Vive por mí, por favor

Capítulo: Ecos de Tom

Los días en Florencia empezaban a sentirse más suyos. Olivia escribía cada mañana en el estudio, y cada tarde caminaba por las calles como si tratara de encontrar en ellas los hilos invisibles que Tom dejó a propósito.

Un martes, mientras hojeaba libros en una pequeña tienda de segunda mano, una voz suave se dirigió a ella desde el mostrador.

—¿Eres Olivia?

Ella se giró, sorprendida. Una mujer de unos cincuenta años la miraba con una sonrisa cálida y los ojos ligeramente humedecidos.

—Sí... ¿nos conocemos?

—No personalmente. Pero sé quién eres. Tom me habló mucho de ti.

Olivia sintió ese nudo en el pecho, ese que llegaba cada vez que alguien pronunciaba su nombre en tiempo pasado.

La mujer salió de detrás del mostrador y le ofreció una taza de té que ya tenía preparada.

—Me llamo Francesca. Soy maestra retirada... y Tom fue mi alumno durante su intercambio. El más brillante, el más gentil. Venía a esta tienda todos los viernes y hablábamos de libros, de arte, de la vida. Me contaba sobre ti como si fueras un personaje de novela: valiente, curiosa, un poco terca... su favorita.

Olivia sonrió con los ojos nublados.

—Siempre fue así —susurró.

Francesca asintió.

—Me dejó algo para ti. Me dijo que si alguna vez venías, te lo entregara.

Fue hasta la trastienda y regresó con una caja de madera pequeña. Dentro, había postales... todas con lugares de Italia, todas escritas por Tom, con fechas antiguas.

Pero no eran postales comunes. Cada una tenía una historia.

"Aquí quiero verte comiendo pasta y sonriendo como loca."

"Este atardecer necesita tu risa."

"Si llegas a este puente, deja una nota bajo la piedra más lisa. Yo hice lo mismo."

Y al fondo de la caja, una fotografía. De Tom. Con un niño de unos 10 años. Sonreían frente a un hospital.

—Él también lo conoció —dijo Francesca con ternura—. Ese niño se llama Matteo. Tom fue su voluntario de lectura mientras el niño se recuperaba del cáncer. Le leía todas las tardes. Le daba esperanza. Me dijo que tú hubieras hecho lo mismo.

—¿Él... está bien?

—Sano. Y vive aquí, con su madre. Cuando le conté que estabas en Florencia... quiere conocerte. Dice que tiene algo que decirte.




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