La idea de volver a casa de los padres de Tom había rondado en su cabeza por semanas. Había algo que aún sentía inconcluso, un hilo suelto. No sabía qué buscaba exactamente, pero la necesidad de ir se volvió demasiado fuerte para ignorarla.
Fue su madre quien la recibió en la puerta. La abrazó con ese cariño genuino que solo una madre puede ofrecer, aunque el duelo siguiera anudado en los ojos.
—Estás más tranquila —dijo ella, con una mezcla de alivio y nostalgia.
—Sí. Pero siento que me falta algo. No sé qué, pero... algo.
Ella asintió y la invitó a pasar. Mientras tomaban té en la sala, le habló con delicadeza:
—Hace un par de semanas, ordenando sus cosas, encontramos algo que creemos que deberías tener. Tom lo había guardado entre las páginas de un cuaderno viejo. No sabíamos si dártelo, no queríamos hacerte daño... pero quizás ahora sea el momento.
La madre se levantó y volvió con una caja pequeña, de madera clara. Se la entregó a Olivia con manos temblorosas.
Olivia la sostuvo como si contuviera un trozo del alma de Tom. Al abrirla, encontró un sobre, con su nombre escrito a mano, en esa letra inconfundible de él.
"Olivia"
Sus dedos temblaron al romper el sello. Dentro, había una carta. No muy larga, pero cargada de una ternura que casi dolía al leerla.
"Si estás leyendo esto, es porque ya no puedo decírtelo en persona. Y aunque eso me parte el corazón, quiero que sepas que escribirte esto fue una de las cosas más difíciles y más sinceras que hice en mi vida.
Te amé. Te amé como nunca supe que se podía amar. A veces fui torpe, otras cobarde, pero siempre fuiste mi lugar seguro. Mi refugio. El amor que me hacía sentir que podía con todo, incluso con el miedo.
Si alguna vez me odiás, si me llorás, si me extrañás, está bien. Pero por favor, nunca pienses que no fuiste suficiente. Fuiste todo. Y aunque no esté, quiero que vivas por ti, no por lo que perdimos.
Guarda las cartas que escribas. Esas serán tus mapas cuando te sientas perdida.
Con todo lo que fui, con todo lo que aún soy en tu memoria,
Tom."
Las lágrimas le nublaron la vista. Sintió que el pecho se le abría, pero no de dolor... sino de algo más suave. Una tristeza dulce, como la que se siente al terminar un libro que amaste demasiado.
Guardó la carta con cuidado, como si fuera un tesoro.
Tom había dejado palabras. Palabras para sostenerla.
Y ahora, tenía un mapa nuevo.
Editado: 24.04.2025