~NARRADO POR VIOLETA ~
Salí de la oficina de Susan tan pronto como recibió una llamada del señor Miguel, pidiéndole que llevara algunas hojas de cálculo. Mientras volvía sobre mis pasos hasta la recepción recibí varias miradas asesinas. Me he acostumbrado y realmente no me importa, me siento bien conmigo misma. Estoy gorda, pero estoy jodidamente bien, modestia a parte. Y lo máximo que obtendrían de mí es una sonrisa. Porque hoy nada arruina mi felicidad.
Y eso es exactamente lo que hago. Me echo hacia atrás el pelo enredado, levanto la cabeza, pongo una sonrisa en mi rostro y sigo caminando.
Según las normas de la agencia, tuve que devolver la credencial que me entregaron en recepción y firmar un cuaderno de visita del día. Fui al mostrador de recepción.
— Oye, ¿lograste domar a la bestia? — pregunta el buen chico de antes.
Es curioso, vuelve a surgir el mismo sentimiento que tuve antes, conozco al chico de algún lugar, sin embargo, no recuerdo dónde. Quizás he visto a un tipo así en alguna parte y me está dando esa impresión. De todos modos, le entrego la placa y le digo:
— No es una bestia como crees. Al contrario, me trató muy bien. — Comento.
— Ah cariño, es solo el efecto del primer encuentro. Pronto verás la otra cara de la moneda. —él dice. — Pero dime, ¿conseguiste el trabajo?
—¡por supuesto!
— ¡genial! — parece incluso más emocionado que yo. — ¿Y para qué puesto es?
—Deja de molestar, Mateo. —lo regaña la otra recepcionista.
Debo admitir que es una mujer que detiene el tráfico. Rubia, ojos azules, mejillas sonrojadas, y aunque está escondida detrás del mostrador, puedo ver que tiene un cuerpazo. La rubia seguramente pasó dos veces por la sala de belleza.
—Hola; Mi nombre es Emily, traigo orden a este lugar y los chismes de turno. — ella dice.
— Un placer, mi nombre es Violeta. Y Mateo; No voy a trabajar en la agencia. Seré niñera de los hijos del señor Miguel. — me dirijo al chico y él sonríe con picardía.
— ¿Hay algo más sexy que ser niñera de los hijos del atractivo Miguel? Tienes suerte, cariño. — mis mejillas hormiguean y solo sonrío torpemente.
— No lo escuches, Mateo aún sueña con Miguel y con su amigo Julián.—aclara Emily.
— Cállate Emy, al menos no escondo mi enamoramiento por Julián como lo haces tú.
— Bueno, fue un placer conocerles, pero dejé mi auto estacionado a dos cuadras de distancia y necesito llamar a un mecánico antes de que lo remolquen.
— Está bien, corazón, solo firma aquí. — Hago lo que Mateo me pidió y luego sigo mi camino.
No puedo perder la camioneta, fue un regalo de mi padre y es el único vehículo que tengo para desplazarme.
(...)
Quise abrazar el capó de mi vieja camioneta cuando la vi estacionada en el mismo lugar. Créanme, la forma en que la estacioné fue pidiendo que la remolcaran.
Pensé en llamar a Carlos, él siempre cuidaba la camioneta por mí, no es el mejor mecánico del mundo, si lo fuera, mi auto no estaría muerto ahora. Pero su encanto y sus bromas ridículas me hacen confiar en él, sin embargo, mi celular se había mojado y ya no servía, tal vez después de dejarlo una semana en arroz vuelva a funcionar. Su taller no está muy lejos, si tomo un taxi llego en diez minutos. Por favor, que no remolquen mi auto con este clima, diocito.
Le hago una señal a un taxi y se detiene inmediatamente. Me subo al coche y le digo la dirección al simpático chico que pone en marcha el taxi. Y gracias a Jen, tengo el dinero para pagar este viaje.
El conductor que descubrí que se llamaba Jaime, estacionó frente al taller de Carlos. Pagué el pasaje y le sonreí divertida. Ya que había contado historias divertidas a lo largo del camino.
Ya me resulta extraño este día, no suelo tener tanta suerte. Un día esta suerte se acabará.
— Oye flor, ¿viniste a verme? — al oír esa voz lo supe, Joder, no quería toparme con Jonás. Dije que en una hora u otra se me acabaría la suerte. — ¿Extrañaste a este macho?
— Ahórrame esto, imbécil. —paso de él y entro al galpón.
Jonás es un caso perdido. Es atractivo y guapo, pero tiene un gran defecto: es sexista. Odio a los hombres sexistas y fue porque él era así que le di una patada en el trasero antes de involucrarme en algo más serio. Una vez estaba bailando con Carlos, Jonás lo atacó y gritó que el único que me ponía la mano encima era él. Eso fue demasiado para mí. Le di un puñetazo al idiota en la cara y se acabó el juego. A pesar de ello, Carlos aún lo conservaba en el taller.
— Raúl, ¿dónde está Carlos? —Pregunté
—Está ahí atrás. — responde alzando la voz, debido al ruido de algunas máquinas en el taller.
—Gracias. — sonrío y sigo mi camino.
Arrastro la puerta metálica lo suficiente para mi paso y ahí está Carlos, tomando su elegante ducha con manguera.
— Oye guapo, ¿te han dicho que te pueden arrestar? —él arquea las cejas, regalando una de esas sonrisas devastadoras. — Por demasiado picor.