CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 15: El beso

Fue el beso más dulce que había dado y recibido en toda mi vida. Sus labios cálidos pegados a mi boca con temor y timidez al principio, adquirieron urgencia a medida que yo respondía a esa necesidad apremiante de amor que nos desbordaba.

Nos costó separarnos. No sé quién lo hizo primero, porque mi cabeza estaba totalmente revuelta, pero escuché que él me dijo quedo:

—Creo que debería irme.

Sólo pude asentir con la cabeza. Y luego escuché la puerta cerrarse.

Respiré hondo repetidas veces. Me serví el café, que ya estaba listo, y me lo tomé lentamente antes de irme a la cama para no poder dormir hasta muy avanzada la mañana. Sólo quería revivir una y otra vez en mi memoria, ese contacto sublime con su boca y con su alma.

Hasta que al fin me dormí.

***

En la mañana del domingo me despertó Min. Se subió a mi cama y me abrazó fuerte. Y así permanecimos un largo rato, conversando y jugando hasta que por fin nos levantamos para desayunar e ir a casa de mi madre.

Cuando llegamos, ella me miró y creo que lo supo todo. Yo no me atreví a contarle específicamente sobre nuestro beso con Dorian, pero de alguna manera parecía que lo gritaba a los cuatro vientos, porque ella se mostró especialmente feliz el resto del día.

También Annie, al día siguiente, vio algo en mí. Yo no creía ser tan transparente, pero tal parecía que lo era. Estuvo insistiendo toda la tarde para que le cuente. Cuando al anochecer vio a Dorian acercarse a la caja, prestó especial atención a nuestro saludo, y, a sus espaldas, comenzó a bailar en evidente celebración de algo que ella sólo suponía.

***

Él siguió acompañándome todas las noches, desde la tienda hasta la casa de mi madre. Allí nos despedíamos y no volvíamos a vernos hasta la tarde siguiente. A veces, muy de vez en cuando, nos veíamos brevemente a la mañana cuando cada uno iba a buscar su auto a nuestros respectivos aparcamientos. En esas ocasiones, Min corría a saludarlo, él se ponía de cuclillas y ella lo abrazaba y le plantaba un beso en la mejilla, hecho que siempre lograba iluminarle la expresión.

No volvimos a besarnos. Tampoco hablamos de eso. Era como si nunca hubiera sucedido.

No sabía él, pero yo definitivamente no lo había olvidado.

De pronto, pasadas unas dos semanas, una noche me dijo:

—Estoy listo para hablar contigo.

Lo miré interrogativa.

—De mí, de mi familia.

Era miércoles, yo tenía clases al día siguiente y Min el jardín. No obstante, si él estaba listo, debía escucharlo, y al fin yo tendría la oportunidad de saber.

—Puedo invitarte a cenar a mi casa, ya que es día de semana y mañana arrancamos a las nueve, así, cuando acueste a Min podemos hablar.

Estuvo de acuerdo, por lo que me acompañó a la casa de mi madre a buscar a Min. Cuando entró la saludó muy afectuosamente y le preguntó por su salud. Ella se puso muy contenta por volver a verlo y se lo hizo saber. Luego se acercó a mí y me preguntó en un susurro si quería dejar a Min con ella esa noche. Le dije que no era necesario, que no era lo que pensaba.

Nos despedimos de mi madre y partimos los tres para mi casa.

Mientras Min preparaba su mochila yo hacía la cena. Dorian se ofreció a ayudarme pero no era necesario, el menú era sencillo, arroz con verduras, una cena saludable y liviana que ya tenía programada de antemano porque no sabía que tendríamos un invitado.

Cuando estuvo lista, nos sentamos los tres a la mesa. Min estaba feliz por la presencia de Dorian y estaba muy conversadora. Él le seguía la conversación con mucho interés y cariño.

Cuando terminamos, ella fue a ponerse el pijama y cepillarse los dientes, mientras yo lavaba la vajilla y Dorian ayudaba. Luego la acompañé a la cama, la arropé y apenas comencé a leerle un cuento, se abrazó a su peluche y empezó a quedarse dormida.

Salí del cuarto, arrimé la puerta y me dirigí a la sala. Dorian estaba de pie frente al hogar mirando otra vez las fotografías. Lo invité a sentarse y guardé silencio, a la espera de que él tomara coraje y comenzara a hablar.