Era sábado por la mañana y Olivia había decidido hacer limpieza profunda en su departamento. Algo simbólico. Quitar el polvo, mover los muebles, abrir las ventanas. Como si al ordenar el espacio también pudiera ordenar un poco su interior.
En una de las cajas que había evitado por meses —una de esas con el rótulo "cosas de Tom"— encontró una pequeña libreta de tapas duras, olvidada entre un suéter suyo y unos auriculares viejos. No recordaba haberla visto antes. Era sencilla, con una banda elástica negra que la mantenía cerrada.
Se sentó en el suelo, la sostuvo un momento entre las manos... y la abrió.
No era una libreta cualquiera. Era un cuaderno de notas personales de Tom. En la primera página, con su letra rápida y algo desordenada, decía:
"Cosas que quiero recordar si alguna vez no estoy."
Olivia sintió un nudo en la garganta.
Las páginas siguientes estaban llenas de pequeñas listas, pensamientos sueltos, recuerdos de momentos compartidos con ella:
– La risa de Olivia cuando se ríe sin control en el cine.
– Su café favorito: oscuro, con una gota de leche.
– El día que caminamos bajo la lluvia y dijo que se sentía viva.
– Recordarle cada día que es suficiente. Incluso cuando no lo cree.
– Si alguna vez se siente sola, que escuche esa canción que le da calma: la del piano.
Cerró los ojos. No eran instrucciones. No era una carta formal. Eran fragmentos. Migajas de amor dejadas a propósito, como si supiera que un día ella volvería a necesitar encontrarse con él, sin buscarlo.
Y ahí estaba él. En cada línea. Presente.
Olivia sonrió entre lágrimas.
—Nunca dejaste de cuidarme, ¿verdad?
Y sintió que, aunque su historia en papel había terminado, Tom aún tenía capítulos ocultos por descubrir.
Esa noche, Olivia colocó la libreta al lado de su cama, justo encima de su mesita de noche. No la escondió. No la guardó como un recuerdo que duele. La dejó ahí, como una compañía silenciosa. Como si Tom pudiera seguir hablándole en voz baja cuando el silencio fuera demasiado grande.
Cada noche leía una página. No todas. Solo una. Como una dosis medida de memoria, de amor, de calma.
La libreta no la hacía retroceder. Al contrario, la impulsaba. Era el recordatorio de que había sido amada profundamente, y de que esa clase de amor no se borra con la muerte. Se transforma.
Y así, mientras el mundo giraba y los días se volvían un poco más claros, Olivia aprendía a vivir de nuevo. No sin él.
Sino con todo lo que de él quedó.
#1314 en Novela contemporánea
amistades que no se rompen, sanacion de corazon y mente, duelo de amor
Editado: 24.04.2025