Olivia subió al mirador donde solía ir con Tom. Ese lugar donde el cielo parecía más amplio y el viento susurraba secretos entre los árboles. Llevaba el cuaderno en la mochila, junto con una manta y un termo con té. A su lado, Merlyn y Alejandra caminaban en silencio, sabiendo que ese día no era uno cualquiera.
—¿Estás segura de que quieres leerla en voz alta? —preguntó Alejandra, sentándose junto a ella.
Olivia asintió. Sus manos temblaban apenas, pero su voz tenía algo nuevo. Fuerza.
Sacó el cuaderno, lo abrió en la página marcada con una flor seca y comenzó a leer la carta de Tom. Al principio, su voz era suave. Pero a medida que avanzaba, se volvió firme, como si cada palabra encajara con las grietas de su corazón.
Cuando terminó, hubo un largo silencio.
—Nunca había escuchado algo tan... generoso —susurró Merlyn, con lágrimas en los ojos.
—Él me dio permiso para seguir adelante —dijo Olivia—. Me amó tan bien, que hasta se preocupó por el día en que ya no estaría.
Alejandra tomó su mano.
—Y eso es amor del verdadero. Del que no exige. Del que libera.
El viento sopló con suavidad, y por un segundo, Olivia juró que podía oler su perfume. Ese aroma inconfundible que mezclaba su loción con café y lluvia. Cerró los ojos. No era una alucinación. Era una despedida, pero también un abrazo invisible.
—Te amo, Tom. Gracias —susurró al cielo.
Y por primera vez en mucho tiempo, el silencio no dolió. Fue paz.
#1339 en Novela contemporánea
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Editado: 24.04.2025