Era un día extraño. El cielo no terminaba de decidir si quería llover o no, y la luz del sol se filtraba entre nubes espesas como si tampoco tuviera muchas ganas de estar ahí.
Yo tampoco las tenía.
Había tenido una clase particularmente difícil. No por el contenido, sino porque uno de los temas —la memoria, la permanencia del amor en la literatura— me había hecho un nudo en el pecho. No me atreví a hablar en todo el tiempo. Solo escuché, con las manos temblándome bajo la mesa.
Salí con la intención de caminar sin rumbo, otra vez. Pero al doblar la esquina del edificio de humanidades, lo vi. Marcos. Sentado en el mismo banco de siempre, con un termo entre las manos y los audífonos puestos, observando las hojas caer.
No sé qué fue lo que me empujó. Quizá el temblor en mis costillas. Quizá el hecho de que él nunca pedía nada. Me acerqué y me senté a su lado, sin decir nada.
Pasaron varios minutos así. Él no se quitó los audífonos, ni me miró. Me dejó estar. Como si supiera que lo necesitaba.
—¿Sabes qué es lo que más duele a veces? —pregunté de repente, casi sin pensarlo.
Se quitó un audífono y me miró, atento.
—Dime.
Tragué saliva. Me dolía hasta la voz.
—Que ya no tengo a quién contarle las pequeñas cosas. Las tontas. Las que a nadie más le importan. Como que hoy una mariposa se me posó en el cuaderno y no la espanté. O que vi a una señora llorar en el bus y quise abrazarla, pero no me atreví. Antes... Tom era esa persona. Él quería saberlo todo, incluso lo que parecía irrelevante.
Mi voz tembló, y mis ojos se llenaron de agua. Bajé la mirada, sintiéndome ridícula. Pero Marcos no dijo nada por unos segundos, y cuando lo hizo, fue suave:
—Yo también perdí eso una vez. Y me tomó mucho tiempo entender que no se reemplaza. Solo... se transforma. Se reconstruye en otras formas, con otras personas. Nunca es igual. Pero a veces, no está tan lejos de lo que se siente como hogar.
Cerré los ojos un momento.
—¿Y tú a quién le cuentas las pequeñas cosas ahora?
—A veces... a nadie. O a mí mismo. Y otras veces... —hizo una pausa—, espero encontrar a alguien que quiera escucharlas también.
Lo miré, y por primera vez sentí que tal vez podía confiar en ese silencio compartido. Tal vez, con él, no era necesario explicarlo todo. Solo... permitir que la grieta abierta dejara pasar un poco de luz.
#1348 en Novela contemporánea
amistades que no se rompen, sanacion de corazon y mente, duelo de amor
Editado: 24.04.2025