Florencia tenía un aire nostálgico incluso sin recuerdos propios. Pero para Olivia, cada calle empedrada y cada fachada antigua parecía susurrar algo de Tom.
Llevaba un mes viviendo allí. Empezaba a conocer las panaderías del barrio, a leer en el parque frente a su departamento, a decir "ciao" con naturalidad. A escribir. Mucho.
Una tarde, mientras paseaba sin rumbo por una zona menos turística, vio una librería escondida entre dos edificios de piedra. El cartel decía "Parole perdute" —Palabras perdidas—. Entró como si el lugar la hubiera llamado por su nombre.
Dentro olía a papel viejo y madera. Estanterías altas hasta el techo, luz cálida, silencio. Una mujer mayor, de cabello blanco recogido en un moño, levantó la vista desde el mostrador.
—¿Olivia? —dijo con acento suave.
Olivia se detuvo en seco.
—¿Cómo sabe mi nombre?
La mujer sonrió con ternura. Abrió un cajón detrás del mostrador y sacó un sobre color marfil, cerrado con cera azul.
—Esto llegó hace un año. Me lo dejó un muchacho llamado Tom. Me dijo que un día vendrías... que te lo diera solo si te veía sonriendo al entrar.
Olivia no podía respirar. Tom. Siempre Tom. Siempre un paso adelante.
Tomó el sobre con manos temblorosas. Se sentó en un rincón de la librería y lo abrió. Dentro, otra carta. Y una llave antigua.
"Liv,
Sabía que entrarías en esta librería. Porque siempre buscabas las palabras que otros no veían. Porque te gustaban los lugares con historia. Y porque este fue el primer rincón que encontré cuando vine de intercambio antes de conocerte. Aquí supe que quería traerte algún día.
La llave es de un pequeño estudio de arte que renté por un año. Lo usaba un viejo amigo mío que vive cerca de aquí. Te está esperando. Le conté todo sobre ti. Le dije que ibas a llegar con una historia a medias y muchas cosas por escribir.
Ve. El lugar es tuyo mientras estés en Italia. Para que escribas. Para que respires. Para que te sientas libre.
Y si encuentras gardenias en el camino... ya sabes, fui yo.
Con amor, siempre,
Tom."
Esa noche, Olivia fue al estudio. Estaba en un tercer piso, con una ventana grande que daba a los tejados florentinos. Una mesa de madera, un sillón antiguo, una estantería vacía, y en una esquina...
Un florero.
Con una sola gardenia fresca.
Y en la ventana, un papel pegado con cinta:
"Bienvenida a tu historia, Olivia."
#1327 en Novela contemporánea
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Editado: 24.04.2025