Vivencias No Solicitadas

Capítulo IV

Los siguientes días transcurrieron con total normalidad. Realmente me sentía como la típica niña que va a la escuela con su uniforme bien planchado, la que se hace trenzas y hace las tareas juiciosamente. Pero aun así, el hecho de que todo se podría desvanecer en un santiamén no salía de mi mente.

También habíamos comprado más cosas y ya nos comenzábamos a acostumbrar al reducido espacio del pensionado. Se notaba que mi madre hacía todo lo posible por rehacer nuestras vidas y brindarme a mí aquello por lo que yo tanto le reclamaba: estabilidad.

Nuestros días eran de lo más cotidianos, es decir, ajetreados, intensos y sabiendo qué es lo que debe pasar en la mañana, tarde y noche. Mi madre trataba de cumplir con los horarios escolares. Había empezado a conocer gente con la cual relacionarse y trabajar en lo que ella sabía hacer, con la única diferencia de que esta vez trataba de mantener aquel mundo mucho más apartado de mí. Sus "horarios de trabajo" no eran para nada certeros. Varias veces salía al anochecer y regresaba a la madrugada para alistarme y llevarme a la escuela. Otras, se iba por la tarde después de haberme recogido en la escuela y regresaba muy de noche o ya de madrugada. Otras, simplemente recibía una llamada, no importase la hora, y ella salía de la casa con un aire de desesperación tremendo. Cuando esto último sucedía, nunca tenía clara la hora en la cual podría regresar.

     —¿Y ya hiciste amigos, hija? —me preguntaba mientras nos alistábamos para ir a dormir.

     —No, para nada, madre. La verdad es que me distraigo bastante con las clases y las tareas que nos dejan. Prefiero que me conozcan los profesores por buena estudiante y no medio colegio por holgazana —le respondí e inmediatamente soltó una bulliciosa carcajada.

     —Pues qué bien, hija. Qué bueno que seas alguien con cero distracciones —y secaba las lágrimas que dejó la viral carcajada en sus ojos—. ¿Y han ido más padres de familia por el asunto de la calle aquella llena de drogas y borrachos?

     —¡Jum! Todos los días. La señorita Lizcano ya no sabe cómo decirles que no es cosa de la institución... A propósito de Lizcano —cambié drásticamente de tema—, ella se ha visto muy interesada por mí. Todos los días va a mi salón de clase y se queda por lo menos quince minutos observándome...

     —¿De veras? —frunció el ceño mientras doblaba una manta.

     —Por supuesto. Un día se lo pregunté. Ella respondió que no solo lo hacía por mí sino por el curso en general, y que lo hace en todos los salones —mi madre escuchaba con extrañeza—, pero yo sé que sí lo hace por mí, porque nunca la he visto hacerlo en otros salones.

     —Qué cosa más rara. Quizá tú puedas...

En ese momento sonó su teléfono celular, que lo había conseguido tan rápido que estaba segura que alguien se lo había regalado.

     —Espera un minuto, cielo.

Me dijo mientras me daba la espalda y contestaba, y me di cuenta enseguida que era una de "esas llamadas", de esas que la hacían salir como si el pensionado se estuviese incendiando. Lo supe porque al contestar no pronunciaba ni una palabra, simplemente hacía sonidos de afirmación o negación: ujumumh. Lo máximo que pronunciaba era un okeyclaro que noestá bien y al final un ya voy para allá. Colgó y se volvió hacia mí muy seria.

     —Dina, debo salir ahora —guardó en un cajón la manta que había doblado.

     —Madre... No a esta hora...

     —Dina son cosas del trabajo —me subió el tono de voz—. Procuraré venir para llevarte a la escuela, pero no estoy segura...

     —Entonces no me dejes con la puerta bajo llave, por favor, madre. No puedo faltar a la escuela...

     —Dina, no correré riesgos. Este mundo está lleno de gente mala y no quiero que te pase algo —hablaba sin mirarme mientras tomaba su bolso de mano.

     —No todo lo malo nos tiene que pasar a nosotras, mamá —la seguía a donde quiera que ella caminase—. Puedo alistarme sola, prepararme algo de comer sola e irme sola...

     —¡Já! Sigue soñando, cariño —me miró para sonreírme sarcásticamente—. Ya en serio, lamento cuando debo salir a estas horas y no poder regresar, en serio lamento interferir a veces con tus estudios, hija, pero se trata de algo importante, ¿bien?

     —Espero que no pase de seguido —dije al final, resignándome.

     —¡Claro que no! Además eres muy inteligente y te pondrás al día fácilmente —tomó las llaves y abrió la puerta, y desde ahí me dijo—: Oye...

Levanté la mirada del suelo para ver que me miraba con ternura, como si quisiese llevarme con ella al mejor lugar del mundo, donde yo no corriese ningún peligro.




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