La mañana se deslizó lenta sobre la ciudad. Olivia, sentada en el borde de su cama, observaba la libreta nueva que había comprado días atrás y que hasta hoy no había querido abrir. La portada era sencilla, con un diseño de ramas de olivo y flores secas. Tom siempre decía que las cosas simples guardaban los sentimientos más profundos.
Tomó un bolígrafo, respiró hondo y escribió en la primera página:
Carta #1: Para ti, donde sea que estés
Hola, amor:
Hoy amanecí con el corazón apretado. Soñé contigo otra vez. Fue tan real que por un momento creí que si me estiraba lo suficiente, podría tocarte. Me dijiste que no dejara de vivir... pero es tan difícil sin ti. A veces me cuesta respirar cuando el mundo sigue como si nada.
Ayer conocí más de ti, a través de Matías. Me habló de tu adolescencia, de las tonterías que hacían juntos, de cómo lo protegías cuando se metía en problemas. Lo curioso es que hablaba de ti como si aún estuvieras aquí. Supongo que, para algunos, los que amamos nunca se van del todo.
Hoy también sostuve el anillo por más tiempo del habitual. ¿Sabes? Cada vez que lo toco, siento que escucho tu voz. Me dijiste que lo habías guardado por si llegaba alguien capaz de ver más allá de tu enfermedad. Qué injusto que ahora solo me quede el frío del metal y no tus manos.
Pero aún así escribo. Porque sé que en algún rincón del universo, estas palabras encuentran su lugar. Tal vez en el viento. Tal vez en los recuerdos. Tal vez en ti.
Te amo. Todavía.
— Olivia.
Cerró la libreta con cuidado, como si dentro de ella quedara guardado algo frágil. Luego la colocó en su mesa de noche, al lado del frasco donde guardaba los pétalos secos de las flores que Tom le regaló la primera vez que le dijo "te amo".
Escribir no lo traía de vuelta, pero la acercaba a lo que él había sido en vida: amor, ternura, un refugio. Y eso, por ahora, era suficiente.
#1413 en Novela contemporánea
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Editado: 24.04.2025