El bosque alrededor de Aina parecía cobrar vida a medida que el amanecer se abría paso entre las ramas. La luz dorada filtrándose a través de las hojas iluminaba el rostro de Elián, quien permanecía a poca distancia, inmóvil y expectante. Aina, aún aturdida por el encuentro, luchaba por comprender lo que estaba sucediendo, como si el universo hubiera conspirado para atraerla hacia este instante.
“Tu nombre...”, comenzó Elián, su voz un susurro que parecía danzar en el aire frío de la mañana. “Aina, es el eco de una antigua profecía. No comprendes aún la magnitud de lo que eso significa”.
Las palabras de Elián resonaron en su mente como un eco lejano, pero eran más que eso; eran un llamado. Algo en su interior se estremeció ante la revelación, como si una puerta se abriera hacia verdades ocultas que habían estado esperando su llegada.
“¿Profecía? ¿De qué hablas?”, preguntó Aina, tratando de sonar firme, aunque su voz temblaba.
“Eres especial”, continuó Elián, acercándose un poco más, la luz danzando en sus ojos. “Los hilos del destino no solo nos conectan a ti y a mí; están ligados a fuerzas que han estado luchando en la penumbra, fuerzas que desean controlar nuestro futuro”.
El corazón de Aina latía con fuerza. “¿Controlar? ¿Por qué? ¿Qué tipo de fuerzas?”.
“Hay aquellos que desean que la magia se utilice solo para el poder, pero al mismo tiempo, hay quienes luchan por protegerla”, respondió él, su tono cargado de gravedad. “Y esas fuerzas están cada vez más cerca”.
La brisa acarició el rostro de Aina, llenándola con una frescura de decisiones inminentes. Miró a Elián y vio en sus ojos una mezcla de determinación y temor. Él también llevaba consigo las pesadas cadenas de lo desconocido.
“Así que, ¿qué hacemos ahora?”, preguntó Aina, sintiendo el peso de la responsabilidad caer sobre sus hombros.
“Debemos descubrir juntos la verdad sobre tu destino. Es un camino peligroso, pero si no lo hacemos, el equilibrio entre la luz y la oscuridad se romperá,” dijo Elián, y la intensidad en su mirada hizo que Aina contuviera la respiración.
Sin pensarlo, Aina asintió. Era el momento de enfrentarse a las sombras que habían estado acechando su vida, y aunque el miedo se anidaba en su pecho, también había un ardiente deseo de conocer su verdadero yo. ¿Quién era realmente?
Juntos, se adentraron más en el bosque, las hojas susurrando secretos que solo ellos podían escuchar. Elián lideraba el camino, guiado por un conocimiento que Aina aún no comprendía del todo. Mientras caminaban, el paisaje se transformaba, los árboles se tornaban más altos y densos, como guardianes del misterio que les esperaba.
Las primeras preguntas comenzaron a surgir, y Aina no pudo reprimirse. “¿Cómo sabes tanto sobre mí? ¿Por qué tú?”.
“Hay más de lo que puedes imaginar en este mundo”, respondió Elián, sus ojos centelleantes. “No solo soy un chico común. Mi linaje está ligado a aquellos que protegen la magia, y he sentido tu llamado desde antes de que nacieras. Nuestra conexión es más fuerte de lo que crees”.
Aina sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal mientras procesaba sus palabras. ¿Era una conexión inevitable? Un hilo de destino que los unía a pesar de la distancia de sus mundos diferentes.
A medida que avanzaban, el bosque se llenó del eco de sus pasos, pero también de presencias invisibles que parecían seguirles, espiando desde la sombra. La intriga se volvía palpable, y cada crujido de una rama o susurro del viento la ponía en alerta. Aina miró a su alrededor, preguntándose si estaban siendo observados.
Fue entonces cuando llegaron a un claro oculto, el cual parecía brillar con una luz propia. En el centro, una fuente brotaba con agua cristalina, burbujeando en una melodía suavemente hipnótica. Aina sintió que ese lugar era un umbral, un sitio donde la magia fluía con fuerza.
“Este es el Manantial de los Recuerdos,” explicó Elián, acercándose. “Se dice que aquellos que beben de sus aguas pueden vislumbrar su pasado y descubrir el futuro. Pero ten cuidado, Aina; el conocimiento trae consigo una carga.”
“¿Qué tipo de carga?” preguntó, sintiendo una mezcla de emoción y aprensión.
“No todas las verdades son agradables,” respondió Elián, sus ojos llenos de una intensidad desconocida. “Y algunas visiones están destinadas a abrir heridas que creías cerradas.”
Aina sabía que debía tomar una decisión. Debía beber de aquel manantial y arriesgarse a descubrir lo que le aguardaba. Pero la idea de revivir memorias, y tal vez dolor, la llenaba de inquietud.
Con el pulso acelerado, se acercó a la fuente. Las aguas centelleaban bajo la luz del sol, como si supieran que algo monumental estaba a punto de suceder. "¿Estás listo para lo que pueda suceder?" preguntó Elián, su voz un eco entre el silencio del bosque.
“Solo si tú lo estás”, respondió Aina con determinación, sintiéndose más valiente de lo que jamás había estado.
Al alzar la mano, el reflejo del agua danzó con una vida propia. Ella tomó una profunda respiración y, antes de que pudiera cambiar de opinión, se inclinó y bebió de la fuente.
Instantáneamente, una oleada de energía la recorrió. Las visiones comenzaron a inundar su mente, paisajes familiares y extraños chispando en su percepción. Se vio a sí misma en momentos clave de su vida: riendo en un día de verano, llorando por un amor perdido, y en medio de sus sueños, vislumbrando el rostro de Elián, incluso en momentos en los que creía estar sola.
La visión se intensificó. Un torbellino de imágenes la asaltó: sombras acechantes, voces susurrando advertencias, la sensación de ser atrapada entre dos mundos. A medida que las imágenes vertiginosas llenaban su mente, Aina comprendió que su destino estaba tejido con hilos de pastores. Aquellos que buscaban ocultar la magia, sí, pero también de quienes la defendían.
Y entonces, en un instante de claridad desgarradora, vio la conexión que la unía a Elián: dos almas nacidas para luchar juntas, destinadas a encontrar su camino incluso en la oscuridad más profunda. Pero el precio de esta revelación era alto, y mientras la visión se desvanecía, una sombra oscura emergió, un recordatorio aterrador de que la lucha estaba lejos de haber terminado.