Vive por mí, por favor

Capítulo: Una fecha imposible de olvidar

El calendario marcaba el día con un pequeño círculo rojo. Olivia no necesitaba mirarlo para saberlo: era su aniversario. O al menos, lo habría sido.

El día pasó tranquilo, con las clases y las distracciones ayudándola a no pensar demasiado. Pero cuando cayó la noche y la ciudad se silenció, la ausencia se hizo más nítida.

Se preparó un té. Encendió una vela pequeña, como solía hacerlo él cuando quería crear "ambiente de película" en su antiguo apartamento. Y sacó la libreta.

No lloraba. No sonreía. Estaba en ese punto medio donde la nostalgia no ahoga, pero tampoco deja respirar del todo.

Abrió la página en blanco, tomó el bolígrafo con la mano izquierda—como hacía cuando estaba nerviosa—y escribió:

"Hoy sería nuestro aniversario. Y pensé en ignorarlo, fingir que es un día cualquiera. Pero no pude.
Fuiste mi amor más sincero, Tom. El primero en verme sin que yo dijera una palabra.
Hoy no estoy rota. Solo un poco más callada.
Encendí tu vela favorita. El té sabe igual. Y aunque no estés aquí físicamente, sentí que tenía que venir a contártelo.
Gracias por amarme tan profundamente. Te sigo encontrando en las cosas más simples.
Feliz... lo que sea que este día represente ahora."

Cerró la libreta con cuidado, como si cada palabra pudiera desvanecerse si no era tratada con ternura. La dejó sobre la mesa, apagó la vela y se acostó.

Durmió tranquila esa noche. No porque hubiera olvidado.

Sino porque había recordado... justo lo necesario.

Esa noche, Olivia se quedó dormida con la libreta en el pecho, abrazándola como si sus páginas pudieran calmar el temblor que sentía en el alma. No sabía si era el cansancio, la vela aromática o el susurro de sus pensamientos, pero apenas cerró los ojos, algo cambió.

Ya no estaba en su cama. Estaba en aquel pequeño restaurante italiano al que Tom la había llevado para su último aniversario. La luz era cálida, las paredes decoradas con fotos antiguas, y sonaba esa canción suave de piano que él decía que "le ponía el alma blandita".

Frente a ella, Tom.

No una imagen borrosa, no una presencia lejana. Era él. Su sonrisa, su voz, sus ojos llenos de esa ternura que podía romperla y reconstruirla a la vez.

—¿Recuerdas esta noche? —le dijo él, alzando su copa de vino—. Dijiste que este lugar olía a hogar.

—Lo dije en serio —respondió ella, con la voz temblorosa.

—Y luego me miraste como si yo fuera tu lugar seguro. Nunca voy a olvidar eso.

Olivia no sabía si hablar mucho, si quedarse callada para no romper el momento. Pero sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Tom... ¿estoy soñando?

Él sonrió.

—Sí. Pero eso no hace esto menos real. Lo que sentiste, lo que vivimos... eso es para siempre, Olivia.

Se quedaron en silencio unos segundos, mirándose. Él tomó su mano sobre la mesa, como solía hacer, dibujando pequeños círculos con su pulgar en su piel.

—¿Por qué este sueño ahora? —preguntó ella.

—Porque no quería que hoy te sintieras sola —dijo Tom, con la voz baja—. Este fue nuestro último aniversario, pero también fue uno de los días que más feliz me hiciste. Quería devolverte un poquito de eso.

Olivia sonrió entre lágrimas.

—Siempre supe que encontrarías una forma de volver.

Tom se levantó, rodeó la mesa y la abrazó fuerte. Su voz llegó casi como un susurro en su oído:

—Donde hay amor de verdad, nunca hay despedida.

Y entonces, lentamente, el restaurante empezó a desdibujarse. La música se apagó. El aroma del vino y la pasta fue reemplazado por el del té en su habitación.

Despertó con el corazón latiendo suave, las mejillas húmedas. Miró la libreta aún sobre su pecho.

No escribió nada esa noche.

No hacía falta.

Tom ya lo había hecho por ella, una vez más.




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