CAPÍTULO 19: Humillación
Desde la sala, comenzaron a escucharse voces acaloradas que provenían del estudio. En realidad la que bramaba era la voz del señor Allen.
Min corrió hacia mí, asustada, y me tomó de la mano. En el entorno de nuestro hogar, mi niña nunca había escuchado gritos y peleas.
Yo me había puesto de pie y me dirigí al hall de entrada, a medio camino entre la sala y el comedor. Elizabeth estaba parada cerca de la puerta del estudio, con expresión de angustia.
—¡No digas estupideces!!! ¡Tomar en serio a esa mujer?!!! ¡Si quieres te la puedes voltear! ¡Pero para casarte tienes infinitas mejores opciones!!! ¡Ahí tienes a Susan!!! ¡Se derrite por ti!!!
La voz de Dorian respondía por lo bajo cosas que yo no alcanzaba a entender desde donde estaba.
Observé a la señora Allen, sentada en un sillón mirando su celular como si nada ocurriera. El esposo de Liz y Susan sentados en sendos sillones en la misma actitud -aunque en ella me pareció ver una sonrisa disimulada-. El niño continuaba con su juego, en evidente actitud de “esto es moneda corriente”. En ese cuadro sólo la niñera levantaba de vez en cuando la vista con gesto incómodo.
Y otra vez su padre vociferaba:
—¡Es pobre!!! ¡Con un crío a cuestas! ¿Acaso quieres criar a la hija de otro?!!! ¿Y crees que se fijó en ti por tu hermoso rostro?!!! ¡Tu dinero, maldita sea!!! ¡Es tu dinero lo que le interesa!!!
No soporté más. Quería llorar de rabia pero habría odiado que esa horrible familia lo viera. Tomé nuestros abrigos y mi bolso del perchero, tomé en brazos a mi hija y salí de la casa.
A mis espaldas, oí la voz de Liz que me decía:
—Por favor, no te enojes con Dorian.
No volteé.
—Mami, ¿y Do? ¿Dónde está Do?
No le respondí. Una vez afuera rebuscaba en mi bolso tratando de encontrar mi celular para llamar un taxi, sin éxito. En mi angustia no me daba cuenta que ni siquiera sabría decirle la dirección donde recogernos.
Detrás de mí sonó la voz grave de Dorian:
—Aguarda. Nos vamos.
Tomó a Min en brazos, la acomodó en el asiento trasero y le puso el cinturón. Yo subí adelante, en silencio.
En el camino de regreso ya no pude contener las lágrimas. Salían solas sin mi permiso, y más rabia sentía por eso. Dorian me miraba de soslayo y apretaba fuertemente la mandíbula. No hablamos en todo el camino.
Al llegar, bajé sin decir palabra, tomé a mi hija y me dirigí a mi casa. Dorian se encaminó a guardar el auto.
Cuando el Audi desapareció por la entrada del aparcamiento, cerré con llave y casi corrí a la casa de mi madre. Sabía que él vendría por mí y no quería verlo, no ese día. Estaba demasiado dolida. Había sido humillada de la peor manera, y me daría trabajo superarlo. Necesitaba tiempo.
Mamá tomó a Min, que estaba asustada, y la llevó a su cuarto para calmarla. Y entonces lloré amargamente.
Cuando logró calmar a mi hija, mamá regresó y se sentó a mi lado, aguardando.
—Yo te lo dije, no quería saber nada con un hombre que trajera problemas para Min. Estábamos bien solas -y otra vez el llanto.
—Si lloras es porque duele, hija. Y sólo duele lo que te importa.
—Claro que duele. Nunca me humillaron tanto.
Golpearon la puerta. Mi madre fue a atender.
—No quiero verlo, mamá.
Ella se detuvo a mitad de camino y me miró.
—No hoy -agregué.
Entonces acudió a la puerta a explicarle a Dorian, que efectivamente era quien llamaba, que me diera tiempo porque en ese momento no podría hablar con claridad.