~NARRADO POR VIOLETA ~
Salgo al estacionamiento y me subo a mi vieja camioneta. Está un poco oxidada y tiene la carrocería rayada. Sigue así, porque nunca sobró dinero para renovarla. Sin embargo, la vieja camioneta roja es mi favorita, un regalo que me hizo mi padre con todo el amor y cariño, dijo que los rayones le añadían encanto al auto que heredó de mi abuelo. Abordo a mi chica colorada y salgo del garaje de mi edificio.
Enciendo el sonido y suena una música alegre. Menos mal, porque no necesito nada deprimente en mi día. Al menos hoy no, tal vez después de la entrevista si no consigo el trabajo. ¡Maldita sea! Concéntrate Violeta, lo lograrás. Amas a los niños.
Me encantan los niños, desde que tenía 12 años, cuando mis padres tuvieron otro hijo, un niño hermoso. Felipe, mi único hermano y el menor de la familia, lo amo incondicionalmente. Nuestra relación siempre ha sido maravillosa y estoy segura de que me llevaré bien con Manuel y Lucio, los hijos de Miguel Santiesteban.
No conozco a Santiesteban, es un hombre muy conocido en la ciudad, pero yo vivo en mi pequeño mundo. Bueno, aunque debo decir que le eché un vistazo breve a sus redes. Tiene 32 años, estuvo casado y su esposa falleció al dar a luz a Lucio. No pude no sentir lástima por él, más aún después de ver sus fotos con ella, esa mirada apasionada estaba muy presente.
También me percaté de que Miguel ya se ha visto involucrado en algunos escándalos, si es cierto no lo sé, al fin y al cabo podría ser una fake news.
Creo que pasó por un momento muy triste después del fallecimiento de su esposa. Por mi parte nunca había perdido a alguien tan importante, aunque perdí a la abuela, pero aún era pequeña, y no recuerdo nada. Entonces no sé por lo que él pasó. Estoy segura de que fue un dolor inmenso, un momento aterrador en su vida, imagina perder a la mujer, madre de tus hijos con la que siempre soñaste envejecer juntos, ¡Dios! Debe ser horrible.
Sigo conduciendo por las calles mojadas de la ciudad, una fina llovizna cubre las ventanillas de la camioneta. Estoy a dos cuadras de la agencia cuando mi vieja colorada comienza a ahogarse. Maldita sea, no puedes hacerme esto ahora. Por favor, cariño, no hagas esto. Necesitas ayudarme, te juro que cuando pueda te mando al taller para tapar esos rayones.
— ¡Colabora, maldita sea! — Golpeé el volante.
De nada sirve mi oración, la camioneta ha pasado otra de sus siete vidas, ¿cuántas más le quedarán? ¡Jesús, ayúdame! Intento arrancar de nuevo, girar la llave, pisar el acelerador y poner la marcha, pero nada, realmente es demasiado testaruda y tiende a decepcionarme en momentos como este.
— Está bien, son solo dos cuadras, seguiré caminando. — murmuro. Por suerte opté por unas zapatillas cómodas.
Parece que todo conspira en mi contra, porque lo que era solo una ligera lluvia se convirtió en un gran aguacero con enormes gotas cayendo sobre mí como piedras. Me protejo con mi bolso, que no sirve de mucho. Pues...
¡Tonta Violeta, por qué no tienes un paraguas!
Paso por una parada de autobús y por supuesto la gente no pierde la oportunidad de reírse de la desgracia ajena, en este caso, la mía. Subo a la acera y sigo corriendo.
Paso la primera esquina. Y giro a la derecha. Sigo corriendo hasta que veo el enorme edificio. Sonrío y sigo concentrándome en mis pies golpeando el sólido pavimento. Llego a la entrada del gran edificio y entro al pasillo. Voy al mostrador de recepción. Sé que estoy toda empapada, mi maquillaje definitivamente está corrido, debo lucir miserable, pero aun así respiro profundamente, y siento mis pulmones arder.
—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? — pregunta un chico detrás del mostrador de recepción. Con su mirada en mi cara. — Dios mío, estás roja como un tomate.
Parece preocupado y me doy cuenta de que lo conozco de alguna parte, pero dejo eso a un lado. Mi entrevista es lo que realmente importa.
— Sí— Aprieto mi propia cintura con fuerza. Inspiro, exhalo y mantengo ese ritmo. Su expresión de preocupación ha pasado, ahora parece estar disfrutando la situación. —Tengo una entrevista con el señor Miguel Santiesteban. — digo casi tartamudeando.
— ¿Su nombre, señorita? — pregunta.
— Violeta Spears— Él revisa la computadora.
— Hmmmm, ya llegas cinco minutos tarde. — abre mucho los ojos. —mmmhhh el señor no tolera demoras, pero mucha suerte.
—Gracias.
— Piso decimotercero, salón de presidencia. Y sacude esa ropa empapada. — Asiento y tomo la placa que me tiende, me dirijo al ascensor.
Muy bien, no pasa nada. Solamente que el señor no tolera retrasos. Debo estar realmente jodida.