, se adentró en el mercado semanal. Allí, las risas y los gritos de los vendedores creaban una sinfonía vibrante, que en un instante cargado de electricidad le hizo sentir que el destino estaba más cerca de lo que jamás había imaginado.
Mientras recorría los coloridos puestos, su mirada se detuvo en un antiguo telar de madera. Sus manos, guiadas por un impulso, tocaron la suave tela que colgaba de la estructura. En ese preciso momento, la aldea pareció detenerse. Una visión fugaz atravesó su mente: hilos dorados se entrelazaban, formando un tapiz que resonaba con el eco de su ser. Se vio a sí misma en medio de un laberinto, rodeada de figuras que danzaban en la penumbra, susurros de advertencia flotando en el aire.
Sin poder evitarlo, Aina sintió que el rostro de un joven desconocido emergía de las sombras. Sus ojos, azules como el océano, parecían atravesar su alma y despertar una inquietante familiaridad. Justo cuando su corazón dio un vuelco, un estruendo la sacó de su trance. La normalidad del mercado volvió a apoderarse de ella, pero el eco de la visión siguió resonando dentro de su mente.
Con un nuevo propósito, Aina se dirigió a su hogar, pero la sensación de que algo había cambiado era inquebrantable. La incertidumbre curvaba el aire a su alrededor. ¿Qué significaba aquella visión? A medida que se acercaba a la puerta de su casa, el corazón le latía hasta el punto de hacerle daño.
Aina se topó con su madre, que con un gesto tierno acariciaba las flores en el pequeño jardín. Pero, tras esa sonrisa, Aina percibía una sombra que parecía pesar en el ambiente. Era un secreto que el tiempo había silenciado, pero que Aina sentía latir bajo la superficie, como un río oculto en las sombras.
En medio del silencio, su madre miró hacia ella y, con una voz apenas audible, preguntó: “¿Sientes el cambio en el aire, Aina?”. Las palabras la atravesaron como un susurro de destino, y Aina supo que el hilo invisible que unía sus vidas empezaba a tambalearse.
La cena transcurrió entre miradas furtivas y murmullos inquietos. Aina sabía que su madre contenía una historia que podría cambiarlo todo, pero las palabras no llegaban. En un momento de desafío, decidió que no podía esperar más por respuestas.
"¿Qué hay en nuestro pasado, madre? ¿Qué secretos nos ocultan?", inquirió, sintiendo que sus propias palabras la impulsaban hacia un abismo inexplorado. La reacción de su madre fue inmediata, una sombra cruzó su rostro: una mezcla de miedo y tristeza.
“Aina, hay cosas que deben permanecer ocultas”, dijo su madre con un tono que no admitía réplica. Aina sintió que el hilo que las unía se tensaba peligrosamente, y en su corazón floreció la incertidumbre.
La noche cayó como un velo pesado. Aina, incapaz de permanecer en la casa, salió al bosque que bordeaba su hogar. El toque fresco de la brisa nocturna la rodeó, y caminó entre los árboles que parecían susurrar secretos ancestrales. Fue allí, en la soledad, donde vio el hilo de su destino iluminado por la luna.
De repente, al girar una esquina del bosque, su mirada se encontró con un joven que había visto en su visión. Elián. Sus ojos azules brillaban como estrellas. Justo en ese momento, Aina comprendió que todo lo que había sentido, el eco de los hilos entrelazados, era real.
“Eres tú”, murmuró Aina, sin poder contener la sorpresa y el anhelo. “¿Quién eres?". El joven sonrió, revelando una confianza que la intrigaba.
“Soy quien ha estado esperando por ti, Aina. Nuestro destino ha comenzado”, respondió Elián, extendiendo su mano hacia ella.
El aire se cargó de energía mientras Aina daba un paso adelante. Aquel encuentro no era solo un choque fumigador de destinos; era el inicio de una aventura que pondría a prueba su valentía y revelaría los secretos que habían permanecido ocultos hasta ahora.
Aina sintió que el camino hacia el corazón de su propia historia se iluminaba, y que los hilos del destino, por fin, comenzaban a tejerse.