Vivencias No Solicitadas

Capítulo VIII

En contra de mi voluntad y de mis ganas de salir echando chispas de aquella oficina, me volteé y miré a mi madre casi de soslayo.

     —Hola, mamá —podía ver su pie tocando el piso como tambor de fiesta—. Pensé que vendrías por mí al medio día...

     —Nos vamos a casa, Dina —me tomo fuerte del brazo y me arrastró.

     —Pero... —me opuse y me safé de su mano—. Aún no termino mi jornada.

Volteó y me miró con ganas de golpearme, pero se limitó a volverme a agarrar.

     —¡Te estoy diciendo que nos...!

     —Señora Deonilde, es verdad —intervino mi nueva confidente—. Aún no se termina la jornada y Dina tiene exámenes. Puede venir al medio día y...

     —Señorita Lizcano —le devolvió la interrupción—, le agradecería que no se entrometa. Tenemos problemas personales que solucionar...

Lizcano calló y yo divagué sobre cuáles serían esos "problemas personales".

     —Que tenga buen día —se despidió mi mamá y me arrastró tras ella.

Vi la patidifusa mirada de Patricia Lizcano perderse tras la puerta y deseé volver a verla de nuevo allí; deseé involuntariamente que nada malo le pasara.

     —Tienes bastantes explicaciones que darme, jovencita —me murmuraba furibunda mamá mientras pasábamos por el puesto de vigilancia de don Miguel—. ¡Bastantes!

     —Hasta luego, señora Deonilde— se despidió él con una sonrisa que desapareció al ver como mi madre me arrastraba. Ella no contestó.

     —Se lo dijo todo también a ella —pensé, mientras lo miraba enojada por haberlo hecho.

Él me sonrió e hizo ese típico gesto de silencio de cerrar los labios bajo llave y desechar esta enseguida. Yo le sonreí en agradecimiento.

Mi madre no me soltó el brazo durante todo el trayecto hasta la casa. Casi traté preguntarle la razón de su enojo pero tuve la visión de ella enfureciéndose más y golpeándome en plena calle, así que lo eludí. Al fin y al cabo había tantas razones por las que podría molestarse.

Llegamos al edificio de pensionados y justo en la entrada estaba de pie y visiblemente desesperado el señor del 33. Nos vio y puso peor cara que la que tenía mamá.

     —¡Aquí está! —le gritó mi madre al señor a quien se le notaba un guayabo del demonio—. Explíquele lo que pasó y ella con mucho gusto le dirá por qué no fue ella quien lo hizo.

Entré en una crisis de confusión severa.

     —Sé que fuiste tú, mocosa...

     —¡Ey! —lo interrumpió mi madre agresivamente—. No permitiré que le falte el respeto a mi hija. Le repito que si concluimos que fue ella la responsable, yo misma dejaré que le dé una paliza —fruncí el ceño con extrañeza.

El señor sonrió con maldad, pero definitivamente eso no era algo que mi madre hubiese permitido.

     —¡Vamos, Dina! —me gritó abriendo los ojos y haciéndome un gesto que yo conocía—. Explícale al señor que no fuiste tú quien hizo ese hoyo en la pared.

Mi madre me dirigía un gesto específico cuando quería que yo dijese o hiciese algo pero no podía ordenármelo con palabras.

En ese caso, noté de inmediato que quería que le siguiera la corriente y dijese que yo no hice tal cosa de la pared.

     —¡Ya escúpelo, moc...niña! —me gritaba atrevidamente el tipo mientras yo terminaba de captar el mensaje de mi madre—. Sé que abriste ese hoyo para verme a mí y a mi vieja tirar...

De inmediato reaccioné con furia.

     —¿Qué cosa? —lo miré enfurecida.

     —Es normal que todo niño tenga curiosidad por eso —me tocó el hombro y le estrujé la mano—. ¿No es así, señora Deonilde?

     —Emhh... Claro —respondió mi madre entre brava y patidifusa—. Dina explícale al señor, hay cosas que hacer.

     —Lo que pasó y recuerdo, o bueno lo que escuché, fue que... —me puse recta y concreta—, ustedes llegaron tan tan borrachos y calientes —tanto mamá como el señor abrieron los ojos—, que enseguida abrieron la puerta se pusieron a hacer sus asquerosidades de gente mayor. Estaban tan borrachos que no veían las paredes y mientras se besaban y se desnudaban se golpeaban fuerte contra estas...

     —...

     —Sí, al punto de romperlas, caballero.

     —No te creo que eso haya pasado...

     —No lo cree porque no lo recuerda —le interrumpí y le sonreí.




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