El café humeaba entre sus manos, pero Olivia apenas lo notaba. Estaban sentados en una pequeña terraza con vista a la ciudad. El cielo florentino comenzaba a teñirse de naranja y violeta. Elías se mantenía en silencio, respetuoso, como si supiera que ese instante no le pertenecía del todo.
Olivia sostuvo la carta durante minutos, con los dedos acariciando los bordes como si así pudiera tocar a Tom una vez más. Luego, con un suspiro que pareció venir desde los cimientos de su alma, la abrió.
El papel estaba algo amarillento, pero el trazo de Tom seguía tan vivo como siempre.
Mi Olivia:
Si estás leyendo esto... entonces el destino jugó sus cartas y Elías cumplió su promesa. Sé que no tengo manera de prepararte para el momento en que ya no esté físicamente a tu lado. Créeme, si fuera por mí, habría buscado todas las formas de quedarme un poco más.
Pero por si acaso, escribí esto.
Quiero que sepas que fuiste mi hogar. Mi mayor alegría. Mi inspiración. Nunca hubo un solo día en que no pensara en ti como mi milagro personal.
Sé que vas a estar bien, aunque al principio duela tanto que respirar parezca una batalla. Sé que vas a reír de nuevo. Que vas a pintar, escribir, abrazar y llorar. Y que en cada una de esas cosas, yo estaré contigo.
Prométeme algo: cuando mi ausencia te duela, busca belleza. En los libros, en las flores, en una canción, en una taza de café compartida con alguien nuevo. Y cuando te mires en el espejo, recuerda que aún llevas mi amor tatuado en cada rincón de tu existencia.
Te dejo mi música, mis palabras... y este pedazo de cielo, que ahora será todo tuyo.
Te amo más allá del tiempo.
Siempre tuyo,
Tom
Olivia no lloró al terminar de leer. Cerró los ojos y por un instante, fue como si lo viera frente a ella. Con esa sonrisa serena, con ese amor que no conoce fin.
—Gracias —susurró.
Elías, aún en silencio, sacó un pequeño estuche de su chaqueta. Lo puso sobre la mesa, sin decir nada. Olivia lo abrió. Era un colgante de plata con una pequeña esmeralda en el centro.
—Él me pidió que te lo diera con la carta. Dijo que... te haría sentir protegida.
Olivia lo tomó con cuidado, como si pudiera romperse.
—Él sabía que hoy iba a ser uno de esos días en los que lo necesitaba más —dijo, con una sonrisa frágil pero real.
Y Elías, mirando el horizonte, respondió:
—Él siempre supo más de lo que decía.
Caminaron sin hablar durante un buen rato. Las calles de Florencia estaban tranquilas esa tarde, y cada rincón parecía susurrar historias antiguas. Olivia llevaba el colgante puesto, lo acariciaba de vez en cuando como si fuera un puente entre dos mundos.
Elías caminaba a su lado con paso sereno, sin intentar llenar el silencio. Sabía que ese espacio no pedía palabras, solo presencia.
Pasaron por la Piazza della Signoria, donde el arte vivía en cada rincón. Olivia se detuvo frente a una escultura que Tom solía amar. Sonrió con ternura.
—Aquí fue donde me dijo que algún día escribiría un libro sobre el amor y la pérdida —murmuró—. Me preguntó si era posible que dos cosas tan opuestas vivieran en la misma historia.
—Y tú, ¿qué le respondiste?
—Que él era esa historia.
Elías le sonrió, bajando la mirada con respeto.
Siguieron caminando hasta llegar a la galería. Luciana los recibió con un abrazo cálido. Matteo estaba dibujando en el rincón de siempre. Olivia se agachó junto a él y le acarició el cabello.
—¿Qué dibujas?
—Una estrella, para Tom. Porque aunque no lo conocí tanto como tú, sé que nos mira desde allá arriba.
Olivia sintió que el corazón se le apretaba, pero esta vez, no dolía tanto. Era un apretón dulce, como el de una despedida amorosa.
Más tarde, ya en su departamento, Olivia encendió una vela y abrió su diario. La pluma tembló un poco en sus dedos, pero las palabras salieron sin esfuerzo.
Querido Tom:
Hoy recibí tu carta. Tu última carta.
Elías cumplió su promesa. Me la entregó con el corazón en la mano, y yo la leí con el alma hecha trizas, pero también con el corazón lleno de ti.
Tus palabras... no sé cómo lo haces, pero aún sabes decir lo justo para que me levante. Caminé por Florencia con él, pasamos por nuestros rincones, recordé nuestras risas, nuestras promesas. Matteo sigue dibujando para ti. Luciana me abrazó como si supiera todo lo que no podía decir en voz alta.
Y ahora, mientras escribo, me doy cuenta de que aunque no estés aquí, me sigues enseñando a vivir. A vivir con el dolor, sí, pero también con el amor.
Te extraño cada día, pero gracias a ti... también estoy empezando a respirar sin culpa.
Te amo.
Siempre tuya,
Olivia
Editado: 24.04.2025