Los días pasaron lentos desde aquel encuentro en el departamento de Alejandra. Olivia no podía sacarse de la cabeza la imagen del chico que se parecía tanto a Tom. Su rostro, su voz, incluso el perfume... todo era demasiado coincidente como para ignorarlo. ¿Quién era? ¿Por qué apareció justo cuando ella estaba intentando hacer las paces con la ausencia de Tom?
Una semana después, mientras caminaba por el campus de la universidad con su mochila al hombro, lo vio de nuevo.
Estaba en la entrada de la biblioteca, hojeando un libro mientras esperaba algo —o a alguien—. Llevaba una chaqueta distinta, pero su silueta era inconfundible. Olivia se quedó congelada unos segundos, debatiéndose entre seguir caminando o acercarse. Esta vez no quiso huir de la sensación. Necesitaba saber.
Se acercó con pasos firmes pero cautelosos. Él levantó la mirada justo cuando ella estaba a punto de hablar.
—Hola —dijo él primero, con esa sonrisa que le revolvió el estómago—. Te vi el otro día. En el departamento. ¿Eres amiga de la chica que me abrió la puerta?
Olivia asintió lentamente.
—Sí... me llamo Olivia.
—Matías —respondió él, extendiéndole la mano—. Recién me mudé cerca. Estoy tomando unas clases optativas en la universidad.
Ella le dio la mano, aún sintiéndose desconcertada.
—Disculpa si esto suena extraño —dijo ella—, pero... te pareces mucho a alguien que conocí. A alguien importante.
Él bajó la mirada por un momento, como si esas palabras lo hubieran alcanzado más profundo de lo que deberían.
—¿Se llamaba Tom? —preguntó entonces, con una voz distinta. Más suave. Casi culpable.
El corazón de Olivia se detuvo por un segundo.
—¿Lo conociste?
Matías suspiró.
—No solo lo conocí... fui su amigo. Su mejor amigo en la secundaria. Nos perdimos la pista cuando él se mudó, pero... hace poco me enteré de lo que pasó. Vine a esta ciudad por temas de estudio, pero también... porque quería entender qué fue de él. Y por qué nunca volvió a escribirme.
Olivia se quedó sin palabras.
—No tenía idea de que tenía un amigo llamado Matías —susurró.
—Éramos como hermanos —dijo él con una sonrisa melancólica—. Incluso... usábamos el mismo perfume. Me lo regaló una vez, y desde entonces lo llevo.
Ahora todo tenía sentido. El olor. El parecido. El modo en que ella había sentido que el pasado se había materializado.
—Yo lo amaba —dijo Olivia, bajando la mirada, la voz temblorosa.
Matías asintió con respeto, con la expresión serena de alguien que también está procesando el duelo.
—Y él te amaba a ti. Tal vez por eso... el destino quiso que nos encontráramos.
Ambos se quedaron en silencio frente a la biblioteca. Dos almas unidas por un mismo nombre, por una ausencia compartida, por un eco que aún no terminaba de apagarse.
#1525 en Novela contemporánea
amistades que no se rompen, sanacion de corazon y mente, duelo de amor
Editado: 24.04.2025