Vivencias No Solicitadas

Capítulo IX

 —Dina, vete al cuarto y abre la ventana —me ordenó mamá sin retirar su mirada de la puerta mientras tocaban esta por quinta vez.

Yo obedecí sin titubear. Si era cierto que la gente de Belmont Fontain había venido a buscarme la noche anterior, de seguro volverían a intentar su cometido.

     —¿Abrirás la puerta? —la cuestioné mientras me metía al cuarto.

     —Que te metas al cuarto —me volvió a ordenar—. Solo voy a revisar.

Sin pensar en el porqué, abrí rápidamente la ventana y me senté en el rincón del cuarto. Afuera solo se escuchaban los pasos lentos y menudos de mamá, hasta que se perdieron en medio de un silencio inmenso que me puso los pelos de punta.

Escuché la puerta abrirse a la mitad, otro silencio enorme, y finalmente a la puerta abrirse totalmente. Unos pasos rápidos y seguros comenzaron a aproximarse.

     —Dina —escuché a mi madre y mi ritmo cardíaco se tranquilizó al escuchar su tono normal—, la señorita Lizcano viene buscándote. Sal a recibirla.

¿La señorita Lizcano? ¿En mi casa? ¿Buscándome?

     —Hola, Dina. ¿Cómo estás? —me saludó con timidez al yo salir con una extrañeza que se me notaba—. Me gustaría que habláramos unos minutos, ¿será posible?

Le dirigí una mirada a mi madre para pedirle permiso.

     —Ve. Solo no tardes. Prepararé algo de comida —me lo concedió mientras contestaba una llamada en su teléfono.

Salí junto a Patricia y ella nos dirigió hacia un restaurante situado en frente del edificio de pensionados.

     —¿Todo bien con tu mamá? —me preguntó mientras cruzábamos la calle.

     —Emh, sí, por supuesto —no la miré para contestar—. Solo se enfadó porque supone que salí del pensionado sola.

     —Claro. Espero que te pongas en tratamiento y que tu mamá no te vuelva a dejar sola —el viento hacía bailar su rubios cabellos—. De lo contrario ya te dije que tendré que hablar con ambas.

     —Por supuesto... —le miré y le sonreí mientras entrábamos al restaurante.

Nos sentamos en una de las mesas y de inmediato vino una dama a atendernos. Yo divaga acerca de lo que Patricia querría hablar, y por supuesto acerca de la "pequeña" parte de la vida de mi madre de la que me acababa de enterar.

     —¡Dina! —sentí la voz aguda de Patricia—. ¿Estás bien?

     —Sí, ¿qué pasó? —reaccioné.

     —La señorita te ha preguntado varias veces si quieres algo de beber o comer. ¿Se te antoja algo?

     —Oh, vaya, disculpe —sonreí con picardía—. No, no debo comer nada. Mamá dijo que prepararía algo de comer. Muchas gracias de todas formas.

     —Como gustes —ella soltó la risa más graciosa que jamás había mostrado antes.

La dama del delantal se marchó y Patricia comenzó a sacar varios papeles de su bolso.

     —He averiguado un par de cosas más —decía mientras escudriñaba como ratón en su bolso—. Y quería mostrártelas.

     —¿Cosas acerca de qué? —yo estaba ida, y ella me miró con una cómica desilusión.

     —Acerca de lo que hablamos hace unas horas, Dina —sacó el último papel y puso su bolso a un lado—. Si quieres ayudarme, debemos ser muy precavidas con este asunto. Quieres ayudarme, ¿no es así?

     —Claro, señorita —asentí con desgano—. Eso intentaré.

     —Pues ya lo hiciste —saltó de repente y tomó un papel.

     —¿Hice qué...?

     —Recuerdas que hace unas horas me contaste que viste a los tipos del cártel que ronda por el pueblo. ¿Lo recuerdas, cierto?

Sentí como si mis temas de conversación no cambiaran con nadie. Cártel, gente mala, droga...

     —Claro, lo recuerdo.

     —Y recuerdas que me contaste que habías escuchado un nombre, y me lo dijiste, ¿no?

     —Sí, sí lo recuerdo... —recordaba que se lo había contado pero ya no recordaba el supuesto nombre que le dije.

     —Pues bien, en el instante que tu madre te sacó de mi oficina me puse a investigar a quién pertenecía el nombre que me dijiste, y lo hallé.

     —¿Qué fue lo que halló? —comencé a sentir más intriga por lo que me decía.

Miró hacia todas las direcciones y puso la fotografía de un tipo en frente de mis ojos.

     —Él es Ronald Vázquez —miré y era exactamente el tipo alto con sombrero que había visto la noche anterior—. Estoy segura que es el Ronald que viste pues es el único nacido en el pueblo con ese nombre. ¿Lo reconoces?




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