El sol estaba implacable aquella mañana. Había olvidado cerrar las cortinas y ahora la luz me golpeaba directamente en la cara. Me incorporé con intención de cerrarlas, pero lo pensé mejor... un poco de luz no me haría daño. Fui al baño y me lavé la cara; el reflejo en el espejo me sorprendió: me veía menos agotada que ayer. Hacía muchas noches que no dormía tan bien. No recordaba los detalles, pero sabía que había soñado contigo, y eso me había dado un respiro.
Me arreglé, revisé que llevara todo para mis clases y salí rumbo a la universidad. Ese día había quedado de verme con unas amigas antes de que empezaran las clases, así que llegué un par de horas antes. El pequeño café del campus era nuestro punto habitual, y desde lejos las vi haciéndome señas con entusiasmo. Sonreí y me acerqué a la mesa.
—Olivia, te ves súper linda hoy. Se nota que descansaste —dijo Gloria al abrazarme con fuerza.
—Sí, por fin pude dormir sin ningún problema. Tú también te ves linda hoy —respondí, correspondiendo el abrazo.
Dejé mi mochila en la silla y abracé a Merlyn y a Alejandra, que me esperaban con calidez.
—Hoy planeamos ir al parque después de clases. ¿Nos acompañas o estarás ocupada? —preguntó Merlyn mientras tomaba asiento.
—Sí, deberías venir. Podemos pasar por ese pastel que tanto te gusta —añadió Alejandra, tomándome de la mano. Apreté la suya suavemente y le sonreí.
—Claro, hoy sí las acompañaré. Gracias, chicas... de verdad aprecio lo que hacen por mí. Sé que no es fácil tener una amiga como yo, con tantos problemas —dije con una sonrisa que trataba de disfrazar las ganas de llorar que volvían a asomarse.
—No tienes que agradecernos. Eres nuestra amiga. No eres un estorbo, te amamos y por eso estamos aquí —respondió Alejandra, con una sonrisa serena.
—Bueno, ya basta de sentimentalismos. ¡Comamos antes de que me desmaye! —bromeó Gloria mientras hojeaba el menú.
Las observé, y no entendía cómo personas tan hermosas y luminosas podían estar aquí, conmigo, a pesar de todo. Tomé el menú entre mis manos, pero un aroma familiar hizo que levantara la vista. Busqué con la mirada el origen de esa fragancia. Mi respiración se cortó. No podía dejar de mirar. No podía ser... pero se parecía tanto a Tom. Traté de calmarme. Sabía que era una alucinación. Cerré los ojos y los mantuve así por unos segundos largos e infinitos. Sentí una mano sobre la mía -era Alejandra- y su voz suave me pidió que respirara. Seguí su ritmo, y finalmente logré calmarme.
Al abrir los ojos, vi sus rostros llenos de preocupación. Les sonreí débilmente y murmuré que estaba bien. Sus expresiones se suavizaron un poco. Volví al menú, pedí un café negro y un muffin, y dejamos que el mesero tomara nuestras órdenes.
—Lo siento —dije mirando mis manos temblorosas—. Creo que fue una alucinación. Lo vi... o eso creí. Por eso me dio el ataque. Se los digo para que no se preocupen más de la cuenta.
—Lo sabemos, tranquila. Ya sabemos cómo actuar cuando ocurre. Todo va a estar bien —dijo Gloria, con una sonrisa tranquilizadora.
—¿Qué crees que lo provocó? —preguntó Alejandra, echando una mirada hacia atrás, discretamente.
—Olí su perfume. Y dudo que alguien más huela exactamente igual. Al menos aquí, en la universidad, no. Ya lo habría notado. Pero olvidemos que esto pasó... sigamos como si nada, ¿sí?
—Tal vez alguien más lo usa. Por lo que nos has contado, suena como una fragancia muy masculina. Muchos hombres la elegirían para llamar la atención —dijo Merlyn, buscando algo en su cartera.
—Puede ser. Supongo que sí... pero ya pasó. Estoy bien —respondí, forzando una sonrisa.
El mesero volvió con nuestra comida. Noté algo extraño.
—Disculpe... nosotras no pedimos esas galletas —le dije, devolviendo el plato.
—Es cierto, no las pidieron -respondió el mesero con cortesía—. Pero un caballero me pidió que se las trajera, y también pagó por todas sus órdenes. Que disfruten su comida.
Dejó las galletas sobre la mesa y se alejó.
Las miré. El aroma... era inconfundible. No podía ser una coincidencia. Tenía que estar imaginándolo. Pero esas eran las galletas que le gustaban a Tom...
Las galletas seguían sobre la mesa, intactas, pero en mi mente ya habían desatado una tormenta.
De pronto, volví a estar ahí: en su apartamento, un sábado por la tarde. Llovía afuera, y el sonido de las gotas contra la ventana era casi hipnótico. Tom estaba en la cocina, tarareando una canción que no reconocía, mientras sacaba una bandeja del horno.
—Tienes que probar estas —dijo, con esa sonrisa que le encendía los ojos—. No son perfectas, pero... tienen algo especial.
Me acerqué, curiosa. Él me ofreció una galleta rota por la mitad.
—¿Qué tienen de especial? —le pregunté, tomándola.
—Son las primeras que hago solo. Sin seguir receta, sin medidas... solo seguí el instinto.
Le di una mordida. No eran las mejores del mundo, no -estaban un poco blandas por dentro, tal vez les faltó un minuto de horno- pero sabían a hogar. A él. A todo lo que construimos juntos sin darnos cuenta. Ese fue el día en que me dijo, por primera vez, que quería un futuro conmigo. No usó palabras grandes, no fue una declaración dramática. Solo se sentó a mi lado, me ofreció otra galleta, y dijo: "Ojalá siempre volvamos aquí, aunque sea con recuerdos".
Y eso hicimos. Volver. Una y otra vez, aún después de que ya no estuviera.
Volví al presente con un nudo en la garganta. Las galletas seguían allí, como un mensaje no dicho, como un eco del pasado que se negaba a borrarse. ¿Podría haber sido él? ¿O solo mi mente aferrándose a lo único que no quería soltar?
Alejandra me tocó el brazo con suavidad, y volví a respirar.
—¿Todo bien?
Asentí, aunque sabía que la respuesta verdadera era mucho más compleja.
Perfecto, vamos con otra escena en el presente, que continúe el hilo emocional y nos muestre un poco más de cómo Olivia está procesando todo lo que siente. Aquí va:
Editado: 24.04.2025