╰────────────────➤[El primer evento desafortunado]
Si están interesados en historias con un final feliz, será mejor que lean otro libro. En este, no solo no hay final feliz, sino que tampoco hay un principio feliz y muy pocos sucesos felices en medio. Es así porque no sucedieron demasiadas cosas felices en las vidas de los tres jovencitos Baudelaire y Elena Winchester, la vecina. Violet, Klaus, Sunny Baudelaire y Elena eran niños inteligentes, y eran encantadores e ingeniosos, y tenían unas facciones agradables, pero eran extremadamente desafortunados, y la mayoría de las cosas que les ocurrieron estaban llenas de infortunio, miseria y desesperación. Siento tener que decírselo, pero así transcurre la historia.
Su infortunio empezó un día en la Playa Salada. Los tres niños Baudelaire vivían con sus padres en una enorme mansión en el corazón de una ciudad sucia y muy ajetreada, junto a ellos vivía Elena Winchester, la hija única de una familia importante de investigadores, ¿o acaso era otra la palabra adecuada? Esto será revelado más adelante cuando se sepa la verdad de todos los eventos desafortunados que estos cuatro chicos tuvieron que vivir. De vez en cuando, sus padres les daban permiso para tomar solos un desvencijado tranvía —la palabra «desvencijado», seguramente lo sabrán, significa aquí «inseguro» o «con posibilidad de escacharrarse»— hasta la playa, donde pasaban el día como si estuvieran de vacaciones, siempre y cuando regresaran a casa para la cena. Aquella mañana concreta, el día era gris y nublado, algo que no molestó lo más mínimo a los jovencitos. Cuando hacía calor y brillaba el sol, la Playa Salada estaba llena de turistas y era imposible encontrar un buen sitio donde colocar la toalla. Los días grises y nublados, los chicos tenían la playa entera para ellos y podían hacer lo que quisieran.
—Mañana pienso leer un diario nuevo, chicos —adelantó Elena—. Sé que puede...
Klaus dejó a un lado el libro que estaba leyendo y observó a su amiga con admiración.
—¿Puede que se trate de un bestiario? —preguntó Klaus—. Lena, ¿por qué siempre lees esa clase de libros? Me encantas... Encanta, claro, pero... —Hizo una pausa en su comentario— si quieres puedo prestarte algún libro de otro estilo, ¿quizás Orgullo y prejuicio?
Elena lo miró a los ojos, su ceño se frunció a más no poder y luego negó.
—No me gusta esa clase de libros, Klaus. Tú sabes que...
—El romance no es su fuerte —terminó Violet.
Klaus asintió sabiendo los gustos de su amiga y tratando de aceptar que jamás tendría la oportunidad de cumplir con su deseo más profundo.
—Solo tengo doce años, por supuesto que no pienso en un romance —chilló Elena—. Y, si pensará en eso, creo que jamás tendría la oportunidad de conocer a alguien que quiera eso conmigo.
Sunny soltó de sus labios un «¡Bou!», lo que aquí puede significar «Klaus estaría dispuesto a arriesgarse». Lo señaló con la cabeza, Violet soltó una risita divertida, mientras que Klaus y Elena se sonrojaron a más no poder.
A Elena Winchester le gustaba escribir e imaginar historias en su cabeza. Ella podía ser desde un copo de nieve con sentimientos hasta un gato negro que había sobrevivido a la cacería de brujas. En sus doce años, la imaginación de esta niña se había convertido en un arma de doble filo, puesto que nunca se sabía con claridad si estaba hablando con la verdad o solo imaginando un nuevo capítulo de su historia. Siempre que podía tenía en sus manos una lapicera especial y un diario que su padre le había regalado, al parecer, escribir diarios era una tradición en la familia Winchester. En su experiencia como lectora, se había dado cuenta de que sus padres habían escrito muchos libros de fantasía sobrenatural y eso le encantaba y no solo a ella, ya que las veces que se reunía con sus vecinos les leía sus diarios y los de sus padres.
A Violet Baudelaire, la mayor, le gustaba hacer saltar las piedras en el agua. Como la mayoría de los catorceañeros, era diestra y las piedras volaban más lejos por el agua cuando utilizaba la mano derecha que cuando lo hacía con la izquierda. Mientras lanzaba piedras, miraba el horizonte y pensaba en algo que quería inventar. Cualquiera que conociese a Violet se hubiera dado cuenta de que estaba pensando intensamente, porque llevaba la larga melena recogida con una cinta para que no se le metiera en los ojos. Violet tenía el don de inventar y construir extraños aparatos, y su cerebro se veía inundado a menudo con imágenes de poleas, palancas y herramientas, y ella no quería que algo tan trivial como su cabello la distrajese. Aquella mañana pensaba en cómo construir un aparato que permitiese recuperar una piedra después de que la hubiese lanzado al océano.
A Klaus Baudelaire, el mediano y el único chico, le gustaba examinar las criaturas de las charcas. Klaus tenía algo más de doce años y llevaba gafas solo cuando su vista le pesaba, lo que le hacía parecer inteligente. Era inteligente. Los padres Baudelaire tenían una enorme biblioteca en su mansión, una habitación llena de miles de libros sobre casi todos los temas imaginables. Klaus, como solo tenía doce años, no había leído todos los libros de la biblioteca de los Baudelaire, pero había leído muchos y había retenido mucha información de sus lecturas. Sabía cómo distinguir un caimán de un cocodrilo. Sabía quién mató a Julio César. Y sabía mucho de los viscosos animalitos de la Playa Salada, animales que en aquel instante estaba observando.
A Sunny Baudelaire, la pequeña, le gustaba morder cosas. Era una cría, y muy pequeña para su edad, ligeramente más grande que una bota. Sin embargo, lo que le faltaba en tamaño lo compensaba con sus cuatro dientes, enormes y afilados. Sunny estaba en esa edad en la que uno se comunica básicamente mediante ininteligibles chillidos. Salvo cuando utiliza las únicas palabras reales de su vocabulario, como «botella», «mamá» y «mordisco», la mayoría de la gente tenía problemas para entender lo que decía. Por ejemplo, aquella mañana estaba diciendo «¡Back!» una y otra vez, lo que probablemente significaba: «¡Mira qué misteriosa figura emerge de la niebla!».