El avión descendía lentamente sobre Florencia, y desde la ventanilla, Olivia veía los tejados terracota, las callejuelas angostas y el río Arno reflejando los primeros tonos dorados del amanecer.
Su diario descansaba sobre sus piernas, abierto en una página en blanco. A su lado, un libro subrayado con anotaciones al margen: Solo para él. No era solo suyo. Ya no. Pertenecía a cada persona que había sentido un vacío y había aprendido a mirarlo con ternura.
Respiró hondo.
Era la primera vez en mucho tiempo que no traía la tristeza pegada a la piel. No la había dejado atrás, no del todo. Pero ya no pesaba como antes. Ahora era una parte suave de su equipaje, como un abrigo viejo que a veces necesitaba.
Llegar a Italia no era un escape. Era una promesa. Una que le había hecho a Tom en silencio, muchas noches después de perderlo. "Voy a vivir, aunque duela. Voy a encontrar belleza, aunque a veces me falte el aliento."
Y ahí estaba. Con una nueva dirección escrita en una libreta, una galería que Luciana le había ayudado a conseguir, una beca de arte para jóvenes creadores, y una maleta con cosas esenciales: su anillo de esmeralda, un par de cartas de Tom, una foto de ambos bajo la lluvia, y la libreta donde empezó todo.
—Benvenuta —dijo el conductor del taxi al dejarla frente a una pequeña casona de paredes color crema y contraventanas verdes.
Olivia sonrió. Bajó del auto, sacó sus cosas y respiró el aire de su nueva ciudad. Todo olía a pan recién horneado, lavanda y algo más... algo parecido a futuro.
Mientras subía las escaleras hacia su nuevo hogar, una idea la atravesó: tal vez no se trataba de dejar ir, sino de aprender a llevarlo todo con amor.
Y justo antes de abrir la puerta, sacó su diario y escribió:
"Este no es el final de nuestra historia, Tom. Es el comienzo de la mía."
Editado: 24.04.2025