Vivencias No Solicitadas

Capítulo II

Los estruendos que no se habían escuchado mientras llegábamos al edificio ahora se sentían y lograron despertarme de mi eterno sueño. Logré escuchar mucha gente pasando por el pasillo de afuera, gritos, una mujer dando órdenes sin cesar. Terminé de abrir los ojos y me encontré en medio de una gran oscuridad, por lo que intuí había dormido todo el resto de aquella madrugada, todo el día y quizá gran parte de la noche, o más. Obviamente mi madre no había regresado porque si lo hubiese hecho, me habría despertado para comer los alimentos que traería. Recordé su "no tardaré" y me enfurecí en gran manera, aparte de que ya el hambre era inmensa. No comía quizá desde que mi madre me sacó dormida de nuestra anterior casa.

Me senté al costado de la cama y esta vez divisé detenidamente el lugar. Nuestro pensionado constaba de dos cuartos. El primero se podría considerar como la sala y era el más grande de ambos. Recuerdo que había allí una nevera no tan servible junto a un muro y un lavaplatos que servía de cocina, y más lejos, una mesa de madera, sin sillas. El segundo, mucho más pequeño, era donde yo estaba junto a la cama de resortes. Tuve ganas de hacer pis y comencé a buscar el baño. "No ha de estar fuera de mi vista", pensé graciosamente y sonreí con ironía. Y lo hallé. Como dije, solo había dos cuartos por lo que el "baño" era solo un retrete pegado a una de las paredes del cuarto donde me hallaba. Privacidad cero. Me puse de pie y fui hacia este. Por fortuna no estaba tan sucio así que eludí la idea de orinar de pie.

Mientras volvía a ordenar mi vestido, escuché la cerradura de la puerta sonar y entró mi madre. Salí en su búsqueda y le ayudé con un par de bolsas que traía, al mismo tiempo que le saludaba.

     —Hola, hija —me respondió y se notaba bastante cansada, más despeinada y con unas ojeras peores que las que tenía al salir. Mientras cerraba la puerta pude ver un grupo de tipos que la miraban suciamente y le lanzaban frases horribles como "halago".

     —¿Por qué has tardado tanto? Dijiste que no lo harías —le recriminé sin intención.

     —Por Dios, Dina, ¿cómo no iba a tardar? Tenía primero que conseguir el dinero y luego buscar el lugar, cuando no conozco ningún lugar, para comprar la comida. Pero bueno, me ha servido para conocer este pueblo y una que otra persona. Se necesita siempre de las personas, Dina, siempre.

Pusimos las bolsas en el muro que servía de cocina y yo comencé a desempacar todo. Mi madre había traído galletas, algunos granos, pan, aceites, condimentos, y un pequeño combo de ollas para cocinar y vasos.

     —Has traído bastantes cosas, madre. ¿Cómo conseguiste el dinero?

     —Dina, me he ido casi un día entero. Obviamente estuve trabajando —respondió sin contestar a mi pregunta.

Fuimos ordenando todo poco a poco. Mi madre sacó las ollas y las estrenó de inmediato, preparándome unas tortillas y un arroz que me supieron a gloria. Esta era una comida bastante usual venida de ella, pues siempre me prepara cosas que yo consideraba casi exóticas. 

Una vez, cuando vivíamos en el anterior pueblo y se comía mucho mejor, mi madre le compró a don Aurelio unos peces enormes que estaba vendiendo con su esposa y que todo el barrio estaba comprando. Recuerdo que compró dos, uno se veía considerablemente más grande que el otro. Como solía hacerlo, tomó el más grande para mí y lo preparó de una forma extraordinaria. No sé qué fue más exótico, si la preparación del pez, o mientras yo comía el pez. Mi madre preparó aquel enorme pez en leche y varias legumbres, y olía fantástico. Ese día comí pescada en leche, supe que era pescada pues mientras la comía, hallé decenas de huevos en su interior. No solo me comí una pescada enorme en leche, sino también una pescada enorme en leche preñada, pues los huevos, según mi madre, también se ingerían. Y sí que sabían deliciosos.

     —¡Nos salió premiada esta berraca! Coma mija. Coma que esto no se ve todos los días —dijo en alaridos mientras se reía con furor.

Lucía hermosa cuando se encontraba feliz, o más bien, ella siempre lucía hermosa, de eso estaba completamente segura. Mi madre era de tez morena, un poco más oscura que yo. Tenía enormes ojos y labios y un par de lunares en cada pómulo. Esos se los heredé yo. Era alta, lo suficiente como para defenderme de cualquier borracho pervertido que se nos cruzase en el camino, pero también para bailar salsa y boleros de una forma maravillosa. Ese era uno de sus pasatiempos favoritos. Cuando sabía que podía dejarme sola en casa un buen tiempo y con la suficiente comida, yo notaba cuando ella decidía ir a darse ese espacio, pues se ponía tacones enormes, brillo labial, y un vestido que le hacía lucir esas hermosas piernas. De un hablado fuerte, no se dejaba "meter los dedos en la boca" de nadie. Era humilde y tierna cuando debía serlo (pocas veces) y fuerte, soberbia, bien parada en sus talones e incluso agresiva, cuando su cotidianidad se lo requería.




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