La noche llegó más rápido de lo habitual. Olivia se recostó en su cama después de un día que había removido demasiado. El encuentro con Matías le había abierto una herida que creía cerrada, pero también le había regalado un atisbo de paz. Saber que Tom tuvo a alguien más que lo amó como hermano... la reconfortaba. Aun así, esa noche, el insomnio no tardó en tocar su puerta.
Se quedó viendo el anillo de esmeralda que aún llevaba colgado en una cadena, cerca de su pecho. Tom se lo había dado una tarde de invierno, cuando le pidió que fuera su novia por primera vez.
—No es un anillo cualquiera—le dijo él aquella vez—. Lo tenía guardado desde hace años. Quería regalárselo a alguien que pudiera ver en mí algo más que un chico enfermo. Y esa eres tú, Liv.
Ella lo había besado con el alma, con la emoción de quien encuentra su hogar en otra persona.
Esa noche, con el anillo entre sus dedos, finalmente cerró los ojos.
Y soñó.
El lugar era conocido, pero bañado de una luz suave que parecía flotar en el aire. Era el parque donde solían caminar después de clases. Las hojas danzaban en cámara lenta, y al fondo, sentado en una banca, estaba él.
Tom.
No como la última vez que lo vio, sino como en sus mejores días. Sonriente. Fuerte. Vivo.
—Hola, Liv —dijo él, sin sorpresa en la voz, como si la estuviera esperando desde siempre.
Ella corrió hacia él y lo abrazó, sintiendo su calor, su perfume, su vida.
—¿Es real? —preguntó ella con lágrimas en los ojos.
—No —respondió él, acariciándole el rostro—. Pero tampoco es mentira.
—Conocí a Matías —dijo Olivia, como si necesitara decírselo, como si le debiera esa verdad.
Tom asintió.
—Era importante para mí. Me alegra que lo hayas encontrado. Él también te necesitaba.
Olivia bajó la mirada, sus dedos buscando el anillo en la cadena.
—No puedo dejar de extrañarte.
—No tienes que dejar de hacerlo —le dijo él—. Pero no dejes que eso te impida vivir.
Ella soltó un suspiro tembloroso. Tom tomó su mano y la colocó sobre su pecho.
—Cada vez que toques ese anillo, piensa que estoy ahí. Que una parte de mí vive contigo.
Ella asintió, queriendo quedarse, queriendo que ese sueño nunca acabara.
Pero la luz empezó a desvanecerse. Y él, con una sonrisa triste pero serena, le susurró al oído:
—Aún te amo, Liv. Y siempre, siempre, te estaré esperando en los rincones más pequeños de tus días.
Se despertó con lágrimas en los ojos y la cadena aferrada entre sus dedos. Afuera, el amanecer asomaba tímido por la ventana.
Y Olivia, aunque aún con dolor, se sintió por primera vez... en paz.
Editado: 24.04.2025